El espíritu de los almacenes está impregnado en el aire, en la vida cotidiana y en la identidad de los barrios. Con los años muchos fueron engullidos por los hipermercados y otros se vieron obligados a cambiar sus características para subsistir.
Detrás del mostrador almacenero, historias de yapas, libretas y amistades incondicionales
15 de septiembre 2016 · 12:16hs
Foto UNO
Foto UNO/Ayelén Morales
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Pero hay otros, como almacén de ramos generales Las Delicias, en el puesto 5 del Mercado La Paz de Paraná, que siguen en pie, fieles a su esencia. Ni bien uno ingresa se respira un olor especial atusado por especias, fiambres y frutas frescas, mientras arrinconada en uno de los estantes la vieja radio Noblex Karina susurra un tango para dar paso luego al informativo.
Los estantes altos detrás de un mostrador antiguo, la balanza pendiendo del techo y los cajones de frutas y verduras dan un marco de calidez y un toque nostálgico al local que se encuentra al final del mercado ubicado en calle Perú.
Con mucha modestia, don Diego Manuel Guerra pregunta: ¿porqué a mí una nota? Porque este viernes 16 de septiembre se festeja en Argentina el Día del Almacenero, y él este 2016 cumple 64 años detrás del mostrador. Ni más ni menos.
Al negocio lo heredaron él y su hermano José María -hoy fallecido -de su tío, se los dejó cuando se fue a trabajar al Mercado de Abasto como mayorista, allá por 1949. En ese momento Diego tenía 13 años y José 16 y habían abandonado sus estudios. "En esa época se vendían unos cajoncitos de fruta nomás. Arrancamos como verdulería y a los cinco años, en 1954 nos transformamos en un almacén de ramos generales", contó el entrevistado.
Son muy buenos sus recuerdos en torno al trajinar de aquellos años de esplendor del Mercado Central La Paz, con los quinteros llegaban en sus carros a comercializar sus verduras, con los bodegones (entre ellos el bar Los Enanitos) en los que los parroquianos tomaban su vermouth. La carne se traía de Los Corrales, de calle Almafuerte al 2.000, de la zona del Matadero.
En cuanto a la fisonomía de la zona céntrica de la capital entrerriana consideró: "Lo que cambió mucho fue la peatonal, pero siempre fue muy poblada esta zona. La terminal estaba en calle Chile y Venezuela, porque al no haber una terminal de ómnibus se hacían diferentes paradas generalmente en hoteles. Por mucho tiempo surtimos a la gente que viajaba al interior o a otros lugares de Paraná, los guardas también nos compraban mucho. Además había una colectividad judía y el mercado en general trabajaba muy bien con ellos", recordó Guerra.
Los almacenes siempre fueron mucho más que un comercio donde adquirir alimentos y productos de limpieza, era el lugar de encuentro del barrio, al igual que las carnicerías, un espacio ideal para entablar conversaciones y establecer lazos vecinales, de ahí su lugar preponderante en la identidad de los barrios.
Con los años se fue desterrando el valor de la palabra, pero Diego recuerda los muchos años en que se manejaban con sus clientes por intermedio de la libreta, el fiado sin firmas ni garantías.
"Se confiaba en la gente, mucho, en la palabra del cliente", resaltó. La yapa, que se entregaba en retribución a la fidelidad del cliente y que consistía en unos gramos de más cuando cuando se despachaban productos sueltos que se vendían al peso.
Las peripecias
En tantos años, los vaivenes de la economía se hicieron sentir en diferentes momentos y son "la época de los federales y los gobiernos de Alfonsín y Menem las épocas más difíciles", recordó.
La pregunta obligada, el secreto para mantenerse tantos años en el rubro: Respeto y perseverancia, contestó Guerra.
"Sobre todo el respecto que nos teníamos con mi hermano. Hacíamos una buena dupla, éramos muy compañeros. Por supuesto, también la buena atención al cliente", dijo don Diego Guerra.
