A diario, por la mañana y por la noche, los números aparecen en las pantallas. Televisores, monitores y celulares reproducen las cifras. Planillas de cálculo y curvas coloreadas que suben y nunca bajan. Símbolos como toda adjetivación en un timeline. Desde marzo, cantidades que crecen y crecen hablan de argentinos y argentinas, entrerrianos y entrerrianas, que se contagiaron de coronavirus, como si fuera la cotización del dólar o los números de la quiniela o los resultados del turf.
Personas, no números
Por Alfredo Hoffman
Desde hace un mes y medio y con el mismo tratamiento, otra cifra comenzó a crecer: la de las víctimas fatales. Las personas que fallecen “por patologías asociadas al coronavirus” son el saldo irreparable de la pandemia. Son lo que no se podrá recuperar, para lo que no habrá IFE que alcance, ni moratoria ni exenciones de impuestos ni nada.
Estos números son también el resultado de lo que se pudo hacer y no se hizo para evitar las muertes.
¿Qué se pudo hacer y no se hizo? Hay una lista enorme de respuestas posibles. Desde los alcances de las políticas sanitarias implementadas u omitidas, a los “errores de comunicación” del Estado y de los medios, hasta la irresponsabilidad colectiva por no cuidarse y así no cuidar a los demás. Pero no tiene sentido buscar causas si las pérdidas humanas son indiferentes para una buena parte de la sociedad.
Cuesta admitirlo y cuesta también escribirlo.
Pocos se lamentan y muchos menos son los que se indignan; excepto, claro, las familias y las amistades, y los compañeros y compañeras de trabajo cuando quienes salen de un hospital en el interior de un cajón son enfermeros o médicas.
La indiferencia ante las muertes es el rostro más obsceno del individualismo dominante. Ese individualismo que lleva a reclamar más normalidad, a privilegiar la economía por sobre la salud, a burlar las normas que evitarían saturar las terapias intensivas y sobrepoblar los cementerios.
Tal vez haga falta nombrar a las víctimas, ponerles caras, una historia de vida, emociones. Tal vez haya que contar más el dolor, más que contar números. Decir más claramente que no solo mueren las personas de mayor edad o con “comorbilidades”, porque es innegable que para mucha gente es admisible no cuidar a esa parte “descartable” de la comunidad: reedición macabra de Diario de la guerra del cerdo, la novela de Adolfo Bioy Casares.
En Entre Ríos ocurrieron 48 fallecimientos (contabilizados hasta el sábado). El primero se informó el 13 de julio y era una persona de 85 años con una enfermedad terminal que había contraído Covid-19. Registraba severas patologías subyacentes y complicaciones pulmonares. Se encontraba internada en el hospital San Martín y era oriunda de Seguí. Se consignó que esta persona permanecía sin salir de su hogar, pero habría tenido contacto estrecho con otra que viajaba desde Paraná.
El viernes se conocieron cuatro decesos: todos pacientes internados en el San Martín. El sábado, siete más. La lista seguirá en aumento en los próximos días.
En este tiempo, el muerto más joven fue el número 23: un hombre de 32 años oriundo de Paraná, con “múltiples comorbilidades” (diabetes y obesidad), que se encontraba internado en el hospital De la Baxada. También falleció una mujer de 48 años, de Concordia, que se encontraba internada en el hospital Masvernat; un hombre de 40 años oriundo de Paraná con múltiples enfermedades subyacentes; un hombre de 62 años de Villaguay con enfermedad pulmonar preexistente; un hombre de 67 años de Gualeguaychú; una mujer de 92 años de Nogoyá; un hombre de 60 años de Cerrito y así repetitivamente, en muchas ciudades de la provincia de Entre Ríos y en distintas etapas de la vida, con enfermedades graves o con patologías de las más comunes. Tenían derecho a que la sociedad los cuidara.
Ya es tiempo de educar para la solidaridad, el sentido comunitario de la vida y la ética del cuidado. Para entender al ser humano como parte de una sociedad y capaz de sensibilizarse con el dolor ajeno, aunque esté oculto detrás de los números.