“Toda la medicalización que se da en el parto es aberrante”

Diálogo Abierto: Jimena Zeballos, doula. Matar al padre. La señal de Freud.¿Disfrute o patología? Un intruso en la parición
15 de diciembre 2014 · 07:35hs

Julio Vallana / De la Redacción de UNO
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La medicalización de la vida cotidiana alude a los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica. En ese afán de las corporaciones por rediseñar la vida humana en función de sus intereses, la Medicina se ha apoderado y patologizado procesos normales como la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte. El parto no es la excepción. Jimena Zeballos es doula y promotora de las ideas del obstetra francés Michel Odent, quien cuestiona severamente esta invasión sobre la fisiología humana. Sobre esto y sobre la experiencia de parir como se desea y en su propia casa –tal cual ella lo hizo– fue el diálogo.

 

 

Quemarse la cabeza

 

—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en calle Tala y San Juan.

 

—¿Hasta qué edad viviste allí?
—Hasta que terminé el Secundario, cuando me fui a Buenos Aires por cinco años, sin saber a qué aunque con la promesa de que estudiaría. No daba pie con bola porque salí del colegio sin saber qué quería hacer. Mi novio estaba allá, laburé mucho y estudié Marketing –hubo un profesor genial que me dijo: “¿Qué hacés vos acá?”–, estuve en un shopping a cargo de gente y me quemé la cabeza, lo cual me hizo bien para saber que no tenía nada que ver conmigo. Y comencé a estudiar Psicología en la UBA.

 

 

—¿Cómo era tu barrio?
—Había muchos chicos y vivíamos jugando; la infancia fue en el club Echagüe, con mis hermanas. Ahora no reconozco la zona porque hay muchos edificios y ha quedado solo gente mayor.

 

 

—¿A qué jugabas?
—Escondida, cachada, elástico, rayuela, en la calle y en el fondo de casa –que era una especie de casa del pueblo. Fui bastante casera y a mi vieja le gustaba recibir gente.

 

 

—¿Competiste en natación?
—Cuando chica sí y cuando decidí dejar andaba muy bien, sobre todo en estilo mariposa.

 

 

—¿Qué actividades laborales desarrollaban tus padres?
—Mi vieja comenzó haciendo una suplencia en Tribunales y se jubiló allí. Es profesora de Química –pero nunca ejerció– y visitadora médica –a lo que tampoco se dedicó. Mucho tiempo durante mi infancia ella tejía a máquina. Era muy laburadora y es polenta, demasiado. Es madre de los nietos y de los sobrinos, de todos. Mi viejo se fue de casa cuando yo tenía 5 años y lo perdimos de vista. Nos hemos visto un par de veces pero no hay onda, tiene cuestiones que no me interesan y muchas de las cosas que rechazo de la vida.

 

 

 

—¿Practicaste alguna afición durante bastante tiempo?
—La música. A los 13 comencé a estudiar batería y un poco de guitarra. Comenzaba y dejaba todo, al igual que Inglés –casi siendo profesora.

 

 

 

—¿Se escuchaba música en tu casa?
—Sí, muchísimo: clásica, folclore, tango, mi vieja y su marido, y nosotros poníamos el rock.

 

 

—¿La asociabas con tu futuro?
—No; después fue la trompeta, hasta hoy.

 

 

 

—¿Por qué la trompeta?
—Escuchaba jazz y hay un disco de (Louis) Armstrong y Ella Fitzgerald –Porgy and Bess– el cual me fascinó, aunque en ese momento no me di cuenta. Después me di cuenta de que las bandas rockeras que tenían viento –sobre todo trompeta– eran de otro estadio. Comencé a estudiar en la escuela de música, pero no me gustó, ahorré para comprar el instrumento, me compré una buena y estudié con un profesor de Santa Fe. Hace unos años que la dejé –por el embarazo– pero retomaré en 2015. Una vez tuve una sensación corporal muy emocionante y sorprendente –porque es un instrumento muy expansivo– con las notas graves.

 

 

—¿Sentiste nuevamente esa sensación?
—Los primeros años son de mucho laburo y tienen que ver con la respiración –por lo que volví a nadar y a hacer yoga. Esas sensaciones han sido cuando he estado en notas graves –con mucho aire y mucha apertura– que es cuando me encuentro con lo lindo, con algo que va al cuerpo.