Con 87 años, de a poco Guerra comienza a entregar la posta a su hija y a su yerno, objetivo más que cumplido. Así podrá disfrutar con más tiempo de su único nieto, Bruno, quien hace tan sólo una semana lo convirtió en abuelo.
Ser almacenero es y será un oficio ejercido con compromiso hacia los clientes, el tiempo y la modernidad se fueron llevando costumbres, avanzaron los supermercados y autoservicios, pero nunca podrán reemplazar la amabilidad y el trato personal de los almaceneros.
Con mucha modestia, don Diego Manuel Guerra pregunta: ¿porqué a mí una nota? Porque este viernes 16 de septiembre se festeja en Argentina el Día del Almacenero, y él este 2016 cumple 64 años detrás del mostrador. Ni más ni menos.
Al negocio lo heredaron él y su hermano José María -hoy fallecido -de su tío, se los dejó cuando se fue a trabajar al Mercado de Abasto como mayorista, allá por 1949. En ese momento Diego tenía 13 años y José 16 y habían abandonado sus estudios. "En esa época se vendían unos cajoncitos de fruta nomás. Arrancamos como verdulería y a los cinco años, en 1954 nos transformamos en un almacén de ramos generales", contó el entrevistado.
Son muy buenos sus recuerdos en torno al trajinar de aquellos años de esplendor del Mercado Central La Paz, con los quinteros llegaban en sus carros a comercializar sus verduras, con los bodegones (entre ellos el bar Los Enanitos) en los que los parroquianos tomaban su vermouth. La carne se traía de Los Corrales, de calle Almafuerte al 2.000, de la zona del Matadero.
En cuanto a la fisonomía de la zona céntrica de la capital entrerriana consideró: "Lo que cambió mucho fue la peatonal, pero siempre fue muy poblada esta zona. La terminal estaba en calle Chile y Venezuela, porque al no haber una terminal de ómnibus se hacían diferentes paradas generalmente en hoteles. Por mucho tiempo surtimos a la gente que viajaba al interior o a otros lugares de Paraná, los guardas también nos compraban mucho. Además había una colectividad judía y el mercado en general trabajaba muy bien con ellos", recordó Guerra.
Los almacenes siempre fueron mucho más que un comercio donde adquirir alimentos y productos de limpieza, era el lugar de encuentro del barrio, al igual que las carnicerías, un espacio ideal para entablar conversaciones y establecer lazos vecinales, de ahí su lugar preponderante en la identidad de los barrios.
Con los años se fue desterrando el valor de la palabra, pero Diego recuerda los muchos años en que se manejaban con sus clientes por intermedio de la libreta, el fiado sin firmas ni garantías.
"Se confiaba en la gente, mucho, en la palabra del cliente", resaltó. La yapa, que se entregaba en retribución a la fidelidad del cliente y que consistía en unos gramos de más cuando cuando se despachaban productos sueltos que se vendían al peso.
Las peripecias
En tantos años, los vaivenes de la economía se hicieron sentir en diferentes momentos y son "la época de los federales y los gobiernos de Alfonsín y Menem las épocas más difíciles", recordó.
La pregunta obligada, el secreto para mantenerse tantos años en el rubro: Respeto y perseverancia, contestó Guerra.
"Sobre todo el respecto que nos teníamos con mi hermano. Hacíamos una buena dupla, éramos muy compañeros. Por supuesto, también la buena atención al cliente", dijo don Diego Guerra.
Con 87 años, de a poco Guerra comienza a entregar la posta a su hija y a su yerno, objetivo más que cumplido. Así podrá disfrutar con más tiempo de su único nieto, Bruno, quien hace tan sólo una semana lo convirtió en abuelo.
Ser almacenero es y será un oficio ejercido con compromiso hacia los clientes, el tiempo y la modernidad se fueron llevando costumbres, avanzaron los supermercados y autoservicios, pero nunca podrán reemplazar la amabilidad y el trato personal de los almaceneros.
*Producción multimedia: Ayelén Morales