Por Lucas Cacciabue
Yo cuento | Solo fue un sueño
Yo Cuento, el espacio que UNO ofrece a sus lectores para que puedan publicar sus cuentos o relatos originales.
22 de julio 2018 · 13:43hs
Siendo un "Caniche Toy" de tan solo cuatro meses, mi mamá, con tristeza, me dijo:
-¡Hijo, tenemos que separarnos!
Yo no entendía nada, solo sé que un rato después de recibir esa noticia, unos brazos me envolvieron con una manta, y bruscamente, me metieron en un auto.
De camino escuché la conversación más temerosa que había escuchado a mi corta edad:
-Me da pena, pobre perro, pero bueno, no podemos tenerlos a todos en casa, dijo una voz ronca.
-Sí, tal cual... vamos a abandonarlo por ahí, no queda otra, respondió otro hombre.
Más hablaban, y más me asustaba. No sabía qué iban a hacer conmigo, dónde me dejarían tirado. Me daba terror de imaginarme solo, sin mamá, y sin mis hermanitos, con este invierno, en la calle. De repente, el motor del auto se detuvo, y me caí del asiento en el que estaba, grité fuerte por el golpe, ladré y lloré hasta el cansancio, pero nadie me escuchaba...claro, estaba solo. En un lugar desconocido. Era como un desierto, no había ni árboles, ni personas, ni nada.
Pasaron tres días y dormía como podía, mientras me sonaban las tripas. Casi me chocaron un par de veces, pero zafé. No era un lugar transitado, pasaba uno o dos autos al día, se podría decir que prácticamente estaba vacío, tanto el lugar como mi estómago. Sobreviví a pura voluntad, con la esperanza de volver a sentir el calor de mi madre. Los recuerdos que tenía de haber sentido el amor que sentí por ella y mis hermanitos. Me preguntaba todo el tiempo a mí mismo ¿cómo me pudieron abandonar? , si una persona es capaz de abandonar un animal; ¿es capaz de querer alguien de verdad?, y así... constantemente se me venían preguntas, todas sin respuestas.
Al cuarto día, amanecí casi moribundo al costado de un árbol, temblando de frío. Escuché una voz cálida, y con mis ojitos llenos de lagaña, pude percibir el rostro de un niño que se acercaba hacia mí.
-Abuelo, vamos a llevarlo, pobrecito, mirá cómo está de flaquito, dijo.
-Está bien mijo, subilo al auto que a partir de hoy lo voy a criar como si fuese un hermano tuyo, respondió el anciano.
Todo el viaje fui recibiendo caricias y mimos, me empecé a sentir mejor y mi cola se movía de felicidad. Apenas llegamos a la casa, el señor mayor me depositó en brazos de una señora, que cuando me vio, sonrientemente dijo:
-Cachorrito hermoso, ¡este es tu nuevo hogar!
Pasaron ya seis meses desde ese acontecimiento, estoy creciendo rápido, me siento más fuerte, ya me acostumbré a no tomar la teta y a no llorar todo el tiempo cuando tengo hambre, a veces recuerdo cuando mamá nos daba de comer a mis cuatro hermanitos y a mí. Y aunque parece que fue hace mucho, en realidad no pasó ni un año, pero es tanto el afecto que recibo de mi nueva familia, que prácticamente no se siente la diferencia, y cada vez me adapto más y extraño menos. Conocí mi nueva mamá y papá adoptivo, y hasta tengo un nuevo hermanito, ese niño que es el nieto de esta pareja de abuelos adorables. Soy feliz. Me siento protegido y querido.
En este tiempo aprendí muchas cosas, mis papás me enseñaron a no hacer mis necesidades adentro de la casa, sino a ladrar de un modo particular y dirigirme hacia la puerta trasera para avisar cuando me urgen ganas. También aprendí a jugar con mi hermanito y su pelota de tenis que, aunque varios agujeros le dejé, todavía sigue sirviendo para divertirnos juntos.
Aprendí a despertar a mi hermanito en cada amanecer. Cuando es el momento de desayunar, pego un salto a la cama y con besos lo despierto.
Cuando él se va a jugar con sus amigos me pongo un poquito triste, pero mi papá me alza en su falda y me alimenta mientras me dice cosas lindas.
A la hora de dormir, siento la voz de mamá que me dice:
-Romeo, traé la cobijita que hace frío.
Y cómo soy obediente, con mi boca la traigo y me acomodo envuelto en ella sobre mi cucha. Y duermo. Profundamente.
Al día siguiente, amanecí angustiado y con un nudo en la garganta.
-Hermano, prometéme que no le vas a decir nada a nuestros papás, no quiero que se preocupen, exclamé al despertarme.
-¿Qué pasó? confiá en mi hermanito- respondió el niño.
Anoche soñé que tenía dos años de edad, y viajaba en un taxi, iba contento porque creí que me llevaban a pasear mis padres, pero resulta que no tenían rostro. A mitad del camino abrieron la puerta y me bajaron inmediatamente del coche, me dejaron solito, yo corrí pero no los alcancé, y ahí me di cuenta que me habían abandonado. Anduve a la deriva con frío, lluvia, hambre. Una tarde cualquiera me crucé con unos chicos que estaban en una esquina; por un momento creí que uno de ellos eras vos hermano mío, pero no. Lamentablemente no.
Estos eran unos chicos malos, me pegaban con una vara en el lomo, me tiraron con piedras y una me pegó en el ojo izquierdo; fue tan fuerte el impacto que lo perdí, y así... todo lastimado, flaco, hambriento, tuerto, débil y ya sin fuerzas, me fui despacito, como el paso de un anciano, a una parte lejana, para permanecer en soledad, sin que nadie me pueda seguir maltratando, y asustado, casi borrosamente, vi una imagen brillosa de una persona alta con cabello largo, que vino hasta donde yo estaba, y con voz suave me dijo:
-Romeo, despertate, esto es un mal sueño. Mientras me acariciaba la cabeza tiernamente.
Luego desperté, en mi cucha.
–Hermano, ¿quién era esa persona que tenía puesta una túnica blanca?– pregunté.
–Esa persona se llama Dios, respondió tranquilo.
A partir de ahora voy a querer mucho a ese Señor llamado Dios, porque Él me despertó para salvarme de esa pesadilla y permitirme volver a mi realidad actual. Gracias hermanito por escucharme.
Soy feliz, sigo teniendo una familia.
Romeo.
Yo Cuento es un espacio que Diario UNO de Entre Ríos ofrece a sus lectores radicados en la provincia, para que puedan publicar sus cuentos o relatos originales. Los textos deben tener una extensión de entre 700 y 1.200 palabras. Deben ser enviados al correo electrónico [email protected], adjuntando una copia del DNI (obligatorio) y número de teléfono. Lectores, ¡a escribir!