 

 

—¿Preferías alguna materia de la Secundaria?
—Para mí la Secundaria fue zafar y vagancia; nadie daba un mango por mí cuando dije que me iba a estudiar. Fue hermoso por los amigos pero no siento que me haya servido para nada, salvo un par de profesores que eran apasionados.

 

 

—¿Había biblioteca en tu casa?
—Sí, muchos libros, mis hermanas leían y me acuerdo de Mujercitas y Hombrecitos, que fueron una gran compañía. Recuerdo el olor y los dibujos de esos libros. Estaba la colección Billiken. Cuando crecí, me enganché con las novelas, leí El perfume, me acerqué a Borges pero no entendí nada, luego fue Cortázar y fue amor absoluto, hasta hoy.

 

 

—¿Por qué?
—Me sorprende lo que ha hecho con las sensaciones: lloraba emocionada con algo y a las dos páginas me estaba riendo. A veces tenía que cerrar el libro y estar un rato procesando. Sus cuentos son inigualables, es de otro planeta.

 

 

—¿Había un puente entre la literatura y la música?
—No sé, debe haberlo. Cuando lo releí, encontré que también le gustaba la trompeta, y tiene unos escritos sobre Armstrong cuando lo fue a ver a un concierto que son una maravilla.

 

 

—¿Qué encontrás en las relecturas?
—Siempre hay otras cosas que no viste antes, y además uno no es el mismo. Cuando me sentía sola me buscaba un libro de Cortázar.

 

 

—¿Qué universo construías en torno a la música?
—El de los amigos: siempre tuve amigos que fueron músicos y tocaban. En la época del colegio era rockera y algo metalera.

 

 

—¿Referencias?
—Íbamos a ver Sudaca, Letargo, Post Mortem, Curvo, Verde Líquido…

 

 

—¿Ejecutabas un instrumento?
—Era muy tímida, solo hacía el aguante. Mi pareja toca el bajo.

 

 

—¿Sentías una vocación?
—Siempre decía que estudiaría Medicina, pero cuando llegué a 5º año dije “ni loca”, aunque hay cosas del cuerpo y la fisiología que me fascinan. El marido de mi vieja era médico clínico, sabía y trabajaba mucho. Me fascinaban sus libros y sus modos, pero me aconsejaba que no siguiera porque es muy ingrato. Terminó muy enfermo y con varios infartos.

 

 

—¿Por qué volviste de Buenos Aires?
—Porque se me quemó la cabeza. Encontré un libro de Freud y me encantó.

 

 

—¿Cuál?
—Psicopatología de la vida cotidiana.

 

 

—¿Dónde lo encontraste?
—En una parada de colectivos. En ese momento lo tomé como “una señal” (risas). Me identifiqué mucho; fue una maravilla.

 

 

—¿Un concepto que fue un punto de inflexión?
—Habla de lo que nos pasa todos los días: los equívocos, olvidos, sueños, síntomas… Me parecía algo detectivesco que estaba bueno. Estaba terminando la carrera de Marketing y la padecía. Fue muy importante porque me di cuenta de todo lo que no quería de la vida.

 

 

La señal del libro

 

—¿Hiciste buena plata?
—Ahorré un montón porque trabajaba mucho y no tenía tiempo para hacer nada. Así que renuncié, me compré una bicicleta, comencé otra vida y comencé a estudiar Psicología a distancia. Pero no me banqué más Buenos Aires, el ritmo y su gente, nada.

 

 

—¿Estudiar Psicología tuvo relación con el libro y Freud?
—¡Sí, totalmente! Luego seguí estudiando acá –en la Uader–, me fue muy bien en los primeros años y estoy en una pausa sana, porque comencé a no coincidir con algunos aspectos del psicoanálisis y a laburar con las mujeres y encontrarme con la femineidad de otra forma, lo cual fue un cambio. Comencé otra búsqueda relacionada con la calidad de vida.

 

—¿Te imaginás como psicóloga?
—No imagino lo de tener mi consultorio y atender así, me copaba la investigación en torno de los niños y la educación, y laburar en alguna institución. 

 

—¿Te resultó una forma menos “cruenta” que la Medicina para entender qué pasa por el cuerpo y la mente?
—Sí, y además hice terapia varios años. Cuando fui más grande pensé que no me afectaba la ida de mi viejo pero tenía mucho enrosque con la cuestión de la paternidad, qué es un hijo, qué es un padre, las relaciones, que no se supiera quién era mi viejo y no recordara su voz… Fueron muchas búsquedas y años de estar enroscada con eso. Estuvo muy bueno, pude hablar con él y decirle que no quería tener nada que ver con él porque solo me despertaba cosas feas. También hablé cosas con mi vieja.

