Los vampiros existen, y pueden ser peligrosos. Al menos eso es lo que se desprende de un artículo aparecido en el último número la prestigiosa publicación Journal of Psychotherapy and Psychosomatics (Diario de Psicoterapia y Psicosomática), en el que cuatro doctores turcos analizan el caso de un “vampiro” real. Nada que ver con los seres de ultratumba descritos en la mitología, sino que se trata de un compatriota con varios trastornos mentales y una intensa adicción a la ingestión de sangre.
El extraño caso del vampiro real en Turquía
Un joven turco ha sido diagnosticado de vampirismo por ser adicto a beber sangre humana, un hábito que en cierto punto llega a ser socialmente peligroso.
Con tan sólo 23 años, se cortaba los brazos, el pecho y el vientre con hojas de afeitar, recogía su sangre en una taza y se la bebía.
Pronto se volvió tan adicto que se dirigió a otras fuentes para satisfacer su hábito, al que describió "tan urgente como respirar".
Esta persona, cuyo nombre no se revela, incluso indujo a su padre a que le obtuviera bolsas del fluido corporal de los bancos de sangre. El hombre fue detenido varias veces por apuñalar y morder a otros para recoger y beber su sangre.
También sufre amnesia, depresión crónica y el trastorno de identidad disociativo (TID), es decir, en el individuo coexisten varias personalidades.
Los psiquiatras creen que el comportamiento del “vampiro” está relacionado con una serie de sucesos altamente traumáticos ocurridos durante su adolescencia y primera juventud, entre ellos el asesinato de su tío y la muerte de su hija de cuatro meses. También había sido testigo de un crimen, en el que uno de sus amigos cortó la cabeza y el pene de la víctima.
Una trayectoria que coincide con las observaciones de otro estudioso del tema, el psicólogo clínico Richard Noll, que habla de la existencia de un trastorno denominado “vampirismo clínico”, que suele desarrollarse en cuatro fases.
En la primera, el sujeto suele verse involucrado en algún incidente sangriento. La segunda, de autovampirismo, el individuo descubre el placer derivado de la visión o sabor de su propia sangre. Tras una tercera etapa de zoofagia, en la que la persona ingiere sangre de animales, se pasa a una última fase en la que el paciente pasa a consumir de forma compulsiva la de otros seres humanos. Noll menciona expresamente los bancos de sangre, la existencia, en ocasiones, de donantes voluntarios, o los casos criminales de ataques a otras personas.
En este caso, el vampiro se sentía torturado por un “compañero imaginario” que le obligaba a cometer los ataques, y le impulsaba a suicidarse. El artículo describe que, tras el tratamiento, han remitido los impulsos de beber sangre, aunque continúan los síntomas disociativo