Alberto Fernández comparaba la atención del Covid en la Argentina con otros países, y decía que la diferencia estaba en que él pensaba en las personas y los demás (sus pares) en la economía.
Miradas: Besarse en el espejo
Los muertos dicen otra cosa: de los 200 países del mundo, hay 190 con menos de 70 fallecidos con o por Covid cada 100.000 habitantes, y la Argentina está entre los 10 países con más de 70 muertos. Nuestro vecino, Uruguay, en cambio, tiene menos de dos muertos cada 100.000…
Estamos entre los 10 países con peores registros en la pandemia, dentro de los 200 países del mundo, aún cuando el nuestro realizó una larga cuarentena que provocó empobrecimiento en muchos.
Las razones pueden ser múltiples, pero a esta altura sí podemos decir que la casta dirigente argentina debiera revisar su pedantería.
“Comparar la situación de Uruguay con la de Argentina en relación al Covid a mi juicio es una burrada. Se puede comparar Uruguay con Santa Fe o Entre Ríos por características geográficas y de población”. Eso decía el periodista Reynaldo Sietecase el 20 de mayo de este año.
“Santa Fe ha logrado que el nivel de propagación del virus sea sustancialmente menor que en enclaves demográficos similares en cuanto a la cantidad de habitantes, como por ejemplo, la República Oriental de Uruguay, siendo esta última una nítida y potenciada referencia sanitaria para los medios porteños”, indicó entonces un documento elaborado por la cartera sanitaria santafesina.
En ese momento Uruguay tenía 22 muertos y Santa Fe tres. Daba para hacer roncha. Era mayo, los dirigentes de Santa Fe se ufanaban del funcionamiento de su sistema de salud, y lo mismo hacían los de Buenos Aires, pero no se quedaban en eso: señalaban su bonanza frente a Uruguay, es decir: desacreditaban al vecino.
Hoy Uruguay tiene 60 muertos y Santa Fe 1.500. En un solo día mueren en Santa Fe más personas que en toda la pandemia en Uruguay. ¿Pediremos disculpas?
Estos datos dicen algo sobre la salud, no mucho porque las formas de contar muertos en el mundo son distintas, y cada país es un mundo; pero dicen muchísimo más de la altanería proverbial de la dirigencia argentina, tan lejos de la humildad del pueblo.
Cuando la dirigencia argentina baje el copete, recién entonces estará a la altura de las mujeres y hombres de nuestro país trabajador, servicial, sin jactancias.
Si logramos algo bueno, ¿es necesario que se lo restreguemos en la cara al vecino? ¿Es necesario, cada vez que defendemos una posición, destruir al otro? La casta dirigente argentina no puede hablar sin besarse en el espejo y sin escupir al lado.
Si la fuerza de los hechos demuestra que estábamos equivocados, en vez de cambiar de tema ¿será tan difícil bajar el tonito y reconocer que le pifiamos? Decir la verdad, ¿verdad que nos debilita?