 

 

 

La revolución de Odent

 

—¿Qué implicó al principio repensarte como mujer?
—Comenzó en los círculos de mujeres y fue aceptarme, conocerme, pensarme como madre –con el deseo de serlo–, y después de ese laburo personal vino el flash al comparar las “dos maternidades”, esos extremos, esos opuestos que me asombraron, enamorarme de la mujer y su poder de crear vida. Participar de un curso de tres días en Buenos Aires con Michel Odent (Ver recuadro) terminó de darme el empujón para dejar un laburo y resignar unos mangos, porque cada vez me daba menos alegría. Me pregunté: ¿A qué y a quiénes les estoy entregando mi tiempo y mi energía? Me di cuenta de que quería dedicarme a “doulear”, a acompañar a otras mujeres en la aventura de convertirse en madres.

 

 

—¿Cuál fue el mayor impacto de las ideas de Odent?
—Escucharlo desde un lugar de mucha sensibilidad y simpleza, de que es mucho más simple, y que también es muy fácil arruinar un parto que viene bien, por lo de querer “hacer” y “decir”. Descubrí muchas cosas que desconocía y que todo puede ser más simple, sobre todo el parto en un entorno adecuado. Si tenés en cuenta la fisiología, es muy simple. Lo que sucede es que lo estamos arruinando desde hace muchos años.

 

 

—En términos de la historia de la humanidad la medicalización del parto no es un lapso demasiado importante.
—Es poco el tiempo, pero están muy arraigados los protocolos y rutinas, que no se cuestionan, cuando en realidad la intervención tiene que ser solo si hace falta o no fluye naturalmente. Lo excepcional hoy es regla. Lo que tiene que ser para el dos por ciento hoy es para el cien y así estamos como estamos. Una de las frases más repetidas de Odent es que “para cambiar el mundo, primero debemos cambiar la forma de nacer.” Y pienso en Holanda, el país con más partos en casa o casas de parto, y que ha cerrado cárceles por falta de presos.

 

 

—¿El desaprendizaje más importante?
—Dejar de lado un poco la cabeza, la intelectualidad, largar el laburo y ser dueña de mis tiempos, porque te organiza la vida. También significó resignar, darse cuenta de que no se necesitan grandes cosas, priorizar un embarazo, parto y crianza de determinada calidad.

 

 

—¿La clave que diferencia este paradigma del modelo dominante de parto y maternidad?
—La palabra es disfrute, que el embarazo tiene que ver con la normalidad, con un estado natural y –si te lo permitís– de plenitud total. Una partera francesa dice que parir “es acompañar a tu hijo a nacer.” El mejor momento fue el embarazo y me ordenó mucho, con cambios muy positivos y alegres. El parto es un proceso fisiológico, involuntario, ocurre solo –si lo dejamos– fluye, en la mayoría de los casos, lo natural es justamente que fluya. Me encanta eso de “acompañarlo”, es mucho más simple, es respirar y permitir la apertura. Nuestro bebé sabe, nosotras también, es instintivo y los dos estamos dotados de esa sabiduría, es confiar, entregarse.

 

 —¿El no disfrute es consecuencia solo de la apropiación del proceso por la Medicina?
  —Tiene que ver con todo: con el estilo de vida, el consumo y el laburo que no se disfruta.

 

 

  —Convengamos que la mayoría tiene que trabajar.
  —Sí, no digo que para ser madre haya que dejar de laburar. Pero también está bueno priorizar otro tipo de conexión con el cuerpo y el hijo.

