Hubo una época, no tan lejana, en que la gente se comunicaba a través del correo postal, un servicio hoy superado por las nuevas tecnologías. Amigos, parientes, novios, partes comerciales, escribían cartas de distinto tenor que eran enviadas a través de una institución, históricamente estatal, y por muchos años muy eficiente.
Sobres abiertos
Entre mis recuerdos adolescentes atesoro cajas con decenas de cartas, muchas recibidas desde el extranjero. Hubo un tiempo, sin embargo, en que los sobres comenzaron a llegar abiertos. En la calle se decía que empleados postales abrían las cartas en busca de dinero. Por esa misma época el servicio comenzó a decaer. Las cartas “simples” con la tarifa más baja, que tardaban cinco días en llegar a destino comenzaron a tardar 10, las que tardaban 15, un mes. Para cerciorarnos del arribo seguro comenzamos a pagar un costo superior en “certificadas” y “expresas”.
La creencia de que el servicio postal no era seguro comenzó a calar como una verdad absoluta y fue abonada por la prédica liberal de algunos comunicadores como Bernardo Neustadt y Mariano Grondona quienes, desde el programa Tiempo Nuevo, explicaban a “Doña Rosa” que el Estado era un Leviathan bobo e ineficiente y que estos servicios debían privatizarse. Esta cantinela recrudeció cuando Ricardo Alfonsín aún piloteaba el avión que luego, en 1989, terminaría estrellándose.
“El Estado es ineficiente” cuajó en el imaginario popular, creció y finalmente dio frutos. Carlos Menem encarnó el ideal liberal y arrasó con el Estado. Con este, se llevó puesto miles de empleos, aniquiló industrias, mató pueblos enteros, propició la radicación de villas y reforzó la cultura del asistencialismo.
Volviendo al correo. En 1997, cuando ya nada quedaba del noble servicio postal y la gente tenía la cabeza suficientemente lavada, Carlos Saúl le dio la concesión por 30 años al grupo Socma, de Franco Macri, que se comprometió a pagar un canon semestral de 51,6 millones de pesos que no solo dejó de cumplir a los pocos meses, sino que usó para “retirar voluntariamente” (perdón la ironía) a casi 12.000 trabajadores. En 2003, después de vaciarlo con maniobras fraudulentas le quitaron la concesión.
Si mal no recuerdo, el padre del actual presidente fue uno de los empresarios más favorecidos por la “patria financiera” y la “patria contratista” no solo durante la dictadura sino también en democracia. Obtuvo la estatización de sus deudas durante la era Martínez de Hoz, se benefició con contratos durante el alfonsinismo, con las privatizaciones del menemismo y con la pesificación de Duhalde. Durante el kirchnerismo, si bien le quitaron el Correo, actuó como “facilitador” de las relaciones comerciales del Gobierno con China. Como los gatos, Franco siempre cayó bien parado. Ahora, los Macri figuran con varias cuentas off shore, en los Panamá Papers.
Esta semana, y en relación a la fiesta electrónica Time Warp donde murieron pibes por consumir drogas sintéticas, Franco Macri tuiteó: “Cuando me confiscaron el Correo sin motivo pensé que era una decisión política. Hoy sé que fue para repartir algo más que cartas”. ¿Sin motivos? Linda forma de dar vueltas las cosas!
A esta altura de la vida no me caben dudas de lo que, en ese momento con mis cándidos 15 años, fue una sospecha: los sobres abiertos era sabotaje. Querían que creyésemos que el Correo estatal era basura para quedarse con el negocio.
¡Habrá que pedirle disculpas a todos los carteros!