Pablo Felizia / De la Redacción de UNO
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Un vallado entre dos ciudades
En la esquina de Santa Fe y Malvinas, la cola de autos se veía hasta la altura de la Casa de Gobierno. Eran las 10 o un poco más tarde. Una mujer había atravesado su vehículo en la mitad de la calle como un piquete espontáneo. Los policías –había uno cada tres metros– le pedían que por favor se meta en la subida de su cochera. Ella no se animaba, tenía que pasar muy fino ante otros que estaban estacionados. “¡Dale!”, fue el grito de un conductor más atrás; nada de puteadas, nada de malas palabras. La señora apagó el motor, se bajó y le dio la llave a uno de los uniformados que trataban de apurarla. “Hacelo vos”, dijo y la orden civil fue acatada de inmediato; el tráfico comenzó a avanzar.
Por Santa Fe había varios vecinos en sus balcones que miraban el movimiento y a los hombres de seguridad. Se corrió la bola que por Mitre iban a pasar los presidentes que se dirigían a La Vieja Usina. Algunos con mate en mano, ojotas y por el medio de la calle, varios salieron de sus casas en esa dirección. “Está todo tranquilo y ahora hay mucha seguridad. Si tenés papeles está todo bien, caminás por todos lados. Esto pasa una vez y hay que acompañar”, dijo Norma Ríos, una vecina del lugar que vive del otro lado de las vallas.
“Sí, pero tenían que venir todos estos para que la cosa esté así”, acotó, filoso, Eitan de 12 años y su abuela le pidió que bajara el tono de voz. De inmediato y camino a la esquina de Mitre, arremetió enseguida:
—Está lleno de francotiradores, en el edificio donde vive mi tía hay tres.
—¿Viste alguno?, fue la pregunta obligada del cronista.
—No, a ninguno, pero se ven las puntas de las armas.
Eitan acompañó a UNO a conocer la Paraná del otro lado, donde la seguridad estaba calculada al milímetro, a donde no se podía pasar si no se vivía ahí o si no se llevaba credencial, como efectivamente faltaba.
Atrás quedaban los bocinazos y la cola de autos; adelante, a calle limpia y por el asfalto, todos se acercaban a las esquinas para saludar a los presidentes.
Una señora que llevaba en coche a un niño, dijo al pasar: “Ayer me lo crucé al de Paraguay, había un montón de bocinazos y sirenas y me despertaron al nene”. Fue un comentario raro, pero casi todos ya se apostaban, entre ellos Eitan y sus abuelos que de paso contaron que por estos días podían hasta dejar las puertas de sus casas abiertas que total no pasaba nada. En un momento el chico se separó del grupo y se acercó a la Policía que estaba parada bien en el medio de la calle.
—Sí, me dijeron que sí –dijo al volver
—¿Que sí, qué? – otra pregunta obligada.
—La Policía me dijo que sí hay francotiradores – y para ese entonces ya teníamos una corroboración oficial.
Eitan, según la enciclopedia virtual, es un nombre hebreo y significa ‘fuerte’. A cambio de la información sobre los francotiradores y de la ayuda para poder ingresar a la zona prohibida sin papeles, pidió que lo nombre en la crónica. La promesa está cumplida.
Por Mitre pasó en ese momento Evo Morales y una señora saltó enloquecida y a los gritos aclaró: “Me saludó a mí” y todos alrededor le dejaron el triunfo. Después fue el turno del presidente de Paraguay, Horacio Cartés y se lo pudo ver hasta toser adentro del auto al intentar saludar a quienes estaban parados en la vereda.
Del otro lado del cordón de seguridad, seguían los problemas con el tránsito y los bocinazos de quienes querían pasar y debían esperar el paso.
El helicóptero o uno de los tantos que sobrevolaron la ciudad en estos días, seguía su curso de un lado al otro como si bordeara la zona protegida. En la plaza Alvear, limpia, arreglada y prolija, las banderas argentinas adornaban los postes de luz, lo mismo en cada institución, como en la Facultad de Ciencias de la Educación y en casas de la zona.
En la Peatonal, los empleados municipales aún relucían sus nuevas y limpias camisas blancas, en los balcones había más de uno con la mirada a lo lejos para ver desde la altura algún detalle y la vida parecía continuar con la cola para entrar al cajero, los vendedores ambulantes, los colectivos, las chicas que ofrecían papelitos con perfumes y un par de nubes que cada tanto amenazaban al calor del Litoral.
A menos de cinco cuadras, a tres o a dos, los líderes políticos de una gran parte del continente ya empezaban con sus discursos. Del otro lado de las vallas, los que dan pelea a diario, seguían con su esfuerzo cotidiano.