Piel de gallina, náuseas, tristeza e impotencia. Son muchas las sensaciones que pueden pasar en la cabeza y cuerpo de una persona cuando se entera de que un niño fue abusado por un cura. A esta noticia, a uno le gustaría no oírla o leerla nunca, pero lamentablemente parece que en Entre Ríos se volvió un tema recurrente para ser tratado por los medios de comunicación.
Curas pederastas, la peor escoria
Por Lucila Tosolino
21 de noviembre 2016 · 07:30hs
Justo José Ilarraz en el Seminario Arquidiocesano de Paraná, Marcelino Moya en la parroquia Santa Rosa de Lima de Villaguay, y Juan Diego Escobar Gaviria en la parroquia San Lucas Evangelista de Lucas González. Tres hechos que empezaron a mediados de 1980 y ocurrieron hasta la actualidad. No son aislados y ajenos entre sí, sino que vienen a mostrar la realidad que engloba a la Iglesia Católica y es la de curas pederastas.
Claro que no hay que generalizar y decir que todos los religiosos son abusadores, pero lo cierto es que cada vez se suman más nombres a la lista y echan luz a una aberrante situación. No se trata de excepciones, sino de un problema sistémico que se ceba sobre las familias más débiles, desestructuradas, necesitadas de apoyo para sobrevivir. Que se basa en la confianza que inspiran los representantes de la divinidad y que se propaga favoreciendo una indebida presunción de inocencia, en favor de los culpables reconocidos de la sociedad.
Pasa a ser terrorífica la imagen que una casa parroquial, lugar en donde supuestamente está Dios en la Tierra, sea el escenario en donde tres curas que se desempeñaron en Entre Ríos perpetraron estos tremendos delitos y pecados. Sin descartar que fueron ellos quienes llevaron a ver metafóricamente el mismísimo Infierno a menores de edad.
Algunos expertos sostienen que la epidemia de pederastia florece gracias al celibato. Al ser la castidad obligatoria, la naturaleza inclinaría a muchos a conculcarla con adultos, y ese clima de transgresión clandestina favorecería también a abusar de niños. En favor de esta tesis, milita el hecho de que en la sociedad aún no se detectó esta plaga. De modo que hay que prestar atención en algunos curas que siempre andan rodeados de monaguillos varones.
Pablo Huck, una de las víctimas que denunció a Moya por abusos, habló con el programa A quien corresponda, que se emite por Radio de la Plaza, y ante esta situación apeló "a la conciencia del mayor porque uno como niño está totalmente bajo la manipulación y la seducción de un adulto perverso y no se da cuenta o no puede diferenciar en la imagen del guía espiritual cuál es el límite entre el afecto y la perversión".
Además, Huck contó que hace unos días participó de una reunión de sobrevivientes de abuso eclesiástico en San Telmo. Así queda a la vista que se trata de un problema universal que no solo afecta a Entre Ríos, sino que consiste en una garrapata de la Iglesia Católica.
Hay que abrir los ojos y darse cuenta de que el abuso a menores es algo terrible, que no debe existir. Se debe ser consciente que por parte de curas ya se volvió un problema real con el que hay que terminar. Se necesita correr el velo y empezar a cuidar de los niños que fueron víctimas de estos aberrantes hechos, ya que el daño psíquico y físico que protagonizaron es una herida que no sana fácilmente, y más aún si la opinión pública, antes de protegerlos, los cuestiona, como sucedió en su momento cuando un niño de 11 años denunció a Escobar Gaviria.
Es tiempo de hablar y aceptar que la pederastia no puede estar más en las noticias porque representa, y más aún por parte de curas, la peor escoria de nuestra sociedad.