 

 

  —¿Dos o tres aspectos para reconducirlo hacia el disfrute?
  —En el momento del embarazo, correrse de los controles prenatales de rutina: pensar por qué y para qué. Solo preguntando eso, cambiaría bastante. Seis ecografías en nueve meses es una bestialidad y no está comprobado que sea inocuo, menos en el primer trimestre. Noto que las mujeres cada vez que salen del consultorio lo hacen angustiadas, ansiosas y temerosas. Hay que hacer preguntas porque es una búsqueda constante de la patología, incluso antes de estar embarazada. En general, está todo bien, lo raro es que esté mal, y lo importante es que la mujer esté bien. Odent se dio cuenta de que las embarazadas la pasaban mejor si se juntaban, cantaban, tocaban el piano, bailaban… En cuanto al momento del parto necesitamos que la mujer no esté generando adrenalina, sino oxitocina –la principal hormona involucrada en el nacimiento– para que esté contenida y tranquila, descartar que el que hace es el médico –que no tiene nada que ver con la mujer. En el parto no hay que hacer, hay que dejarlo que fluya. Cuando comenzamos a hacer nos lleva a hacer otras cosas y entramos en una cascada de intervenciones y por eso hay que controlar.
 

 

 

La oxitocina y el amor

 

 —¿Qué es lo más invasivo de la patologización del parto?
—Todo. Que una mujer llegue con contracciones y se le coloque el famoso goteo afuera, es tremendo, porque estás inhibiendo la del propio cuerpo –que tiene un sentido natural de compuestos químicos y hormonas. Esto se interviene, se anula y dejo de producir mi propia oxitocina, que también es necesaria para mi hijo para que comience el apego y la lactancia. Con esa intervención las contracciones son más seguidas, dolorosas, no las soporta el bebé ni la madre, entra a jugar una anestesia –por eso nacen bebés adormilados–, madres que no se conectan y por eso tiene que haber alguien dirigiendo. Todo es una aberración, al igual que no permitirle al bebé cuándo quiere llegar y sacarlo cuando se le ocurre el médico o a la madre. Programar una cesárea sin trabajo de parto –cuando el bebé manda una señal– es una de las peores violencias. Sus pulmones no están del todo listos. Está vendido que la cesárea es lo mismo que el parto y no es lo mismo para nadie. Es una cirugía, hay riesgos y la mujer no estará cómoda, a veces se complica, hay sutura… no es una pavada.

 

 

—¿Por qué a la oxitocina se la denomina la hormona del amor?
—Más allá de los efectos “mecánicos” –contracción uterina y del pecho para dar de mamar– se vio que está presente en todos los episodios que tienen que ver con la sexualidad humana, la vida reproductiva, el amor, la socialización, la capacidad de amar básicamente –a uno mismo y a los otros–, de ahí la denominación. Entonces,  para dar a luz, las mujeres tenemos que segregar un complejo cóctel de hormonas del amor, nuestros hijos nacen bañados por esas mismas hormonas y esto favorece al necesario apego que se da entre mamá-bebé y la lactancia, entre otras maravillas.

 

—¿Hay una “epidemia” intencional de cesáreas con fines económicos y de optimización del sistema médico y no de la calidad de vida de las embarazadas?
—Sí y es preocupante porque estamos inutilizando el sistema oxitócico de nuestros cuerpos y de nuestras crías, estamos debilitando y anulando ese sistema que está en intima relación con nuestra capacidad de amar.  Odent plantea ciertas preguntas que –como mínimo– son inquietantes: ¿Qué pasa con el sistema oxitócico si sigue siendo progresivamente inutilizado y debilitado? Cuando sabemos que lo que no se usa se atrofia…

 

 

Lo horrendo del entorno

 

—¿Pariste como querías?
—Sí, en cuanto al embarazo y el parto. Mi idea era parir en casa. Cuando estuve haciendo guardias en hospitales de Córdoba terminé de decidir que al hospital no iría. Fue muy angustiante porque todo lo que había visto y leído, allí comprobé que era absolutamente todo lo contrario: luces, gritos, gente en soledad, manoseo, entraban y salían… fue tremendo. Obviamente que hay clínicas donde si estás acompañada por una partera, eso no pasa. Pero lo que vi en lo público es soledad absoluta.

 

—¿Te conmocionó un caso en particular?
—Estaba haciendo guardia como doula en un hospital maternal público. Había dos chicas, solas –una de ellas había tenido un aborto– y nunca vi que las miraran y les preguntaran cómo estaban. Tenían mucho miedo y no dejaron entrar a sus familiares, hasta que intercedimos por eso. Las condiciones eran horrendas por eso le dijimos que se moviera y se pusiera cómoda, que si quería ir al baño lo hiciera, y le hicimos masajes. Tratamos de suavizar sin entrar en discordia con las enfermeras para que no hubiera tanta gente. Solo la tratamos bien y le preguntamos qué necesitaba.

