La pandemia de Covid irrumpió en nuestras vidas, rompiendo con todo a su paso. Desorganizó rutinas, cortó vínculos, trajo discusiones, obligó a reorganizar los espacios de la casa y del trabajo. Un escenario impensado comenzó desde aquel 20 de marzo de 2020, en donde tuvimos que desconectarnos de las presencias para conectarnos con las virtualidades. Hacia el inicio de 2021, el hartazgo impulsó cierto descontento social que impuso el regreso a las clases casi como una certeza, a pesar de las opiniones de epidemiólogos e infectólogos.
¿Sirve ir a la escuela cada 15 días?
Escribe: Leonel Carlini (*)
Un escrito de la Sociedad Argentina de Pediatría describía las bondades de regresar a las aulas y eso empezó a repetirse al unísono por los grandes medios de comunicación. Más allá de que aquel documento tenía intencionalidades políticas, comenzó un debate social que mucho de cierto tenía: la escuela no representa sólo un lugar para formalizar aprendizajes, los títulos destacaban a la escuela como una institución central en la vida de cientos de estudiantes.
Esos mismos medios que antaño alzaron sus voces en contra de paros de maestros que reclamaban por sueldos dignos; de pronto empezaron a ver con buenos ojos la tarea docente, resaltando el impacto que tiene encontrarse con otros para aprender. Este mes que está concluyendo mostró un comienzo de clases marcado por los protocolos, las burbujas, los tapabocas y sanitizantes como el alcohol en gel.
El sistema escolar diseñó un modo de cuidado, que implicaba horarios reducidos, cantidad de estudiantes por aula y turnos de entrada y salida. Esta experiencia nueva transcurrió junto a una pregunta que insistió entre los adultos: ¿Sirve ir a la escuela cada dos o tres semanas? Como profesional de la Psicopedagogía con más de una década de experiencia clínica y educativa, quiero compartir algunas ideas que se desprenden de esta pregunta que muchos adultos se han hecho.
En primer lugar señalar el carácter funcionalista de la pregunta, es decir, preguntar si algo sirve o no parece remitirnos a máquinas, en lugar de a sujetos en desarrollo. Como si todo aquello que es necesario para la construcción de la cultura tuviera una lógica funcionalista.
En ese sentido también tendríamos que preguntarnos si sirve ver un partido de fútbol, juntarse a comer con amigos, asistir a un recital de música o sentarse a ver una serie.
Cuando los adultos nos preguntamos si la escuela de estos días sirve, dejamos por fuera los sentires y pareceres de nuestras infancias, desconocemos el rol social de la escuela, desarticulamos el vínculo maestro estudiante y deshidratamos el deseo de aprender con otros.
Si lo ponemos en esos términos, la escuela siempre sirve, porque supone el anhelo de encontrarnos con otros, ya sea en lo presencial como en lo virtual, supone sentirse parte de un grupo, sentirse esperado, querido y acompañado. En este contexto se convierte en central poner la mirada sobre nuestras infancias para poder acompañarlos en este proceso que muchas veces puede inquietudes, incertidumbres y ansiedades. Sugerencias generales para acompañar a los estudiantes en estos días:
•Escuchen atentamente. Escucharlos y reconocer sus sentimientos los ayuda a sentirse más seguros. No descarten sus miedos, dudas o preocupaciones, escúchenlos para que ellos puedan elaborar estrategias frente a las dificultades que aparecen.
• Tengan en cuenta que los chicos quieren poder hablar sobre algo que les molesta sin esperar que lo solucionemos. Es importante validar sus sentimientos (“Sé que es difícil”) y demostrar confianza en que van a poder manejar la situación.
• No hagan preguntas que generen ansiedad: “¿Te preocupa que no vas a ver a tus amigos por varias semanas?
• Hablen de manera más informal: ¡Qué bueno que te encontraste con tus amigos! Siempre recuerden que los niños dicen más cuando hay menos presión para “hablar”.
Y finalmente, ir a la escuela cada una, dos o tres semanas siempre es beneficioso para la salud mental de un estudiante porque supone aguardar, bancarse un tiempo de espera para acudir a un encuentro con otros, en donde además de conocimientos se intercambian miradas, opiniones, risas, complicidades y afectos.
(*) Psicopedagogo MP N° 936 /Periodista LT 39 Radio Victoria