La psicopedagoga y bailarina Melisa Pasgal explicó qué la llevó a vincular esas dos formaciones en función del aprendizaje y la recreación de personas con discapacidad. Además, criticó la discriminación que suelen sufrir las maestras integradoras, cuyo rol destacó, y analizó las consecuencias que el aislamiento social provoca y provocará en el proceso de escolarización formal.
"Será difícil sacarnos el miedo al volver a clases"
Por Julio Vallana
Danza y posibilidades
—¿Dónde naciste?
—En Mendoza, pero vine a Paraná a los 3 años, a Santa Lucía, un barrio muy tranquilo, familiar, con mucho verde y chicos jugando en la calle. Creció mucho y hay todo tipo de locales para abastecerse. Ahora, por la pandemia, me vine a la casa de mi novio, que está en el centro y es más cerca para el trabajo.
—¿Recordás algo de Mendoza?
—No, pero a los 16 años volví para ver mi casa y es precioso, otra cosa.
—¿Qué actividad laboral desarrollan tus padres?
—Mi papá es militar, jubilado, y mi mamá, analista de sistemas.
—¿A qué jugabas en la infancia?
—Al aire libre, rollers, practicar en una colchoneta, con mi perra, con mis primos al beisbol, rompecabezas, a la maestra…
—¿Leías?
—Siempre, me encanta, aunque con el trabajo pierdo un poco las ganas.
—¿Influencias?
—De niña, los de Disney y El principito. Luego Harry Potter, por sus enseñanzas y valores, tales como la amistad. El personaje de Hermione hoy cobra mucha importancia, porque es feminista, tiene mucha fuerza y saca de problemas a otros. Lo leí en inglés porque es una cultura que me encanta y mágica. Leí a Ana Frank, en un momento en que la estaba pasando mal, y me sirvió para entender que lo que estaba pasando era un bolazo.
—¿Sentías una vocación?
—No; hasta cierta edad pensaba en ser psicóloga y en el último año de la Secundaria conocí la Psicopedagogía y cambié.
—¿Alguna afición?
—A los 7 años comencé danza clásica y española, por mi mamá, en una academia cerca de casa y luego en el Instituto Ballerina, solo clásico, dejé, hice guitarra, no era lo mío, tenis, me gustó, dejé y volví a la danza, con muchos años de clásica y luego jazz contemporáneo.
—¿Cómo te llevabas con la disciplina propia de la danza clásica?
—Me encanta, aunque en el último tiempo me resultaba frustrante porque no podía hacer todo lo que quería, me peleé con el clásico durante dos años, pero luego lo acepté desde lo que puedo hacer, y me resulta hermoso.
—¿Imaginabas ser profesional?
—Me hubiese encantado pero era realista en cuanto a mi cuerpo y limitaciones, porque no tengo físico de bailarina. Son muchos requisitos que no tengo, pero era feliz bailando.
—¿Un formador importante?
—Cecilia Risso, por los valores del instituto, que es como una familia y con mucho respeto.
—¿Qué materias de la secundaria te gustaban?
—Filosofía, Psicología y odiaba Matemáticas.
Hacia otros ámbitos
—¿En función de qué elegiste Psicopedagogía?
—Pensaba que podía ayudar a los chicos. Vi en la tele que una psicopedagoga descubrió que abusaban de un chico, por sus dibujos, lo cual me pareció fantástico, así que comencé a averiguar. Además siempre tuve la idea de hacer un taller de danza inclusiva, para unir las dos cosas, lo cual comencé el año pasado.
—¿Se ajustó la carrera a esa idea previa?
—Sí, y me abrió el panorama porque se piensa que la psicopedagoga solo trabaja en la escuela, con chicos, y sin embargo puede estar en empresas, centros de salud, en selección de personal y con todo tipo de personas.
—¿Por qué existe esa visión limitada?
—Porque se la ve más en la escuela que en los otros lugares. En la Policía hay una psicopedagoga.
—¿No te atraía el trabajo escolar?
—Nunca me vi dando clases porque me da terror hablar en público, y el consultorio me parece chiquito y estructurado, pero la vida me llevó a dar clases en la Centenario (risas).
—¿Un autor que destacás?
—(Lev) Vigotsky, quien plantea una “zona de desarrollo próximo”, en cuanto a que un sujeto experto ayuda a otro inexperto, y le va retirando el andamiaje o apoyo, para que pueda hacerlo solo. La independencia es un objetivo fundamental en todos los aspectos donde trabajo, más allá de que las Matemáticas y la Lengua estén o no.
—¿No es un concepto remarcado en la Psicopedagogía?
—Generalmente sí pero quizás no lo tenía demasiado claro. Hasta no hace mucho no había tantas psicopedagogas ni gabinetes en las escuelas. No vi ese rol cuando fui a la escuela, mientras que ahora hay maestras integradoras.
La importancia de un par
—¿Cuál fue tu primer trabajo?
—Maestra integradora acompañando a un niño con Síndrome de Down en una salita de cinco. Fue muy fuerte porque era muy demandante, aprendí mucho y me sentí muy acompañada.
