Fernando Arredondo/De la Redacción de UNO
Involución
Si Charles Darwin en vez de haber pasado por Entre Ríos en el siglo XIX lo hubiera hecho ahora, en los albores del siglo XXI, pondría en tela de juicio su teoría de la evolución de las especies, sobre todo de la humana.
Observar el comportamiento de dos tipos de individuos, emergentes de estos tiempos, le bastaría para derribar todo el edificio teórico que tardó poco más de dos décadas en elaborar. Para hacer más fácil la identificación de estos homínidos vamos a bautizarlos y describirlos brevemente.
El primero es el “Homo Bocinerus”. Sus características son bastantes simplonas: con lo que pudo ahorrar se compró un auto que todavía está pagando, creyendo que en una ciudad saturada de coches como Paraná iba a moverse por sus calles como una patinadora sobre el hielo. No. La ciudad está colapsada de vehículos y hay momentos en los que transitar es verdaderamente una desgracia. Eso lo conduce a perder toda capacidad de tolerancia, así sea por una demora de segundos, y lo manifiesta del modo más primitivo: haciendo ruido, dándole a la bocina sin empacho, a la hora que sea, donde sea. Pensemos en los miles de años que pasaron hasta que el hombre pudo consolidar su capacidad de comunicarse con los demás a través de su cuerpo. Bueno, todo ese trabajo de millones de humanos alegremente se tira por la borda cuando el impaciente Homo Bocinerus empieza a darle a su instrumento temeroso del fin del mundo o quién sabe qué otra razón.
El otro espécimen que hoy vamos a mencionar es el increíble “Homo Bosterus” (no confundir con los hinchas de Boca). Para saber de quién hablamos basta una breve anécdota. Hace unos días, en Urquiza casi Belgrano, deambulaba uno de ellos. Iba con su perrito por la vereda. La mascota se plantó en el medio de la acera, y sobre los mosaicos dejó su regalo contundente y fresquito dedicado al primer transeúnte descuidado que pase y lo pise. Los Homo Bosterus se están reproduciendo muy velozmente y se los pueden ver todas las tardes y los fines de semana paseando con sus perros por la Costanera. Pensemos cómo habrán olido las ciudades hasta que se popularizó el uso del inodoro y se extendieron las redes cloacales. Hacia allí estamos retornando culpa del Homo Bosterus, que todavía no sabe que se inventó la palita y la bolsa, y que puede ayudarse con ellas para recoger lo que su animal descargó en la vía pública.
Aunque la desazón nos gana, de a ratos confiamos en que ambos puedan dar el salto evolutivo.