El arquitecto, Walter Acosta, habló sobre la situación arquitectónica de la ciudad de Paraná y otros diversos temas. Entre ellos: el barrio, antes y después de la droga. Arquitectura, deconstructivismo y buen vivir. ¿Por qué la capital provincial es decadente?
Walter Acosta: "Lo que pasa urbanísticamente en Paraná resulta muy triste"
El arquitecto Walter Acosta, estuvo en "Diálogo Abierto" y habló sobre el "colapso" que vive la ciudad de Paraná.
Por Julio Vallana
ARQUITECTURA. Walter Acosta: "Lo que pasa urbanísticamente en Paraná resulta muy triste"
Tras un considerable tiempo de trabajo dedicado al diseño digital y antes vinculado con la construcción, el arquitecto Walter Acosta hizo un corte y luego de 20 años retomó el lápiz que tanto placer le generaba cuando niño, y que aprendió a manejar, primeramente, observando a su padre. Desde su conocimiento urbanístico, el artista visual realizó una mirada crítica sobre la capital provincial y de muchos diseños que representan agravios al buen gusto y la calidad de vida, y advirtió sobre el colapso de los servicios públicos.
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El Pancho de antes
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, hace 54 años, en barrio Pancho Ramírez, donde viví hasta los 25 años, pero me crié mucho en la iglesia del Carmen, lo cual nos ayudó a zafar, conocí mucha gente y donde todos éramos iguales.
—¿Quedaron muchos pibes en el camino?
—De los que jugaban conmigo quedaron pocos.
—¿Cómo era por entonces?
—Un barrio sencillo y de gente trabajadora que levantó sus casas con sus propias manos. Mis dos abuelas vivieron allí y una de ellas construyó casas en el barrio. Había lazos de comunidad muy fuertes pero con el tiempo se transformó y pasó a no tener buena fama.
—¿Lugares de referencia?
—Los campitos cerca del arroyo, donde buscábamos cañas, y nos cruzábamos hasta donde ahora es Changomás, que era monte. Iba a la Escuela del Centenario.
—¿A qué jugabas?
—A los indios y cowboy, y hacíamos flechas con cañas.
—¿Cuándo comenzó la modificación del barrio?
—En los últimos años de los 80 el asfalto y ponerle nombre a las calles fue muy importante, por la pertenencia, además de las plazas y canchas que se generaron. Yo vivía en calle Mandisoví 183, que era de tierra.
—¿Y socialmente?
—En los 90 comenzó la decadencia y fue nefasto, más allá del aparente bienestar. Me fui en 1996 y ya era complicado por la entrada fuerte de la droga; mientras fui joven y adolescente nunca existieron robos.
—¿Por qué se lo estigmatizó tanto?
—También sucedió con Puerto Viejo. La urbanización fue positiva pero llegó una época complicada, con ese problema que no es sólo de los barrios pobres. Lo que sucede es que pega más fuerte allí.
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Mi papá era tapicero y en los últimos tiempos se dedicó a los autos antiguos, y mi mamá fue como 30 años secretaria de la iglesia.
Mirando dibujar y construir
—¿Sentías una vocación?
—Cuando tenía ocho años participé en concursos artísticos y dibujaba, pero después fui a guitarra y me dediqué a la música, andaba alrededor de Ramiro Maradey y Acólitos Anónimos, y quería ser rockero, hasta que comencé la facultad. Todo el día escucho música. Mi papá dibujaba y yo miraba sus dibujos, caricaturescos. Cuando ingresé a la Escuela Industrial un profesor me dijo que dibujaba bien y que tenía que ser arquitecto. Me gustaba mucho involucrarme en la construcción de mi casa y observaba a los albañiles.
¿Leías?
—Poco, salvo lo del estudio. Mi primer libro fue Tus zonas erróneas.
—¿Materias predilectas?
—Dibujo técnico.
