Sebastián Gálligo / De la Redacción de UNO
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Dígale no al pionono
¿Adónde quedó el tío que a las seis de la tarde comenzaba a prender el fuego con una botella de cerveza helada? ¿Qué fue de los barrios invadidos por el humo al atardecer de un 24 o 31? ¿Adónde quedaron las colas en la carnicería encargando el lechón o el cordero? Parece ser que los tiempos cambiaron. Ahora resulta que el exceso de carnes para las Fiestas nos cae pesado. Que es más sencillo y “paquete” adornar la mesa con porciones frías.
El tradicional vitel toné, pollo relleno, palmitos con golf y no se cuántas ensaladas más. Y lo peor de todo. El pionono. ¿Quién quiere pionono? Nadie se da cuenta que siempre sobra y que al otro día todos lo evitan. Pues no, siempre aparece el pionono. Una comida indefinida que no se sabe qué gusto tiene. Ya comprarlo es feo. Es como comprar una valerina (trapo para limpiar). ¿O acaso cuántas veces al año nos juntamos a comer pionono arrollado? Nunca. Bueno, el señor se adueñó de las mesas. Para buscarle sentido todos los años aparece uno nuevo. Y la tía se cree innovadora poniéndole kiwi con arvejas y atún con tomate cherry… Los otros platos zafan. Pero no es lo mismo. No es lo mismo ver el fuego y escuchar el sonido de las brasas. Ya sé algunos me dirán que todavía existen los héroes de la parrilla. Y es cierto. Pero cada vez son menos. Se han dejado vencer por el “nuevo estilo” o por la falta de convicciones con la excusa de “somos muchos, para qué vas a hacer tanto lío”. Antes también éramos mucho. Es más. Antes se le convidaba al barrio y las porciones pasaban de vecino a vecino para que probara cómo iba el uno y el otro. Se competía, se pedían uno palos cuando se acababan la brasas. Se dejaba el sudor y el aliento en el churrasquero.
Entonces, ¿por qué cambiamos? Los tiempos. Los tiempos de hacer todo a las corridas y dejar todo para último momento. Como los invitados, que ya no comparten la previa y llegan con las fuentes envueltas en papel film. No es lo mismo. Tal vez la observación parezca frívola y sin sentido. Y más de uno leerá y pensará por qué no comés ese asado otro día. Y porque otro día no es lo mismo. Esos días son especiales, más allá de las creencias, la fe o cualquier tipo de consideración. Son momentos únicos en el año. Entonces por qué ceder a los gustos. El que recuerde estas sencillas y humildes líneas el 24 o el 31 espero reflexione y compare mientras observa el pionono a punto de ser llevado a la heladera para que no se eche a perder, lo bueno que hubiese sido una pata de cordero, una porción de asado o simplemente un buen pedazo de carne que pasó horas posando sobre la parrilla para ser degustado.