Pablo Felizia / De la Redacción de UNO
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Un barrio atravesado por la U con bailes de zapatos y corbatas
Barrio Corrales era una zona muy amplia de Paraná con campos, montes, vacas, lecheros de paso y vecinos que empezaban a construir sus primeras viviendas. La fundación del Club Universitario data de 1942, y más de dos décadas después, con la apertura del Túnel, Blas Parera se transformó en una avenida fundamental para la vida en la capital provincial y la institución deportiva creció hasta darle nombre a manzanas con diagonales, atravesadas por arroyos y vertientes. Entre sus mitos, hay quienes aseguran que Sandro, después de un recital en el lugar, besó en la boca a más de una bajo la luz de farolas callejeras en Río Negro al 500.
En la denominación oficial, el barrio Universitario limita con Dos Arroyos, tiene en su vértice a Paraná XIV, frente a La Milagrosa, Corrales en una esquina, La Perlita en una punta, un poco de Cuenca de Unamuno, atrás a Ciudad de Paraná, 25 de Mayo e Itatí. UNO recorrió las calles del lugar junto a José Mauricio Cantagallo, vicepresidente de la comisión vecinal. Muchos en la zona son trabajadores de Cotapa, la fábrica más importante entre esas calles.
Pascual Bruno Altamirano, plomero y gasista, inspector de todas las cañerías del hospital San Martín en su construcción, hoy tiene 94 años y es uno de los vecinos que vio urbanizarse toda esa extensión de campos y montes. Llegó al barrio cuando todavía no era nada, apenas un sendero que terminaba en Churruarín y Rondeau, esquina asfaltada y parada de la entonces Línea 1 de colectivos.
Acompañado por Julia Hermelinda Salgaro, su esposa, dijo a UNO: “Soy el plomero más viejo, todavía hago algo y me gano una changa”.
Los dos fueron los primeros en tener teléfono hace más de 30 años. “Siempre se le abrió la puerta a todos”, contó Salgaro y su numeración fue compartida durante una década por casi todas las familias que vivían sobre Blas Parera y calles cercanas.
Zuly es el nombre de la despensa más antigua del barrio. Su dueña es Zulema Ernestina Rodríguez de Deharbe, tiene 88 años. Contó que al llegar al barrio solo estaban su casa, otras tres y el club. Su marido era camionero y a principio de 1970 abrió el boliche que se mantiene hasta hoy.
Hasta su comercio llegaban de todos lados y aún guarda una cantidad considerable de libretas con papeles amarillos por el paso del tiempo y fiados incobrables. “Los conocí a todos, desde que eran chiquitos. Al que no tenía, yo le daba igual”, dijo en la cocina de su casa.
Entre sus recuerdos más importantes del barrio, habló de los bailes que organizaba el club y que aún permanecen en el recuerdo de los paranaenses. “En las fiestas de carnaval nos disfrazábamos todos y una noche tiraron abajo el alambrado del club para que entrara más gente”.
Aseguró, sus familiares lo corroboraron y también otros vecinos consultados por lo mismo, que durante finales de la década del 60 y todo 1970, ningún varón entraba a la conga si no llevaba traje, zapatos y corbata. “Las mujeres teníamos que estar bien vestidas”, agregó.
Los Iracundos sonaron sus acordes en el barrio, la voz de Palito Ortega se escuchó en vivo en las esquinas, Sergio Denis se robó varios suspiros y uno de los más grandes de todos los tiempos, Sandro, irrumpió una nochecita de 1977. Archivos inconfesables, no corroborados y faltos de rigor, dan cuenta de que llegaron al Club Universitario mujeres de toda la provincia. Hay más de una, afirmaron, que pudo chantarle un beso en la boca.
¿Cuántos barrios guardan en su haber momentos memorables, fiestas inolvidables, carnavales con alambrados rotos, urbanización acelerada y vecinos capaces de prestar durante una década la única línea de teléfono? En avenida Blas Parera, entre Churruarín y Almafuerte, los vecinos del lugar tienen la respuesta.
Nombres
Carlos Alfonso Kapp tiene 58 años y hace 36 que mantiene una gomería en Blas Parera. Ayer llevaba la remera de River con alegría y el pantalón deportivo oficial de Unión de Santa Fe. “Me lo regaló Fausto Montero”, dijo a UNO mientras llegaban nuevos clientes y aseguró ser hincha de los dos clubes.
En las paredes de su taller no hay imágenes de mujeres sin ropa, de esas clásicas con grandes ojos y pulposas mejillas; por el contrario, los pósters son religiosos y de la Virgen María. “Es que somos muy creyentes”, justificó.
Contó que el barrio era tranquilo, pero que ahora cambió mucho, como que es más violento. Está convencido, igual, de que las medidas de control de motos por la Policía fueron positivas y disminuyó de alguna manera algún índice de arrebatos cotidianos.
Entre las manzanas del Universitario resuenan apellidos futboleros de una cantera propia: además de Montero, se escucha nombrar a Sebastián Bértoli, a Leonardo Acosta o Hugo Fontana, entre otros.
Juan José Cantagallo, padre del vicepresidente de la vecinal, además de ser ciclista tiene montado un taller donde arregla bicicletas.
En sus recuerdos sostiene que en la década del 60 había un jugador de apellido Caraballo que era muy bueno y un 9, un tal Clariá que la mandaba siempre a guardar debajo de la red.
El Club Universitario no solo nombra al barrio; es el deporte, el lugar de esparcimiento, fue el espacio para el encuentro, son sus fiestas inolvidables y un orgullo que distingue a los vecinos.
Un espacio
José Mauricio Cantagallo, vicepresidente de la vecinal, contó sobre algunas necesidades del barrio. En la recorrida que hizo UNO con él, los vecinos también aportaron lo suyo y hubo coincidencias.
Hoy están en la pelea de lograr tener un salón comunitario al que no haya que pagar para usarlo y que sirva para brindar talleres gratuitos a los vecinos.
También mencionó y en esto coincidieron varios, la necesidad de contar con una sala de salud, centro de atención primaria en la zona o al menos un dispensario.
El asfalto llegó al barrio Universitario a principios de la década del 80 y ya sobre finales de 1969 hizo su aparición el tendido eléctrico. Para las cloacas, debieron esperar hasta 1990.