—¿Qué dibujabas cuando eras niño?
—Paisajes, que retomé de grande.
—¿Con quién aprendiste?
—Mirando lo que hacía mi papá y haciendo lo que podía; siempre fui autodidacta.
—¿Desarrollaste otra afición?
—El deporte nunca fue mi fuerte pero nadé en el Estudiantes hasta hace poco y competí en master. También corrí y ahora me gusta salir a caminar.
Lo funcional y el regionalismo
—¿Elegiste Arquitectura por el consejo de tu profesor?
—Sí, me quedó; además en la Industrial elegí Construcciones y en mi casa me metía con las mejoras que se hacían año a año, ya que originariamente era muy chiquita y humilde. De la arquitectura me gustaba más lo relacionado con crear, lo estético y mejorar el hábitat. Igualmente, cuando un amigo me llevó a Santa Fe a ver la Facultad de Arquitectura, entré al Liceo Municipal, donde enseñaban diseño y arte, y quedé fascinado por el ambiente bohemio.
—¿Qué enfoque general predominaba?
—Había dos corrientes: una más plegada a lo que sucedía en los 90, funcional al sistema, cuando se hacían los edificios de bancos, AFJP y estaciones de servicio, y otra, la que seguí y me fascinó, con un arquitecto conocido y muy querido en Santa Fe, César Carli, mentor del regionalismo crítico. Estudió la forma en que los gringos fueron a vivir a Santa Fe, en un clima hostil al cual no estaban acostumbrados, por la humedad y el calor, y cómo funcionaba y se ventilaba la “casa chorizo”, y lo traspoló a la arquitectura contemporánea, tanto en viviendas familiares como edificios.
—¿Por qué muchos arquitectos diseñan verdaderos adefesios?
—Tiene que ver con lo económico y se va cediendo, para sobrevivir. Las facultades enseñan algo ideal, que incluso no sé si es para este país, al punto que muchos de mis compañeros emigraron porque no pudieron adaptarse. Trabajé un tiempo en un estudio grande de acá, aunque, por suerte, no en lo constructivo sino en el diseño digital. El patrón dinero manda.
—¿O sea que con poca plata no se puede diseñar y construir bien?
—Se pueden hacer muchísimas cosas buenas y mejorar mucho la forma de vivir pero hace falta hablar más y discutir ideas sobre arquitectura y diseño. La gente cree que si llama a un arquitecto le cobrará mucho y no podrá hacer la casa, y no ve los beneficios de contar con un buen arquitecto que le diga cómo vivir bien y adaptarse a una ciudad con un clima cada vez más hostil. Hay que difundir las buenas costumbres en la construcción.
—¿Los arquitectos tienen una mirada desapegada del entorno?
—Pasa con algunos, pero otros trabajan bien. Estudié Arquitectura para saber cómo vivir bien y en un lugar estéticamente agradable. Respetar el entorno no significa hacer las cosas como antes sino cruzarlas con lo actual.
—¿Sobre qué versó tu tesis?
—Fue en 2000, cuando comenzaron a generarse los grandes centros de distribución y supermercados, así que nos metimos con ese tema pero con una versión regionalista, con mucha parquización y calles anchas. Armamos un gran complejo de centros de distribución en la zona norte de Santa Fe. Fue una especie de aventura, porque resultaba contradictorio. También trabajamos en la ciudad universitaria.
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La decadencia de Paraná
—¿Cuál fue tu primer análisis urbanístico sobre Paraná?
—En aquel entonces Paraná era una ciudad que hasta los santafesinos envidiaban, porque estaba cruzada por la naturaleza y por sus valores urbanísticos, pero cambió mucho, no supimos aprovechar, como otras ciudades, y cada vez se pierde más. La única solución ha sido entubar los arroyos y volverlos calles, algo muy triste, como pasa en muchos otros aspectos.
—¿Qué otras tendencias muestra ese proceso?
