El concepto que transforma a los discursos de odio en una mueca de debate político para que la gente crea que está defendiendo una postura correcta, no es nuevo.
El odio como herramienta
Los discursos de odio es una herramienta del poder económico.
Desde siempre ha sido aplicado desde el poder. Desde el poder real, ese poder que algunas veces puede coincidir con el ejercicio de algún gobierno, pero no siempre es una condición necesaria.
El poder real es siempre el poder económico. El poder real ha utilizado razas, religiones, e ideologías políticas como preceptos para generar el odio entre facciones y sacar provecho económico de esos enfrentamientos.
Petróleo, diamantes, litio, energía, tierras raras, gas, regiones y pasos estratégicos, alimentos, oro. Todo es válido para concentrar cualquiera de esos elementos centrales que permiten dominar la economía del mundo y ejercer el poder real.
Los conglomerados de bancos y fondos de inversión que hoy dominan la economía mundial pueden llegar a ser más poderosos que los gobiernos de sus propios países. De hecho, es una realidad histórica que gran parte de las decisiones del gobierno de los Estados Unidos están supeditadas a los intereses de sus empresas diseminadas en el mundo.
Por ese motivo se arman guerras, se estigmatizan religiones e ideologías, y se derrocan gobiernos.
Sólo necesitan fomentar ciertos discursos en una parte de la población. El resto lo hace la realidad por sí sola.
Millones de personas comunes repitiendo lo mismo que han escuchado, visto, o leído en alguna parte, para que la gran mayoría termine creyendo que el culpable es el vecino de al lado.
Antes apoyaban golpes militares. Hoy sobran las herramientas. Son dueños de medios de comunicación, disponen de millones de dólares para multiplicar noticias falsas, cuentan con títeres políticos para servir a sus intereses, y saben que sólo es cuestión de tiempo para que la ventana de oportunidad aparezca.
Argentina ha sido un escenario ideal para todo esto. Una inflación imparable, pobreza, desigualdad social, y dirigentes que aplican los mismos discursos que afirman combatir.
En Argentina las elecciones presidenciales generalmente las pierde el gobierno en ejercicio porque la gente está descontenta, y en ese contexto de decepción, cualquier opción resulta mejor.
Sin embargo, si la gente está satisfecha, aunque sea parcialmente, cualquier gobierno tiene posibilidades de sostenerse en el poder.
Cumplir con las expectativas de la gente es la única forma de quebrar cualquier discurso de odio. Si la gente común puede planificar su futuro, sostener su empleo, y saber que sus hijos pueden crecer y desarrollarse con igualdad de oportunidades, las noticias falsas, los haters, las redes sociales, y los medios opositores pierden la fuerza que hoy les da un país incierto y enfrentado.
Mientras esto siga sucediendo, los discursos de odio seguirán siendo una herramienta de intereses invisibles que manejan la realidad para que parezca que los culpables son nuestros propios vecinos, o sea nosotros mismos.