La Habana.- Hoy jueves 19, Cuba vive un día histórico. Raúl Castro, 86 años, cederá la presidencia y su sucesor será su delfín, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel, de 57 años, nacido después de la revolución de 1959. Una nueva generación sube a la cima del Estado, aunque todavía bajo la figura tutelar del general Castro, que permanece hasta 2021 como primer secretario del Partido Comunista, el órgano máximo de decisión en la isla por imperativo constitucional. Es el penúltimo acto del adiós de la "generación histórica".
Miguel Díaz-Canel asumirá hoy como presidente de Cuba tras la salida de Raúl Castro
La isla comienza a transitar una nueva era política. Si bien no se aventuran grandes cambios, hay expectativa de una nueva política
18 de abril 2018 · 23:35hs
Tras la muerte de Fidel Castro en 2016, será en los próximos años la retirada de su hermano Raúl del mando del partido, o su fallecimiento, lo que rubrique, definitivamente, el inicio de una nueva era.
La Asamblea Nacional de Cuba se reunió ayer en La Habana para votar a los candidatos a ocupar los puestos del Consejo de Estado, elegidos por una Comisión Electoral Nacional controlada por la cúpula del régimen. Díaz-Canel fue propuesto como candidato a la presidencia y votado por los 604 diputados. El resultado, que por descontado será de unánime aprobación, se anuncia hoy oficialmente. La sesión de ayer estuvo presidida por Raúl Castro. A su lado estaba el vicepresidente Díaz-Canel, vestido con un sobrio traje gris. Ambos lucían relajados y sonrientes.
Díaz-Canel inicia un mandato de cinco años, renovable por otros cinco pero no más por el límite de dos legislaturas establecido por Raúl Castro para los altos cargos.
El relevo presidencial ha estado marcado por la llamada a la "continuidad", el concepto clave del oficialismo en una coyuntura trascendental que evitan identificar con una transición para no dar espacio a la idea de un posible cambio de régimen.
El nuevo presidente, un ingeniero electrónico que ha subido la escalera del poder con discreción durante tres décadas en la burocracia del partido, se presenta, por lo tanto, como el continuador de la línea revolucionaria y socialista y, más específicamente, del proceso de reformas iniciado por Raúl Castro en la última década. Sus mayores retos serán impulsar el tránsito a un modelo de mercado para revitalizar la economía –con la complejidad de no soliviantar a las facciones tradicionalistas del partido– y convertirse en una figura de autoridad unitaria acatada por las élites burocráticas y del Ejército y, en último término, por la sociedad. Tendrá también, como lograron los Castro, garantizar que la estabilidad del sistema siga descansando en la concentración de mando en la cima de la pirámide. Y, finalmente, afrontar la relación con Estados Unidos, donde Donald Trump ha vuelto a cultivar el antagonismo de antaño.
Los analistas coinciden en que el alcance reformista de Díaz Canel es una incógnita, por lo poco que se sabe de él y porque no se puede prever la autoridad que llegue a tener.
"No se sabe bien qué piensa y, por lo demás, si Raúl Castro en 10 años no fue capaz de impulsar más las reformas por el contrapeso de los sectores conservadores, no sé cómo podrá hacerlo Díaz-Canel, que no está revestido de su legitimidad histórica y que es muy probable que no tenga el apoyo unánime del Ejército y del partido", opina el economista Carmelo Mesa-Lago.
En los primeros años, para ir asentándose, Díaz-Canel contará con el apoyo de Raúl Castro, cuyo mandato como primer secretario del Partido Comunista se extiende hasta 2021. El partido, y su dirigente, son por imperativo constitucional el máximo órgano de dirección del país, por encima del presidente del Consejo de Estado. En ese sentido, el timón de Cuba sigue en manos de Castro y Díaz-Canel podrá ir desarrollando su presidencia bajo su manto protector durante tres años, en caso de que el general no decida retirarse antes o tuviera que hacerlo por motivos de salud. En Cuba, aunque no sea un término del gusto de la nomenclatura, Díaz-Canel es considerado un reformista, un tecnócrata convencido de la necesidad de modernizar el ruinoso sistema socialista para mantenerlo a flote. No apunta, sin embargo, como un liberalizador en materia política y de sociedad civil. El régimen de partido único no se discute y el reconocimiento de nuevas libertades políticas tendrá que esperar, aunque no se deben descartar reformas constitucionales que abran un poco el juego.