—Urbanizar lugares que no se pueden urbanizar, sin asfalto ni servicios, ni siquiera agua potable, y están lejos de tenerla.
—¿Y en lo arquitectónico?
—Hay zonas con resultados interesantes, como el caso de loteos en el Paracao con lindas obras, pero que no están al alcance de todos.
—¿Siempre desarrollaste la faceta artística?
—En la facultad hacía trabajos más relacionados con la estética y la composición que con la arquitectura fuerte. Cuando abrió la carrera de Diseño Gráfico en la UNL comencé a estudiarla, no la terminé pero seguí ligado al diseño 3D, con un estilo simplificado y que insinuara. En 2002 dibujé el Maran Suites porque trabajé para el estudio que hizo el edificio y otros sobre Alameda de la Federación, al igual que un piso en el edificio Octógono. Con el diseño me di cuenta dónde estaba el arte.
—¿Qué corrientes te impresionaban?
—En mi generación de la facultad éramos fanáticos del postmodernismo y del deconstructivismo, razón por la cual me costaba mucho concretar obras.
—¿Por qué?
—Porque lo que veíamos se hacía en Suiza y Francia. El padre de esa filosofía era Jacques Derrida, quien habla remover las viejas estructuras, sacar capas y combinarlas de otra manera. Preguntarse si algo que vemos es así o si hay algo detrás y por qué.
—¿Cómo te modificó en el dibujo?
—La primera parte de la carrera tiene que ver con el funcionalismo y que todo tiene que ser bastante estructurado. El deconstructivismo dice que algo puede ser más estético que funcional, lo cual nos enloqueció y me llevó a vincularme más con el arte, porque era difícil trabajar en un estudio con estas ideas. Mi dibujo se modificó por los libros que veíamos.
—¿Qué desaprendiste en este recorrido?
—El atarme a normas rígidas y cuestionar las formas. ¿Por qué en un comedor la mesa tiene que ubicarse en determinado lugar y al lado tal cosa? Un arquitecto decía que “estamos condenados al funcionalismo”, es verdad, pero también hay que jugar un poco. Mies van der Rohe decía “menos es más” y Robert Venturi, líder del postmodernismo, dijo “menos es aburrido”. Hay que ponerle un poco de onda, como sucedió en el arte a partir de (Pablo) Picasso o cuando arquitectura y arte estuvieron más unidos, como en los rusos después de la revolución y que se apagó un poco tras la postguerra.
—¿Por qué dejaste definitivamente la arquitectura?
—Tuvo que ver con lo familiar porque cerca de 2000 decidí formar una familiar, y tengo cuatro hijos. Comencé a trabajar y evalué otras cuestiones. El tiempo para encarar un estudio de arquitectura era corto, las obligaciones familiares urgían y primera vocación era ser padre, así que mantuve la arquitectura como una especie de hobbie y hacía cosas puntuales que me pedían.
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Retornar al lápiz
—¿Cuándo te involucraste con más intensidad en la actividad artística?
—Después de la pandemia, mientras que antes frecuentaba muestras.
—¿Habías abandonado el lápiz?
—Sí, entre 2000 y 2020 no lo toqué, porque trabajé mucho tiempo con la gráfica digital, pero cuando lo agarré nuevamente no lo dejé. Para mí el lápiz era el Autocad y el Corel.
—¿Cómo fue ese “reencuentro”?
—Fue por el encierro (confinamiento de 2020) ya que decíamos qué hacemos con los chicos, entonces nos poníamos a dibujar y pintar. Desde la mano me llegó al corazón y volví a lo que quería cuando era chico, y cuando dibujaba los planos a lápiz. Igualmente sigo con la compu haciendo bosquejos y probando colores.
—¿Qué habías perdido?
—La soltura, pero rápidamente la recuperé. Ese Juan L. que está allá (señala un dibujo del poeta gualeyo) lo dibujé yo.
