Como causa de la anorgasmia, una pequeña porción de ese 20% argumentó problemas orgánicos pero, la gran mayoría, refirió algún bloqueo psicológico o inhibiciones de tipo culturales o morales.
Los ítem más mencionados fueron "la ansiedad en el rendimiento", "la preocupación por agradar al otro", el estrés diario y, sobre todo, vergüenza, inhibiciones o represiones que no les permiten disfrutar ni involucrarse emocionalmente en el acto sexual. Otro indicador que se recalcó entre los resultados fue que la mayoría de las encuestadas entiende que el acto sexual concluye cuando el hombre acaba. Y esto se debe a que, a lo largo de los siglos, se educó a las mujeres con el concepto de que la sexualidad tiene que ver con la reproducción y que el goce está reservado a los hombres. Así, con el orgasmo masculino, se llega a la meta de la fecundación y allí todo acaba. Las mujeres son úteros contenedores y los hombres inseminadores. Ni hablar del infierno prometido por la Iglesia Católica para los pecadores que gocen fuera del sacramento del matrimonio (otro eslabón para la larga cadena de hipocresías que ata a las mujeres).
El derecho al goce femenino es, aún en esta primera década del siglo XXI, un tema más de refreno social. Y muchos discursos, que se dicen democráticos, pretenden imponer argumentos vetustos ante el avance arrollador de la mujer en todos los ámbitos de la vida. En el debate de la ley del aborto legal, seguro y gratuito, sin ir más lejos, se pudieron escuchar varios exponentes políticos de esa moralina paleolítica. Solo el senador Pino Solanas hizo alusión al goce femenino como un derecho. Lo mencionó como uno de los miedos "antidemocráticos" de la clase conservadora, esa que quiere seguir viendo a las mujeres calladas y quietas en sus casas; que no las soportan luchando en las calles y tampoco las quieren gozando. Porque una mujer que goza es una mujer libre. Y eso les da mucho miedo.