La agricultura familiar es un modelo productivo de gran importancia para el país, ya que representa al 66% de las familias que viven en el campo y a unas 250.000 unidades productivas asociadas a este modelo en todo el territorio nacional, involucrando a 2 millones de personas. Aunque Argentina está entre los países con menos población rural de la región y del mundo –apenas el 8%, según datos del Banco Mundial–, el modelo de agricultura familiar está repuntando de a poco gracias a cambios en lo que respecta a la alimentación saludable y la soberanía alimentaria.
Muchos más productores se volcaron a la agricultura familiar con la pandemia
Dentro de la agricultura familiar se abarca a una gran diversidad de sujetos rurales que están enclavados en el campo y cuyo su principal ingreso está asociado a la actividad agropecuaria en familia, es decir, sin empleados.
La regulación de la producción familiar y cooperativa de los alimentos de origen vegetal y animal es indispensable para garantizar la calidad e inocuidad de sus productos y, al mismo tiempo, se favorece su comercialización en todo el país. Es por eso que varios organismos nacionales, como la Secretaría de Agricultura Familiar y el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) –ambos dependientes del Ministerio de Agricultura de la Nación– y provinciales trabajan de forma mancomunada para fomentar la actividad y cuidar los estándares de salubridad.
UNO dialogó con Carolina Kaul, referente de Agricultura Familiar del Senasa en Entre Ríos, quien destacó que con la pandemia muchos productores se volcaron hacia este modelo productivo: “Cada vez hay más, si bien es un proceso lento porque no es fácil cambiar de la noche a la mañana formas de producir, ni las habilitaciones”. Además, señaló que según los últimos registros a los que tuvo acceso, en la provincia existen unos 4.000 grupos de agricultores familiares.
“La ley establece varios parámetros para definir quién se enmarca dentro de la agricultura familiar. Algunos de ellos son que la familia tiene que vivir dentro del establecimiento, que la mayor parte de sus ingresos tienen que provenir de la actividad productiva y no pueden superar un cierto monto de ingresos extraprediales”, explicó al ser consultada sobre cuáles son las principales diferencias con el modelo del agronegocio.
En este sentido, explicó que en un primer momento el Senasa estuvo pensado para establecer controles de calidad para el sector agroexportador y grandes productores. Pero que a partir de 2014 se estableció una Coordinación de Agricultura Familiar que tiene referentes en cada centro regional: “Desde entonces pensamos cómo articular con la Secretaría de Agricultura Familiar en relación a los productores. Nosotros, como organismo fiscalizador, queremos incorporar la producción de los agricultores familiares, que proveen especialmente a las economías regionales y garantizar así la inocuidad de esos alimentos”, y señaló que, si bien muchos producen soja y maíz, la mayoría lo destina a alimentar su propio ganado, ya sea para producir carnes o lácteos.
“No lo hacen mayormente para acopio”, explicó.
Para incentivar la agricultura familiar, la Nación exime de aranceles a quienes están inscriptos en el Registro Nacional de la Agricultura Familiar (Renaf) y el Registro Nacional Sanitario de Productores Agropecuarios (Renspa), cuyos certificados son emitidos por la Secretaría de Agricultura Familiar y el Senasa respectivamente.
“Trabajamos mucho interinstitucionalmente, lo cual es clave. Trabajamos con el INTA, facultades, escuelas agrotécnicas, áreas de bromatología municipales que son clave. Hacemos capacitaciones, difundimos nuevas normas”, indicó.
Agroecología
Por ser pequeños o medianos productores, los agricultores familiares constituyen un grupo importante a la hora de producir alimentos de manera agroecológica, sistemas agrícolas sostenibles que optimizan la producción, a la vez que tienen menor impacto negativo en el medio ambiente.
Consultada al respecto, Kaul señaló: “La agroecología es una rama bastante nueva en la Argentina, y se la asocia más al pequeño productor porque es más difícil ponerla en práctica en una producción de muchas hectáreas. En extensiones más chicas hay más control sobre la producción y es más fácil aplicar ciertas técnicas de cultivo, como así también en el trabajo con los animales. Aunque no significa que la agroecología sea exclusiva de la agricultura familiar”.
En este sentido explicó que en la Argentina aún no existe un sistema de certificación de la agroecología, pero sí hay normativas claras en lo que respecta a la producción orgánica. “De hecho, desde el Senasa controlamos este tipo de producción. Ahora en Entre Ríos se armó una mesa de Agroecología porque hay mucha demanda, sobre todo para la inscripción de bioinsumos que se utilizan en reemplazo de los agroquímicos”, indicó.
La producción orgánica se basa en la aplicación de técnicas tendientes a mantener o aumentar la fertilidad del suelo y la diversidad biológica, que permitan proteger a los cultivos y animales de plagas, malezas y enfermedades bajo un nivel tal que no provoquen daños económicos. No se permite el uso de productos de síntesis química ni de organismos genéticamente modificados. Toma en consideración la observación y conocimiento de los ciclos naturales de los elementos y de los seres vivos. La condición “orgánica” de un producto es un atributo de calidad, que garantiza que dicho producto se ha obtenido cumpliendo requisitos adicionales respecto de los los productos convencionales.
Por último, destacó que en Entre Ríos “es posible fomentar la agricultura familiar gracias a que hay una excelente coordinación entre los diferentes organismos. Y además, gracias a que los productores concurren a nosotros, porque entienden que el Senasa no es un organismo que persigue, o que ‘se pone la gorra’, por así decirlo, sino que está para asesorarlos a la hora de mejorar su producción”.