La organización social de la República Argentina fue analizada por Arturo Jauretche con el fin de esbozar algunos caracteres que pudiesen explicar el comportamiento de los argentinos en el siglo XX.
¿Por qué somos como somos?
Por Valeria Girard
Para tener un país moderno y soberano se necesitaba, según sus palabras, una élite conductora y un pueblo organizado. La forma de distribución del poder es lo que explica a las sociedades.
La estratificación de la nuestra se organizó a partir de la Batalla de Caseros, cuyos triunfadores políticos fueron los sectores unitarios y élites mayoritariamente porteñas. Por otro lado, tuvo ganadores económicos en los terratenientes y actores ligados al puerto de Buenos Aires. También contó con beneficiarios étnicos, en los descendientes de inmigrantes europeos. En términos geopolíticos fue el triunfo del imperio británico, mientras que socialmente resultó el éxito de las clases altas.
La élite porteña se erigía en portadora de esa civilización. Pero estas ideas conllevaban, también, la necesidad de importar un nuevo “hombre” para reemplazar a los nativos. Es decir, el inmigrante europeo.
A la par del crecimiento cuantitativo de la clase media, hacia las décadas del treinta y cuarenta del siglo XX, aparece lo que Jauretche llama el “medio pelo” argentino, lo que para él es una desviación de la clase media. Que creen ser los nuevos ricos, siendo –en realidad– desclasados y que poseen una falsa identidad. Se constituyen en torno a un conjunto de instituciones formadoras de la cultura. Suelen ser descendientes de inmigrantes europeos por lo que se identifican más con lo extranjero que con lo nacional y ven con buenos ojos la dependencia de nuestro país respecto de los centrales.
Pero ese “medio pelo” continúa manifestándose en la Argentina del siglo XXI, en ese ciudadano que cree ser demasiado bueno para vivir en este país, que en el extranjero todo es mejor, que acá nada sirve, no existen personas valiosas a nivel humano, profesional, ni científico.
Sus expectativas económicas no pasan de ser aspiracionales y se identifican con las clases altas desde la ideología, más no desde el bolsillo.
Reivindican lo que creen son “sus derechos” aunque nunca los podrán usufructuar. El derecho a ahorrar en moneda extranjera, cuando no tienen capacidad de ahorro. Se horrorizan por los impuestos a consumos en el exterior, cuando no tienen posibilidades económicas de salir del país, ni de comprar en el exterior on line. Los escandalizan los impuestos a las grandes fortunas cuando no poseen una gran fortuna; en fin, tienen la consciencia de una clase a la que no pertenecen.
En definitiva, portan un sentido común que defenestra lo propio sólo por ser argentino. En vez de luchar por mejorar todo lo que está mal, prefieren la crítica amarga y destructiva, en lugar de construir desde lo hecho, empeñando su mano solidaria, proponiendo ideas, sobre todo en estas épocas tan críticas, ya no solo para nuestra Nación, sino para todo el mundo. Ya que, según esa racionalidad, lo mejor siempre es lo de afuera, podríamos recordar la frase de aquel presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy: “…no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué estás dispuesto a hacer tú por el país”.