—¿Pudiste desarrollar el concepto de Vigotsky?
—Sí, siempre tratamos de que si hay un par o compañero del chico, lo ayude, porque es distinto que si se lo explico yo, es más motivador y se siente más integrado. Hay que trabajar con todos los chicos.
—¿Sentiste la distancia entre esa realidad y lo académico?
—¡Uf, enorme! (risas) Sentí que no estaba preparada para nada. El rol de maestra integradora, un título intermedio, no es el de psicopedagoga. Es distinto y se establece una relación muy personal e importante con el chico. Nunca lo imaginé.
—¿Un descubrimiento?
—Que las personas con Síndrome de Down tienen muchos problemas de salud. Se suele tener el concepto de que son muy amorosos pero son muy desafiantes, y hay que saberse parar. A las personas con discapacidad también se las trata como “angelitos”, se les da todo, y después es muy difícil poner los límites necesarios, como los tienen todos los chicos. No tiene por qué haber preferencias y cuesta un montón, porque los padres suelen ser muy permisivos. Claro que también hay que entender esa realidad.
—¿Qué fortaleza pudiste potenciar?
—La independencia, que pueda vestirse, comer y preparar sus materiales para trabajar solo. Estaba en la salita y manejaba los números del uno al diez, sabía las vocales, reconocía su nombre… aunque le costaba la motricidad, por el tono muscular.
—¿Continuaste como maestra integradora?
—Dejé porque me cansaron las obras sociales, que te pagan cinco o siete meses después.
Maestras precarizadas
—¿Es un problema crónico?
—Son determinadas obras sociales. Iosper debe desde el año pasado, lo cual es insostenible, mientras vos pagás todos los tributos para trabajar.
—¿No hay un reclamo gremial?
—Las maestras integradoras no tienen ninguna entidad. El título de asistente psicopedagógico hace muy poco que está, entonces no están organizadas.
—¿Rescatás ese rol?
—Totalmente, porque hay muchos chicos que necesitan esta ayuda extra y adaptar sus actividades. Es una conexión entre el chico, la maestra y la familia. Lo más importante es que no esté sola, sino que la escuela, la familia y el equipo del chico funcionen en conjunto.
—¿Está bien articulado institucionalmente?
—Depende del caso. Me ha tocado de todo, como escuelas donde no te dan mucha cabida y no me dejaban entrar a la sala de maestras. Es complicado y a las maestras no les gusta demasiado que haya alguien “extraño”.
—¿Lo consideran como una competencia?
—Creen que alguien las evaluará o desautorizará… no sé por qué ese resentimiento.
—¿Y a nivel directivo?
—Les gusta el rol pero no que te metas tanto, depende; a algunos directivos no los ves nunca.
—¿Cuál es la falla en términos de sistema?
—Falta conocer y respetar el rol de cada uno, tal vez no saben bien el de la maestra integradora. Si la maestra no está, la integradora no tiene que hacerse cargo del curso, lo cual pasa.
—¿Además está la psicopedagoga?
—Sí. La maestra integradora está solo con un chico con discapacidad y también puede haber una maestra orientadora para toda la escuela. Con la psicopedagoga no debiera haber choques sino trabajar en equipo y estar en contacto.
—¿Qué cuestiones persisten como impedimentos para lograr una mayor integración de los alumnos con discapacidad?
—Se los integra pero no se los incluye, hay una separación entre los chicos que no tienen ninguna discapacidad y se adjunta un chico con discapacidad, que se tiene que adaptar a todo el sistema, sin generar ningún cambio para él. Cuando hablamos de inclusión se genera una serie de cambios para que pueda moverse sin problemas. Se pretende que el chico con discapacidad se maneje con los tiempos y formas de los sin discapacidad.
—¿Qué cuestiones son fundamentales revisar?
—Hablar sobre la discapacidad, ver qué se puede hacer, cómo se lo puede ayudar, hablar con los padres y tiene que haber un cambio de mirada de todos, porque los chicos no vienen con los prejuicios sobre la discapacidad, sino que los generamos los adultos.
—¿Cuál es el estereotipo o tabú más arraigado?
—El que por ser diferente no pueden hacer las cosas, entonces los dejamos a un lado, o que no entienden, cuando en realidad lo hacen mucho más de lo que pensamos. Se dan cuenta enseguida de que no quieren jugar con ellos y se ponen muy mal. Nosotros los limitamos mucho cuando en realidad hay que confiar. Si estacionamos un auto en un rampa, hacemos discapacitada a una persona.
Pandemia y aprendizaje
—¿Qué efectos vislumbrás por el aislamiento y el miedo inoculado?
—Lo primordial será trabajar lo social, porque los chicos no están viendo a sus pares. Hay chicos que perdieron sus rutinas de dormir temprano, levantarse a determinada hora, trabajar un determinado tiempo…
—¿Es distinto de las vacaciones?
