¿Cómo será el 2023? ¿Qué características tendrá en la vida cotidiana y en las grandes decisiones de la política? Son preguntas válidas a las puertas de un nuevo año, durante el cual se revalidarán o se cambiarán gobiernos nacionales, provinciales, municipales y legislativos. Es algo que ocurre solamente cada cuatro años, como los mundiales de fútbol.
Háganle caso a Lionel Messi
Por Alfredo Hoffman
El Mundial de Qatar 2022 significó, para el país, una recompensa. El premio para algo largamente anhelado y buscado. En lo deportivo, fue un campeonato mundial después de 36 años, la tercera estrella en la camiseta y el reconocimiento indiscutible para Lionel Messi, a quien siempre se le exigía que demostrara un poco más. En lo social, este logro de la Selección Argentina fue un cimbronazo. Un estallido social con sentido diametralmente opuesto al que protagonizaron con sufrimiento las clases medias y populares 21 años atrás, para esta misma época. Hasta volaron helicópteros, como en 2001, pero con rumbos felices y no angustiantes. Millones de personas salieron a las calles de todas las ciudades para festejar, todas juntas. Las masas que mostraron los drones parecieron lo suficientemente compactas como para sellar cualquier grieta. Hubo quienes hasta se aventuraron a interpretar este fenómeno como muestra de la unidad sobre las diferencias. Cuarenta y ocho horas después, las dos principales fuerzas políticas se acusaban mutuamente de quebrar el orden constitucional, en torno a la discusión por el porcentaje de la coparticipación para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Parece que fue hace décadas, pero un par de años atrás, cuando en el mundo apareció algo llamado coronavirus, se llegó a pensar que la pandemia tendría como consecuencia una humanidad donde la norma fuera la solidaridad, la ayuda mutua, el cuidado del otro. Cuando había que quedarse en casa y proteger a las personas mayores, muchos jóvenes –especialmente jóvenes– se organizaron para hacerles las compras; otros reforzaron el trabajo en los comedores comunitarios y no pocos creyeron en eso de que “nadie se salva solo” que se le escuchó decir al Papa Francisco y repetir a Alberto Fernández. Sin embargo, todo eso parece parte de un pasado muy lejano, tanto que se puede dudar de que en realidad haya existido o si fue parte de una ficción.
Entonces, imaginar cómo puede ser el 2023 puede conducir al escepticismo. Por no decir al pesimismo. Si el aprendizaje de la pandemia fue una ilusión que se esfumó en un pestañeo, ¿por qué habría que pensar que la felicidad colectiva por haber ganado el Mundial, la euforia compartida, la algarabía que no discriminó por ideología ni por estratos socioeconómicos ni por niveles educativos harían de este pueblo una mejor sociedad?
Para que exista tal relación de causa efecto habría que meter en el medio unas palabras mágicas, una oración para encomendar la cosa a alguna entidad del terreno de la fe o simplemente, para seguir con las metáforas mundialistas, elegir creer.
Dos años antes del Mundial, Lionel Messi unió las dos caras de la utopía de la salida colectiva. “La desigualdad es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y hay que luchar para corregirla cuanto antes”, dijo el capitán en octubre de 2020 a la revista “La garganta poderosa”. En aquella entrevista elogió el trabajo de las cocineras de los comedores y merenderos y valoró la importancia de lo colectivo por sobre lo individual, en el fútbol y en todo lo demás. En octubre de 2020 todavía no había vacunación contra el Covid-19. Era claro que nadie se salvaba solo.
No es que este discurso carezca de sentido, pero conviene no autoengañarse, hacer caso a Messi y darle sustento a sus palabras. El festejo de una extraordinaria victoria futbolística amontona a los desiguales, pero no los iguala. Esto solo puede venir de la mano de la política (que también se hace de modo colectivo). De las buenas políticas, las que permiten llegar a fin de mes y hasta irse de vacaciones.