Elena Fischer es paranaense, tiene 54 años y más de 30 frente al mostrador de una carnicería. Empezó por casualidad o por destino, cuando un compañero de trabajo se accidentó y le ofrecieron probar suerte. Desposta de a media res, selecciona corte por corte, prepara milanesas, carne picada, separa las achuras y acondiciona todo para que será exhibido en las heladeras. Es una excepción en un rubro hasta el momento dominado por los hombres, pero en el que ella se mueve con total naturalidad y soltura. Orgullosa del barrio que la vio nacer, agradecida a la vida por sus dos hijos adoptivos y por la confianza que le otorgaron en cada uno de los lugares de trabajo. Hoy nos cuenta su historia de vida. “Hay que levantar un cuartito de 50 kilos, eh!”, asegura con una amplia sonrisa.
Elena Fischer, la carnicera de barrio San Agustín
Por Valeria Girard
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En Paraná no hay muchas, pero las hay. Las mujeres carniceras son pocas, pero trabajan duro y a la par de cualquier hombre. Es el caso de Elena, quien atiende una carnicería en el interior del autoservicio Romero de calle Gutiérrez 1983, en el populoso barrio San Agustín.
“Era chica todavía y trabajaba en un comercio. Un día un compañero sufrió un accidente y mi patrón de ese momento me preguntó si me animaba a reemplazarlo. Así empecé y me encantó. Para mí, mis hijos y la carnicería son todo”, expresó la entrevistada.
Nació en San Agustín y nunca se movió de su barrio. Estuvo 22 años en el Mercadito San Agustín, después en Cotapa y desde hace catorce años atiende la carnicería que está al final del pasillo del autoservicio Romero.
“Mucha gente se sorprende al verme, pero más que nada son clientes que llegan desde Buenos Aires y por alguna cuestión visitan el local. Lo mismo pasa si son del interior de la provincia. Pero los vecinos, los clientes de siempre ya me conocen”, relató Elena.
Asegura que es un “trabajo jodido, pero me encanta. El mostrador lo atiende cualquiera, pero hay que saber desarmar corte por corte y ¡hay que levantar el cuartito de 50 kilos!”, dice. Asegura que antes se le ganaba un 50% a la media res, ahora ronda entre un 20 y un 30% la ganancia.
El desposte y la sierra
“Siempre tiene que quedar la menor cantidad de carne posible en los huesos”, explica la especialista. Matambre, azotillo para el puchero, palomita, la paleta, vacío, tapa de asado, falda de pecho, asado manteca, cogotera, roast beef y peceto, es todo un arte el desposte de una media res.
“Lo más difícil de cortar con la sierra el puchero. Una vez me corté el dedo porque la ruedita se dio vuelta, me salvé porque tiré la mano para atrás, salvo eso nunca tuve accidentes en la carnicería más que los cortes con cuchilla. El hígado, por ejemplo, cuando te piden que lo cortes finito, se te complica, pero eso es más de todos los días”, sostiene la entrevistada.
Elena asegura que lo más solicitado en tiempos de crisis es la carne picada y el puchero, también cuenta que el rubro no tuvo fuertes incrementos en los meses de pandemia, a contramano de la mayoría de los artículos comestibles.
“Mis hijos, mi mundo”
Elena se emociona cuando habla de su maternidad. “Perdí un embarazo y entonces conocí a una prima de mis hermanos mayores. Ella tenía una enfermedad y bueno, me preguntó si yo quería hacerme cargo de sus chiquitos. No estaba en mis planes adoptar, pero fue todo para mí porque ellos son la razón de mi vida”, dijo respecto de Diego, que hoy tiene 19 años y Jésica, de 20.
“A Diego siempre me lo traía a trabajar conmigo. Mis compañeros le regalaban un yogurt o una factura. Todos me ayudaron a criarlos”, contó.
Elena se emociona. Mucho. Se le llenan los ojos de lágrimas al hablar de sus hijos, de su oficio, de quienes le dieron trabajo y siempre fueron muy justos y solidarios con ella, también se emociona al hablar de su lugar en el mundo.
“Nací en San Agustín a la vuelta del dispensario. Muchos me conocen. No nacimos en cuna de oro, la peleamos mucho en la vida, no fue fácil perder a mi vieja y para eso no importa la edad, porque uno a su mamá siempre la necesita, mi viejo vivía laburando y lo veíamos poco. Hoy camino con la frente en alto porque mi vida no fue fácil y aún así siempre salí adelante. Tuve la oportunidad de trabajar con gente que me enseñó y yo supe entender que a veces hay que saber escuchar a quienes nos aconsejan bien. No tengo quejas ni de los patrones que tuve ni de los que hoy tengo, siento que me tratan con mucho respeto y valoran mi trabajo”, dice Elena.