La profesora Cristina Giménez padeció la pérdida de una hermana, de manera trágica, y de un hijo, fue adicta a la marihuana y la cocaína, y sufría asma, circunstancias que logró sobrellevar y finalmente superar gracias a la meditación, y a la práctica y conocimiento de la ciencia del Yoga. La integrante de la Fundación El arte de vivir relata ese proceso y revela las claves del silencio y la respiración como recursos curativos.
El poder del silencio como una respuesta terapéutica
Por Julio Vallana
El Impenetrable
—¿Dónde naciste?
—En Chaco, Presidencia Roque Sáenz Peña; mi mamá, directora de una escuela, y mi papá, también docente y que trabajaba para una empresa de electricidad, estaban en el Impenetrable. Tuvo que ir en helicóptero a tenerme porque en esa época la zona se inundaba y eran caminos de tierra. Ambos eran políticos por naturaleza, educaban para el bien común y trabajaban en desarrollo social con los aborígenes.
—¿Cómo es esa ciudad?
—Hermosa y pintoresca, mi barrio se llama Santa Teresita y está en diagonal a la terminal, un lugar donde hay tres represas juntas.
—¿Cómo fue tu relación con el entorno del Impenetrable?
—Hasta los 9 años me crié allí, a orillas del río Bermejito y amo el lugar; mi búsqueda espiritual tiene que ver con eso porque era la nada misma: mi papá pescaba y cazaba para comer, y mi mamá inauguró una escuela en el Paraje Los Madrejones. Mami tenía huerta, sembraba, cosechaba, leía mucho y es licenciada en Ciencias Políticas. Aprendí a leer a los 4 años y soy licenciada en Letras por eso.
—¿Qué leías?
—Mis paredes eran bibliotecas de algarrobo con muchos libros, porque mi mamá se hizo amiga de una señora de Buenos Aires que trabajaba en un colegio donde formaban a maestros y le traían libros actualizados. Mi papá me leía a la noche Dailan Kifki, María Elena Walsh, Marco, de los Apeninos a los Andes, Heidi…
—¿A qué jugabas?
—Vivía paspada y con piojos, porque jugaba con la tierra y las cabras (risas), trepaba a los árboles de mistol y algarrobo…
—¿Personajes o costumbres del lugar?
—Mucha gente se dedicaba la cosecha de algarroba, mistol, algodón y caña de azúcar. Hay muchos mitos y ritos; cuando fallecía alguien era una celebración, se comía y se bebía. Se andaba a caballo y se mascaba coca. Cuando fui adolescente, en la ciudad, me olvidé de esa vida y tuve otra, porque comía comida chatarra y ninguna verdura.
—¿Sentías una vocación?
—Quería ser dentista o diseñadora de ropa, porque me hacía la mía. Pero siempre la vi a mi mamá hacer servicio, al igual que a mi papá: visitaban a la gente, le enseñaban a leer y cocinar… Heredé lo del servicio.
—¿Desarrollaste alguna afición?
—Mi mamá me mandaba a hacer de todo: básquet, folclore, computación, dactilografía, idiomas, pero no profundicé en ninguna. Solo el Yoga me da disciplina.
—¿Qué materias te gustaban?
—Iba por obligación, no me resultaba difícil y estaba dos años adelantada.
—¿Qué estudiaste al finalizar?
—Análisis de Sistemas, porque me gustaban las computadoras, pero solo un año.
—¿Tenías facilidad para los números?
—Me gustaba el Álgebra pero no era lo mío, así que me inscribí en el colegio donde había estudiado, me recibí en Letras y además tenía un local de ropa. Nunca me dediqué de lleno a la docencia, así que siempre hice algo paralelo. Ahora tengo 36 horas pero las hago “desde otro lugar, con amor y doy lo que me gusta”.
El Yoga y el sánscrito
—¿Descubriste autores u obras en la carrera que te aportaron algo nuevo?
—Me encantaron los poetas latinos, la Literatura griega, que no conocía; entender la vida con un estudio diacrónico de la lengua. En los inicios de la Literatura había un conocimiento vasto, incluso más que ahora, que vamos en decadencia (risas), aunque se lea más porque vivís con el teléfono. Mi relación con la Literatura se vincula con el Yoga, porque los textos son en sánscrito, la primera lengua que hubo.
