Pablo Felizia
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Sergio Rodríguez es guardiacárcel y María Giménez es cocinera de un jardín municipal. Llevan 19 años de casados y tienen su vivienda en el barrio Mosconi III de Paraná. ¿Cuántos dijeron a lo largo de la historia ‘yo por vos daría mi vida’? ¿Quiénes juraron acompañarse en la enfermedad y en la salud? Hace un tiempo, él decidió donarle un riñón para poder seguir juntos. Hoy siguen en la lucha y contaron su historia, una de amor en concreto.
Esta no es una crónica rosa, una historia de esas que le vienen de mil maravillas a los cursis de siempre. Aquí no hay un teléfono para despojarse de cosas que otros necesitan. Tampoco se trata de dos personas que se reencontraron después de mucho, no habrá ninguna Penélope; no existe algún Romeo. Estas líneas carecen de parejas sentadas en un gran sillón sobre alfombras; tampoco hay animales rescatados con caras tristes. Estas palabras cuentan otra cosa, hablan del amor como un gesto que debe tocarse y saberse; de la vida, la muerte y su cornisa; estas oraciones dicen mucho de los trabajadores, de los barrios y del pueblo; de aquellos que enfrentan los problemas con la mirada puesta en el futuro y por eso, solo por eso, ya dan un ejemplo.
Ayer a la mañana, los perros estaban llenos de barro, acostados al fresco de una lluvia que fue alivio frente al calor de los días pasados. En el barrio Mosconi III son varias las calles que no tienen asfalto y la tierra con el agua, hace de la vereda un charco espeso. La cuadra donde viven Rodríguez y Giménez parece tranquila y en más de una entrada se veían ladrillos huecos, arena y herramientas de construcción de familias que buscan crecer.
Entre mates, los dos contaron cómo fueron sus últimos meses. El 8 de octubre de 2014 UNO publicó que un empleado del servicio penitenciario iba a donarle un riñón a su mujer. Al otro día, la crónica daba cuenta de que la operación había sido un éxito. Pero no fue tan fácil. Desde entonces, María Giménez debió volver a la clínica varias veces y si bien su riñón –el que antes era de su marido– anda bien, todavía tiene complicaciones. “No está al 100%, pero funciona y eso es bueno; por lo menos ya no estoy en diálisis”, dijo ella ayer en su casa mientras afuera todavía caían algunas gotas.
Desde octubre de 2014 cuando le sacaron el riñón a Sergio Rodríguez y se lo pusieron a ella, tuvo complicaciones y cada mes, por alguna razón, debe volver al médico o la tienen que internar. Contó que tiene bajas las defensas, le agarra anemia, deben practicarle transfusiones de sangre. “Lo que encuentro en el camino me lo agarro”, dijo María Giménez. Pero a pesar de eso hay una constante: él está siempre a su lado, la acompaña y dan juntos la pelea por la vida.
Poner el pecho
Sergio Rolando Rodríguez cumplirá 43 el 1º de marzo. Ella ya los tiene y los festejó el 6 de este mes. Se casaron hace 19 años. El es guardiacárcel en la Unidad Penal Nº 1 de Paraná desde hace casi una década y sus compañeros de trabajo siempre lo apoyaron y ayudaron. María Isabel Giménez es cocinera del Jardín Municipal Abejitas desde hace un lustro, está muy agradecida a los médicos y a las enfermeras que la atienden y la cuidan en La Entrerriana.
En el 2000 le descubrieron la enfermedad. Es una muy compleja de escribir y decir, pero ella la pronuncia con claridad: esclerosis múltiple glomérulo lobular focal y segmentaria con atrofia. Con solo leerla ya parece grave y para los simples mortales, significa que los riñones no le funcionaban.
Pasó 13 años de tratamiento para no perder sus órganos, pero no hubo caso. “La diálisis es una ayuda, pero no una forma de vivir”, contó. La situación no daba para más y fue ahí donde el acto de amor partió de una decisión concreta. No existen en el mundo poesías, cartas, flores, salidas al cine u osos extranjeros de peluche con un I’ love en los lomos que se comparen con lo que Sergio Rodríguez hizo por su mujer. Por supuesto que no fue el primero ni será el último, pero sí pudieron salir adelante fue por ese gesto incomparable.
“La decisión fue de él, yo no quería saber anda”, dijo ella y tuvieron miedo. Cuando advirtieron con el doctor que él era compatible, Sergio Rodríguez se puso en campaña para lograr el trasplante.
“Es que veía que cada vez estaba peor. Venía de diálisis y no se recuperaba, me dolía tanto. Pensaba cómo iba a ser mi vida si me faltaba, iba a ser triste, yo no puedo estar sin ella”, intervino en la conversación por primera vez en la mañana de ayer Sergio Rodríguez y agregó: “Cada vez que pensaba en esta situación, me largaba a llorar. Cómo voy a hacer Dios para salir adelante y para ayudarla, me preguntaba. Empecé a ver si era compatible, quería hacer un estudio. Ella se descomponía mal y tenía miedo de que se quedara en diálisis o al volver. Pensaba en nuestro hijo, ella es la felicidad de la casa y todo lo hace con amor”.
Siempre la lucharon. Se casaron cuando María Giménez quedó embarazada de Sergio Gabriel que hoy tienen 18 años. Todavía no sabían de su enfermedad. A los tres años volvió a estar embarazada de una niña que nació a los siete meses y sobrevivió solo 17 días. Los riñones perjudicaban la placenta y el bebé no crecía ni se alimentaba. En una biopsia, descubrieron el problema, corría el año 2000. Pero Sergio Rodríguez nunca dudó. Tuvo miedo, quién no lo tendría frente a una operación y más ante un trasplante; pero jamás dudó, como si ese fuera su camino. “Al quirófano llegué contento, alegre. Ella andaba bien”, dijo.
Después la cosa no fue tan fácil y hasta hoy tienen que seguir con la pelea. Ella tuvo que cuidarse en las comidas, ni siquiera podían tomar del mismo mate porque todas las bacterias y virus que andaban a las vueltas, iban a parar con ella. “Los médicos me dijeron que ahora estoy estable”, dijo la mujer con una sonrisa y en el barrio Mosconi III, con solo preguntar a dónde viven, los vecinos saben orientar. En el trabajo de Sergio Rodríguez, sus compañeros valoran el gesto, su decisión, la voluntad o como dirían en la calle, los huevos que tuvo para hacer lo que hizo.
Hoy es San Valentín, una festividad que como tal tiene mucho de Disney. Frente a tanto machismo y violencia de género, ante semejante merchandising rosa, fue posible contar otra historia y aprovechar el día como excusa para dar un solo mensaje concreto: “No tengan miedo de donar órganos; es una vida que salvan, alguien nace de nuevo. Todos tenemos miedo, pero es hermoso cuando después te das cuenta de que hiciste algo bueno. La felicidad es tan grande que no se puede compara con otra cosa”, remató Sergio Rodríguez en su casa en la mañana de ayer. Él tiene una cicatriz en todo su costado izquierdo y esa es la marca del amor, el resto es pura cháchara.
Qué les van a hablar de amor: le donó un riñón y salvó a su esposa
San Valentín. Sergio Rodríguez y María Giménez son trabajadores, están casados y viven en el barrio Mosconi III de Paraná. Hace más de un año, él le donó un riñón para poder seguir juntos. Contaron cómo es eso de quererse en concreto
14 de febrero 2016 · 08:07hs