Lo que está en juego es cómo se van a formar a los profesionales argentinos de aquí en más: qué médicos necesita el país, qué físicos, qué economistas o qué ingenieros, entre las todas las demás ramas de la educación superior.
Se escuchó en estos días hablar de una universidad científica que estudie la realidad argentina, que conozca qué producir, para quién; que se ponga al frente de resolver el hambre, la salud; que investigue cómo recuperar las Malvinas; una educación superior que ofrezca arquitectos para acceder al techo propio, economistas para que el dólar no castigue o abogados para que vayan presos los que se hicieron millonarios con la deuda externa. También se volvió a discutir qué se quiere investigar, con qué método y cuáles son las prioridades.
También se puso blanco sobre negro la importancia de la participación de todos los sectores que componen la universidad. Esto se notó en la misma marcha, lo aseguraba una señora que era administrativa de la Universidad Tecnológica Nacional. Entonces dijo a UNO que en su facultad los trabajadores que no eran docentes también necesitaban discutir los salarios y que esperaban poder discutir de cuánto deberían ser sus sueldos. Pero la mujer contó además que no se quedaron a la espera y que las instancias de discusión fueron "entre todos los claustros". Plantear la igualdad de los claustros en el cogobierno universitario le provoca urticaria a los antidemocráticos de siempre, ese es todavía uno de los dolores que quedan.
Pero también se planteó en estos días quiénes son los que entran y permanecen en la universidad. Es que las condiciones económicas expulsan a los jóvenes de las aulas, o peor, no los deja ni siquiera subir los primeros escalones. ¿Cuántos terminan el Secundario? ¿Cuántos de aquellos ingresan a una facultad? ¿Cuántos logran terminar sus estudios? Aunque sean numerosas las causas por las que los cursos se reducen entre cuatrimestre y cuatrimestre, a esas preguntas alguien las debe contestar con sinceridad.
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PD: Cuando tenía 18 años y estudiaba Comunicación Social en la Facultad de Ciencias de la Educación quería ser periodista. Entonces, en todos lados decía que la universidad tenía que ser científica, democrática y popular. Pero algunos adultos sabios me aseguraban que de grande –cuando tuviera familia, hijos y un trabajo– se me iba a pasar eso de aspirar a una educación para transformar la realidad. Algunos de ellos, cuando los cruzo por alguna calle de Paraná, aún agachan la cabeza.