—¿Particularidades de esa lengua?
—Todo nace de allí y por eso entiendo la carga semiótica de cada palabra. Si conocés la raíz, conocés la esencia. En el sánscrito, cada palabra contiene el significado.
—¿Por ejemplo?
—Si digo shanti (paz), el sonido contiene al significado. (Ferdinand) de Saussure y (Charles Sanders) Peirce eran lingüistas “filosóficos”.
Una tragedia y el florecer
—¿Por qué vivís en Paraná?
—Hace seis años vine a un curso de silencio (meditaciones muy profundas) y me quedé a vivir. Tenía que irme de Chaco porque mi hermana mayor falleció trágicamente en Buenos Aires, mi mamá se deprimió mucho y la psicóloga me dijo que para que mejorara tenía que irme, porque se victimizaba mucho y yo estaba pendiente de ella. Ya estaba en la Fundación El arte de vivir porque mi mamá me había invitado y era voluntaria. Llegué sin nada y me quedé a trabajar de moza en el Hotel Biocity, donde también vivía, y daba Yoga y meditación. Encontré mi florecimiento y también me enamoré de un chico, con quien hoy somos amigos.
—¿Sufriste algún contraste en cuanto a la ciudad?
—Amo Paraná, es lo mejor que me pasó en la vida, tengo mi familia acá y a mi amiga Antonella Cechetti, quien me alojó un tiempo hasta que comencé a trabajar de profesora y pude alquilar. Los paranaenses son como los sáenzpeñenses, tienen mucho amor para dar, son serviciales y a mí me dieron todo. Aquí comencé a dar Yoga, en la cárcel, con Patricia Rivarola, y fue la mejor experiencia del mundo porque son gente necesitada, respetuosa y amorosa.
Drogas, camino de ida y vuelta
—¿Qué te llamó la atención para continuar meditando?
—Tengo un pasado bastante duro, hace diez años estaba en la joda, fumaba marihuana y consumía cocaína, y mi felicidad pasaba por allí, me sentía bien un rato pero volvían los problemas. La primera vez que fui a meditar estaba pasando por una separación conflictiva, fui a ver a una abogada amiga de mi mamá, quien es instructora en Sáenz Peña de El arte de vivir, me invitó a meditar, no entendía nada y pensaba que esa señora no estaba bien, pero fue lo mejor que me pasó en la vida, porque terminé con una paz muy grande y “mágicamente” se solucionó la cuestión con mi ex.
—¿Cómo fue esa sensación?
—Una calma que nunca había sentido y no entendía lo que pasaba porque se me fueron todos los conceptos. La meditación te ayuda a afrontar las situaciones desde la calma y no son problemas, sino desafíos.
—¿Qué hiciste?
—Todo lo que pasé me ayudó a entender a las personas que tienen problemas. Fui dejando las drogas, mi forma de vida, porque encontré mucho placer y energía, y no tenía desgaste físico ni mental. Fue un cambio profundo, seguía fumando pero cada vez menos, y me hacía mal. Tuve otra relación, quedé embarazada, nació mi hijo, a los cuatro meses falleció, seguí meditando, me dediqué de lleno al servicio, y nunca más me drogué ni consumí carne. Me fui al Impenetrable a trabajar en una escuela durante un tiempo, y luego comencé a enseñar técnicas de respiración y meditación.
La muerte y otro sentido
—¿Cuándo elaboraste el duelo por tu hijo?
—Comencé a investigar y preguntarme acerca de la muerte, leí los Upanishad (textos principales del hinduismo), lo cual me llevó a hacer un curso de silencio y todo le trajo mucha paz a mi alma, porque la entendí de otra manera.
—¿Por qué?
—Porque somos energía y el principio científico básico dice que no se destruye sino que se transforma. Si en el Universo hay determinada cantidad de energía, siempre es la misma a pesar de la muerte. Beatriz Goyoaga (representante de El arte de vivir en Argentina y España) siempre dice que las personas vienen para enseñarte, cumplen su dharma (buenas acciones) y su karma (relación acción-consecuencia), y se van. Ella me dijo que hiciera muchos cursos de silencio porque tenía muchas toxinas por la marihuana y la cocaína.
—¿Hasta ese momento nunca le habías prestado atención a tu respiración?
