Varios me habían advertido que cada vez que suena el timbre del recreo no hace falta ni saludar. El aula completa, como hormigas, se levanta de sus sillas y corre. Se van hasta que otra vez, el ruido ese les anuncia que es momento del regreso. "Pensá en cuando vos ibas a la escuela", me dijo un amigo, y tenía razón, no creo que alguno haya esperado el cierre de una idea tras el sonido de la campana. César Penna, docente de la escuela de Comercio N° 1 de calle Ramírez de Paraná, me invitó a dar una charla sobre la noticia, la crónica, el cuento y la novela; de fondo, él buscaba una manera de alentar a la lectura, la escritura y al conocimiento de la Historia en estudiantes de 14 y 15 años.
Hasta el final, directo al mentón y sin dar aviso
Por Pablo Felizia
24 de agosto 2017 · 09:11hs
Como teníamos de excusa un libro que escribí –Crónicas Patrias– hablamos de los héroes de Malvinas, de la causa justa del pueblo argentino y de la posición estratégica de las islas en el mundo. Fue un recorrido de una hora para demostrar que el objetivo de quien escribe muchas veces es decir algo, aquello que no se puede decir, dar a conocer lo que no debe ser conocido por imposición de los poderosos de siempre. Hablamos de la entrevista como herramienta, de la búsqueda de un dato, de cómo cada género específico, sea periodístico o literario, cumple una función determinada según el objetivo que se persiga.
Hasta ahí fue todo bien gracias a la ayuda de algunos ejemplos y a la intervención precisa del docente para dar un respiro y poder seguir la clase frente a unos 50 jóvenes de 2º año, pertenecientes a dos cursos que se mantuvieron expectantes.
Aunque en las noticias y las crónicas el final puede no ser lo más leído, uno a veces da pelea para que las notas tengan un cierre a manera de dar por concluida la tarea de la redacción y que el lector pueda hacer su propio balance y análisis. En las novelas, el final siempre guarda una sorpresa, pero distinta al cuento, donde la piña de cierre es al mentón y sin dar aviso. Amparado en esta lógica y por falta de experiencia, ya tenía preparado un final y todos mis esfuerzos buscaban llegar a él, tanto, que me olvidé de aquella premisa de la campana.
Fue ahí cuando dije las últimas palabras frente a quienes ya esperaban, nerviosos y ansiosos, el sonido liberador que los llevara hasta el necesario y siempre bien ponderado recreo. Pero les mostré una escarapela y hablé de 1810, de unos 500 jóvenes de la edad de ellos que las llevaban puestas bajo el mando de French y Beruti dispuestos a defender la Revolución de Mayo; en la arremetida, quienes tenían escarapelas pertenecían al grupo de los patriotas y se los podía diferenciar. El timbre sonó un par de palabras antes del final y hubo un segundo de silencio. Sin embargo, ninguno de esos 50 estudiantes se levantaron de sus sillas, por respetuosos, en un pequeño gesto de grandeza y no hacia quien hablaba, sino hacia aquello que se estaba por decir.
Cada vez que hay una fecha patria llevamos puesta la escarapela, le decimos a esos 500 jóvenes que nada fue en vano y que estamos dispuestos a defender la Revolución de Mayo, dije para terminar, y recién ahí, solo ahí, salieron al recreo como hormigas.