 

 

—¿Cuál es la importancia del entorno?
  —Para parir fisiológicamente a pura hormonas de nuestros cuerpos necesitamos un ambiente cálido, acogedor, que nos haga sentir seguras, confiadas, cuidadas, no observadas ni controladas, con la adrenalina baja, en silencio y penumbra.  Si logramos ver todo como un proceso nos damos cuenta de que el ambiente para parir y lactar debiera ser el mismo en el que hacemos el amor, por la intimidad y la sensación de seguridad y amor.

 

 

 

Un día como tantos

 

 

—¿Cómo fue la relación con los profesionales involucrados en tu embarazo?
—Fue una búsqueda. Comencé a hablar y a pedir, y ahí fue distinto.

 

 

—¿Qué te decían?
—Estuvo re bien y me respetaron, pero cambió la mirada. Comenzamos a hablar y no a acatar órdenes.

 

 

—¿No estuvo eso de “es tu responsabilidad”?
—No; hubo cosas que negociar, como una inyección para que no haya hemorragia –que para mí es innecesaria– y una vitamina K que le ponen al bebé. Hay muchas cosas tremendas que también les hacen a ellos, lo cual también me decidió a parir en casa porque no iba a permitir que le hicieran eso, cuando no hace falta.

 

 

—¿Cómo fue?
—Mágico, sorprendente, rápido, no recuerdo dolor, aunque sí que fue algo intenso, como un fuego. Lo viví como un día más, como siento que es: nació en la misma pieza que lo gestamos, salió y estuvo conmigo, tomó la teta, nos acostamos a dormir y nos levantamos al otro día… un continuado. Mi novio se copó con todo y no tuve que convencerlo de nada. 

 

 

—¿Consideraste que debías difundir el parto natural tras parir así?
—Ya lo hacía antes, pero estaba un poco tímida porque no lo había pasado. Después de haber parido estuve mucho más envalentonada, no solo por los libros, sino por una hermosa experiencia en un ambiente cuidado. Una mujer después de tener un parto fisiológico –sin intervenciones ni hormonas de afuera  ni anestesias, etc– es otra mujer, siente que lo puede todo, que es capaz de todo, mucho más fuerte, poderosa, la autoestima se expande, pero esa fuerza y ese poder es desde un lugar amoroso y respetuoso. Lo digo por mi experiencia y por la de tantas mujeres que lo atravesaron. Es unánime.

 

 

 

Obstetras patriarcales

 

 

—¿La resistencia a esta modalidad pasa por el miedo que instala el sistema médico?
—Sí, absolutamente y por eso el trabajo es desandar el miedo. Yo no pongo el foco en el parto en casa, sino en el cómo y en recuperar el placer y la confianza. Hablamos mucho de fisiología y leyes naturales de que todo lo que es potencialmente riesgoso no es tan así –con evidencias médicas y científicas como las que recomienda la OMS.

 

 

—¿En qué consiste el trabajo de difusión?
—Los miércoles hacemos un taller en España 581 con mi hermana, que es profesora de Educación Física y tiene mucho laburo en psicomotricidad y con esto que estamos hablando. Dejamos un poco de lado la cabeza, movemos el cuerpo y con las embarazadas trabajamos en la pileta porque ofrece otras posibilidades. Bailamos, charlamos, nos contenemos y en ese transcurso muchas cambian de ginecólogo. En Facebook tengo un sitio que se llama lunamatriz donde incluyo información y eventos.

 

 

—¿Los médicos son permeables cuando se hacen los planteos y sugerencias?
—Con alguna gente comienza a lograrse un acercamiento, pero hay que pedir y laburar. Estamos en una transición y espero que aparezcan obstetras con otra cabeza y una mirada más natural, de menor intervención y de reconocer que su lugar es si hace falta y para acompañar. Falta una mirada más empática y flexible, porque el miedo está muy instalado en las clínicas.

 

 

—¿Y las mujeres?
—No veo diferencia entre mujer y varón porque es la misma mirada patriarcal, y a veces es más fuerte en la mujer. Nuestro gran gurú es Odent –que es un hombre– y cuando vino a Argentina estuvo Fernando Daverio –un obstetra maravilloso de La Plata. Son hombres sensibles que pudieron ver esto y se magnificaron frente al poder de la mujer. Obviamente que hay parteras revolucionarias pero las obstetras, en general, son duras y hasta eligen tener sus hijos por cesárea. La formación académica es ochenta por ciento patología y veinte fisiología, por eso no lo ven. Si hay tanta mujer que comienza a pedir otra cosa y evidencia, hay que revisarlo.

