En realidad, quizás el único argumento del voto a Javier Milei que se mantiene sólido es que nunca gobernó. Es una falacia argumentativa, ya que esa condición no lo convierte necesariamente en bueno. Pero es objetivamente una ventaja comparativa ante los otros dos contrincantes con posibilidades: Patricia Bullrich y Sergio Massa, exponentes de gobiernos que empeoraron, uno tras otro, la realidad económica del país.
Demasiado tarde para lágrimas (o para zafar de Milei)
Por Ramiro García
Otros aspectos que seducían del líder de La Libertad Avanza eran su especialización en economía y una presunta inteligencia superior al promedio. Pero a medida que fue puesto a prueba en diversos temas que debe atender un Jefe de Estado, demostró debilidad para argumentar sus posiciones e incapacidad para explicar sus supuestos planes.
Hasta ahora nadie tiene claro cómo se concretaría una dolarización exitosa y no catastrófica para la economía nacional. Cuando debe hablar sobre asuntos no estrictamente económicos, Milei da respuestas muy endebles, como preguntar infantilmente “¿qué producen?” los científicos del Conicet, o muy tenebrosas, como negar el Terrorismo de Estado de la dictadura cívico-militar y calificar sus crímenes masivos de lesa humanidad como “excesos”. ¿Cuántos asesinados, desaparecidos y bebés robados no serían un exceso, según esa visión?
La otra columna argumental de La Libertad Avanza era la “pureza” política de Milei y su pretendida ruptura con “la casta”. Este motivo también quedó desarmado al conocerse candidaturas que lo acompañan en todo el país, alianzas con burócratas sindicales de la talla de Luis Barrionuevo o Gerardo Martínez, y asesores como los ex funcionarios del menemismo Carlos Rodríguez y Roque Fernández.
La plataforma de gobierno de La Libertad Avanza tampoco es muy auspiciosa. Incluye medidas que nunca comprobaron su éxito o, por el contrario, demostraron ser un fracaso. En la Argentina terminaron en tragedia económica y social la semi-dolarización de la Convertibilidad, la privatización de empresas publicas y el “achicamiento del Estado”. Por cierto, muchos países “modelo” para el liberalismo tienen un Estado robusto y casi omnipresente en la economía. Claro, son estados eficaces y productivos, no como el argentino. Pero el problema no es necesariamente el “tamaño” de la administración pública.
¿En qué mejoraría la Argentina si se eliminan las indemnizaciones por despidos sin causa, si se arancelan “todas las prestaciones de salud”, si se elimina la obligatoriedad de la Educación Sexual Integral o se “desregula el mercado legal de armas de fuego”?
Por supuesto, hay seguidores y votantes que no aceptarán ningún argumento en contra de su candidato, como ocurre con todos los fanatismos políticos. Lo hemos visto durante años con el kirchnerismo y el macrismo, por ejemplo.
Pero, ¿en nombre de quién se le puede discutir su voto a alguien que eligió a Milei para expresar su bronca? ¿En favor de Patricia Bullrich y el ruinoso antecedente de la gestión de Cambiemos? ¿En defensa de Sergio Massa y la traumática experiencia del gobierno del Frente de Todos? Sus fuerzas políticas son corresponsables por haber cocinado esta situación social en la que millones de personas prefieren el “abismo” y el “salto al vacío” que provocará Milei, antes que al resto del menú electoral.
Si el peronismo y el macrismo en el poder han privado de derechos a una enorme parte de la población del país, lo necesario es forzar al gobierno que venga a garantizar igualdad de acceso a los que faltan y nivelar para arriba, no para abajo. El problema es que la motosierra nos va a pegar a los de abajo y los del medio. Los políticos, salvo excepciones, tienen con qué (y de sobra) para pasar la malaria. Y los empresarios dueños de la riqueza argentina –la otra casta, de la que Milei no habla– siempre ganan.
Entonces la discusión no es en defensa de Massa o Bullrich, sino de los millones de personas que tienen acceso a algunos derechos (que en el discurso libertario aparecen falsamente como privilegios) y que podrían perderlos con el experimento que tiene serias chances de comenzar el 10 de diciembre. El domingo, y probablemente en el ballotage, sabremos si todavía hay margen o si ya es demasiado tarde.