—Es mucho más prolongado ya que hace tres meses que los chicos están en sus casas. Debieran estar trabajando y muchas veces no tienen accesibilidad, computadora o celular para hacerlo. No sabemos si les llega la información y si están aprendiendo, lo cual podremos evaluar cuando volvamos. No sé en qué condiciones ni cuándo vamos a volver a clases. Será muy difícil sacarnos ese miedo al contagio, hasta que sepamos que el virus no existe más. La mayoría de las personas estamos con paranoia social generada por los medios y no sabés si salir o no. No me animo a ir a un bar.
—¿Cómo influye el miedo en el proceso de aprendizaje?
—Es muy difícil aprender en estas circunstancias, por eso la escuela da contenidos mínimos y esenciales, con actividades lúdicas y motivadoras. La situación familiar no es la ideal para aprender, así que hay que ser más flexible, comunicarse y contener. Hay mucha gente sin trabajo, en situaciones difíciles… y el chico lo recibe.
—¿Qué posibilidades detectaste con el uso de las redes?
—Aprendí a utilizar plataformas sobre las cuales no tenía ni idea. Y buscar actividades atractivas y lúdicas para los chicos, ya que en la escuela no son muy significativas para ellos. Siempre debiera ser de aquella forma y nos vino bien para replantear la escuela y hacia dónde queremos ir.
—¿Tus talleres están funcionando virtualmente?
—El de jóvenes y adultos sí; se pueden conectar a través de Danza inclusiva Paraná, en Facebook e Instagram, y tengo un grupo de adultos con problemas, por ejemplo, de artrosis, vértigo, fibromialgia, pero lo puede hacer cualquier persona, con quienes trabajamos clásico y un poco de jazz contemporáneo. Trabajamos sobre las capacidades de cada uno.
El bailar, jugar y expresar, cada uno según su capacidad
Pasgal decidió entrecruzar su profesión, la Psicopedagogía, con su vocación desde niña, la danza, en talleres que buscan potenciar las capacidades de personas con discapacidad, aunque abiertos a cualquiera, en un formato que resulte atractivo y lúdico.
—¿Continuás bailando?
—Sí, hasta el año pasado hacía clásico y jazz contemporáneo y ahora no he retomado por la pandemia.
—¿Un momento?
—A los 16 años, la puesta en escena del ballet Napoli, con una música hermosa y muy fuerte, fue la primera vez que bailaba en punta.
—¿Cuándo pensaste la posibilidad de vincular la danza con tu profesión?
—A fin del año pasado se concretó todo, porque me sentía formada, con experiencia en discapacidad y había dado algunas clases en el Instituto Ballerina. Fue a partir de una charla sobre inclusión que escuché de un psicólogo en la UCA, quien hace tenis adaptado. Salí con ganas de hacer un taller para que todas las personas puedan bailar, con las capacidades que tengan. Y así tuve una nena en silla de ruedas, lo cual fue un desafío y aprendizaje enormes, para llegar de la mejor manera, que disfruten y compartan con pares. Se trabaja, más que nada, el juego y la expresión corporal, en el de niños, y en el de jóvenes y adultos introduzco un poco la técnica de la danza.
—¿Te nutriste de otra experiencia para diseñarlo?
—En Paraná no había nada. Hablé con una amiga de mi mamá de Buenos Aires, quien hizo expresión corporal, me mostró autores y métodos. De quien más me inspiro es de María Fux. Se trabaja mucho lo sensorial y con elementos para expresarse.
—¿Reacciones que te sorprendieron?
—Hay que improvisar porque jamás la clase pasa como la planteaste. Los chicos son muy susceptibles a lo climático, a si durmieron bien, etc. Tenía un chico con autismo, pregunté si tenía problemas con los globos, me dijeron que le gustaban y la pasó muy bien. En el primer encuentro hubo una música que les gustaba y este chico, de diez años, la sacó a bailar a la chica, de once años, quien estaba en silla de ruedas y recién la conocía. ¡Con mi mamá no lo podíamos creer; fue un momento maravilloso! Había un chiquito con Síndrome de Down que le encantaba Michael Jackson y cuando sonaba Thriller, hacía la coreografía y se transformaba. Les ponía Frozen y cantaban a pulmón.
—¿Desde qué fortaleza común te apoyás, teniendo en cuenta la diversidad de las discapacidades?
—Me basaba en lo que podían hacer y luego subir la dificultad. En el caso de la chica en silla de ruedas, trabajar desde la cintura hacia arriba, con cintas, telas, aros y pelotas, que se las pasan, y hacer circuitos entre todos, sin que nadie se sienta excluido.
—¿Qué desarrollo alcanzaste a hacer?
—Muy poco, fue un mes y medio, y este año me agarró la pandemia y no se enganchan a través de las pantallas. Sigo solamente con una chica, de 30 años, con clases virtuales.
—¿Un balance?
—Descubrí que es necesario generar este tipo de espacios y los papás me felicitaron por eso, ya que no hay espacios recreativos, aunque sí muchas terapias. Es lo que más destaco, el poder jugar con compañeros.
—¿Hay una disciplina similar al Tangoterapia, con otras danzas?
—No he visto otra como ese caso, aunque sí danzas adaptadas, como la zumba. La música nos genera algo muy lindo, entonces tener un momento para eso y hacer movimientos, ya es algo terapéutico.