—¿Fue lo primero?
—No, cuando terminó la pandemia me relacioné con Mario Milocco, un referente y mi padre artístico, comencé a estudiar con él y lo primero que hice fue un paisaje, en un curso de acuarela, que prácticamente desconocía.
—¿Lo vinculaste con la deconstrucción?
—La acuarela es una gran aliada para ello, porque nunca se sabe hacia dónde va cuando comienza a jugar y expandirse el agua, lo cual me fascinó.
—¿Qué elección hiciste?
—Comencé a trabajar con acuarela y croquis urbanos, hasta que “recordé cómo se dibujaba”, luego “me escapé” y comencé a ver la ciudad y las ciudades como las veo, y como quiero que no se convierta Paraná (ver recuadro). Hay una especie de “pelea” en cuanto a qué edificio es más grande, y tengo una obra en la cual se reflejan sobre el río y es una imagen deformada y fantasmagórica. Ahora quiero trabajar con residuos de envases plásticos.
—¿Cuándo te pleno por primera vez?
—El día que colgué mis obras de la primera muestra, “Viceversa, de la geometría al caos”, en octubre del año pasado, junto con Mónica Atencio, quien también trabaja con acuarela.
—¿A qué hora pintás?
—De noche y los fines de semana, por el silencio.
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—¿Dónde se pueden ver las obras?
—En walarq.com, y con el mismo nombre en Facebook e Instagram, y a partir del 19 de junio tenemos programada una muestra de cinco artistas en el Salón Mariano Moreno del Concejo Deliberante.
Acosta manifestó la necesidad de peatonalizar y semipeatonalizar calles céntricas y criticó la falta de planificación urbanística que incluye la proliferación de torres edilicias. “Poner hormigón en todas partes es una manía innecesaria”, remarcó sobre ciertas tendencias.
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—¿Qué observás en el micro y macro centro de Paraná?
—No ha habido grandes demoliciones ni construcciones aberrantes, como sucede en otros lugares. Hemos respetado bastante el casco histórico aunque hace falta sacar los vehículos, para que se pueda disfrutar. Lo mejor son las semipeatonales y la peatonalización de ciertas calles.
—¿La proliferación de torres colapsará servicios?
—Sí, porque es meter en un lugar con servicios para, por ejemplo, diez casas familiares, 30 familias más. También hay un colapso relacionado con el diseño, la estética de la ciudad y los espacios de calidad. Algunos edificios hacen un aporte a la ciudad, pero otros no. Hay uno, con 20 ventanitas cuadradas, que es un paredón en una esquina, cuando éstas son muy importantes para las ciudades. No hay legislación suficiente y fuerte para evitar eso, al igual que se carece de un plan urbanístico y prima lo económico y el no se puede.
—¿Construimos ciudades para autodestruirnos?
—Lamentablemente el camino es ése. Ojalá que me equivoqué y con el arte lo mostremos, para evitarlo. Estamos construyendo en cualquier lado.
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—¿A qué responde, más allá de negociados y lavado de dinero, la irrefrenable tendencia de poner hormigón en todas partes?
—No lo sé, porque nunca lo sentí. No sé si responde a cuestiones estéticas o comerciales. Es una manía innecesaria y en las pequeñas cosas se puede hacer un aporte al ambiente.
—¿Estás “preso” de la ciudad en cuanto a la temática artística?
—Tengo una serie que se llama Urbanita, en la cual hablo de la relación del hombre, en tensión, con la ciudad, que se le viene encima y colapsa, aunque no le importa porque está abstraído en su mundo. Hay una obra de esa serie, llamada Exhortación, en la cual hay escaleras que no llevan a ningún a ningún lado, te pierden y alguien avisa que no vayas a ese lugar. Tuvo muchas interpretaciones distintas, una psicóloga me dijo que era la mejor imagen que había visto de la depresión y otra persona que había tenido una pesadilla como esa imagen.