—No, y soy asmática. A partir de ahí mi capacidad pulmonar se incrementó muchísimo y hace muchos años que no uso corticoides. Mi vida cambió totalmente y amplié mi visión del mundo.
Yoga y la libertad interior
—¿Cuándo entendiste la esencia del Yoga, más allá del aspecto técnico-físico?
—En un curso avanzado en India, para el cual se exigían todos los conocimientos de Patañjali (fundador del Yoga) y saber los “ocho brazos” (serie de posturas). Allí aprendí que un yogui es alguien con una disciplina, y una ética individual y social, respetar el principio de no violencia, no robar ni desear lo del otro, y no mentir. Lo primero que hay que hacer es tener consciencia del cuerpo, a través de las asanas (posturas) y luego profundizamos en las demás capas del cuerpo.
—¿Qué te impresionó de India?
—La cara de paz mental de la gente, lo cual me hizo acordar a la del Impenetrable. Son muy serviciales y humildes. No les importa la mugre ni la pobreza, que es lo que dicen los occidentales.
—¿Qué cambios pudiste observar durante la experiencia de enseñar Yoga en la Unidad Penal 1?
—Muchos. No preguntamos lo que hicieron si no que los vemos como seres humanos, sin juzgar, para lo cual me ayuda mi experiencia de vida. Son parte de la sociedad y a cualquier le puede pasar, porque una emoción te puede invadir. Les decíamos que la prisión era mental y que podían ser libres, aprovechando la experiencia para crecer. Cuando terminábamos los cursos veía el niño que cada uno de ellos tiene dentro, jugaban y se abrazaban. Era muy emocionante. En el sistema educativo debiera enseñarse técnicas de respiración y Yoga, ya que predispone mejor la mente, sin estrés, para los demás conocimientos.
—¿Un caso particular en la cárcel?
—Muchos. Terminamos un curso, un interno se acercó, nos dijo que nunca se había sentido tan bien y libre, y nos cantó una canción, con todo su corazón. Les daba un Yoga muy exigente.
—¿Por qué la respiración consciente puede provocar cambios tan profundos?
—Es lo más importante que tenemos en la vida. Yo era asmática; una mente bien oxigenada no da lugar a la enfermedad.
—¿Cuán mal respira la mayoría de las personas?
—No es que respiran mal sino como dijiste, no hay consciencia ni valor de la respiración. Yo no sabía todos los secretos que esconde la respiración, te cambia la vida. Todos los días debiéramos honrarla porque nos da la vida y cada tipo de respiración se corresponde con una emoción, predominando la inhalación o exhalación, lo superficial o profundo, según cada tipo.
—¿Alguna actividad para anunciar?
—Recientemente comenzó una actividad libre y gratuita, por whatsapp, de 21 días de meditación, para tener la experiencia, la cual concluirá con una gran meditación de millones de personas, con Sri Sri Ravi Shankar. Pueden escribirme, también a Patricia Rivarola o a José Salerno, instructores de El arte de vivir.
Pandemia, confinamiento, industria y “venta de miedo”
Giménez analizó los efectos nocivos del aislamiento y el miedo sobre el sistema inmunológico, con el consecuente resultado de gran cantidad de casos de depresión y aumento del estrés.
—¿Qué es lo que más observás como síntomas producto del confinamiento?
—Miedo e invasión en la mente de las personas. No miro tele ni escucho noticias y vivo perfectamente bien, porque lo que se necesita conocer no están justamente en las noticias. Con la Literatura aprendí cómo está hecho el medio social para que la gente piense lo que necesita. Lo que más se necesita vender es miedo porque uno de los más grandes líderes mundiales es la industria farmacéutica. Para potenciar mi sistema inmunológico, oxigeno mi cuerpo, como sano, y consumo cúrcuma, jengibre y limón. El miedo paraliza, te baja las defensas y activa el cortisol, la hormona del estrés y la ansiedad.
—¿Qué pensás que puede emerger en el corto y mediano plazo?
—Quiero revertir la pregunta, en cuanto a que a partir de esto la gente inicie una búsqueda.
—Claro, pero más allá de ese deseo las consecuencias se están viendo.
—Lo que más observo es mucha gente de mi edad depresiva y muy estresada. El encierro deprime, lo cual antes se tapaba con la actividad.