 

 

 

Sin antagonismos

 

—¿Cómo te definirías?
—Una madre enamorada de su hijo que se deja enseñar, una mujer que intenta que los embarazos y los partos sean más felices y respetados en amor, una mujer enamorada de la mujer y de lo que tiene para dar y hacer. La maternidad es más simple, solo hay que preguntar y escuchar. Me defino como doula.

 

—Es una palabra desconocida.
—Significa esclava –en griego. Cuando vino Odent –porque parecía fuerte esa palabra– comenzó a usar el paramana doula, o sea una mujer que está con otra mujer. Es eso: estar, acompañar, contener…

 

 

—¿Por qué surgieron?
 —Por una necesidad. Las mujeres al momento del parto estaban solas, desamparadas, humilladas, cosificadas, patologizadas y se vio que si estaban acompañadas y contenidas, los partos se desarrollaban mejor, y los pedidos de analgesia y anestesia disminuían –al igual que las tasas de cesáreas. Todo redunda en una mejor vivencia de la experiencia, salud, empoderamiento, una mujer mejor plantada para sostener, amamantar, cuidar y criar a su hijo. Es evidencia científica. Apareció porque la partera, o bien desapareció –reemplazada por médicos obstetras– o pasó a ser una integrante más del equipo médico, casi una asistente, perdiendo autonomía y autoestima. Obviamente hay excepciones y hay parteras que siguen parteando, acompañando y asistiendo a las mujeres en sus embarazos y partos, y lo hacen desde el completo respeto, amor y miramiento, pero lamentablemente no es la regla.

 

 

—¿Hay parteras?
—En nuestro país afortunadamente hay muchas –y más aún en nuestra zona– pero mundialmente se las barrió como la persona idónea para asistir los partos. Los embarazos y partos son en la inmensa mayoría “controlados” por médicos obstetras con la obvia consecuencia de patologizar –porque así fueron formados– algo absolutamente natural y del orden de la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hace 30 años que pregona que la persona idónea es la partera y que solo si aparece la patología debiera entrar en escena el obstetra. Estamos al revés. Igual, soy –y somos muchos– optimista en este punto, la partera está reapareciendo, los movimientos por el parto y nacimiento respetados son cada vez más numerosos y se están  logrando muchas cosas, entre otras que resurja la partería desde esa mirada.

 

 

—¿Se complementan parteras y doulas?
—No debiera haber antagonismos ni rivalidades; es ridículo, debiéramos complementarnos y laburar juntas en pos del beneficio de la mujer y su hijo, y punto. Y ambas, asistir y acompañar, interviniendo solo lo justo y necesario cuando es realmente indispensable. Con disponibilidad de tiempo y disponibilidad emocional, esto me parece fundamental para todos los que rodeamos a la mujer –sean cuales fueran las funciones de cada quien. Implica estudio constante, actualizarse, desde lo “técnico” pero revisarse también desde lo emocional; es primordial el laburo personal, no se puede acompañar la emocionalidad ajena si una está desconectada de la propia o la desconoce o la rechaza, no se puede, o mejor dicho, no se debe, es iatrogenia y si no terminamos cayendo en lo mismo que queremos revertir. Como doulas tenemos que cuidarnos de mantenernos alejadas del paradigma del “hacer”. Tiene que primar el “ser”.

 

 

 

El redescubrimiento de Odent

 


El doctor Michel Odent es un obstetra francés precursor del parto en el agua, del retorno al parto natural y de estudios e investigaciones en torno al nacimiento y la salud primal, entendiendo a esta como la incidencia a largo plazo de elementos y acontecimientos que sucedieron en la etapa que abarca desde la gestación, el período perinatal y el primer año de vida.

 

Asegura que la capacidad de amar se desarrolla –en gran medida– en el período perinatal y tiene relación directa con la duración y la calidad de la lactancia materna, la calidad del contacto que recibe el niño de sus progenitores y la inyecta de oxitocina, lo cual también vincula con la incidencia enorme en la aparición de posteriores enfermedades, criminalidad, suicidio y adicciones. Así, postula que la situación emocional de la madre embarazada es determinante en el futuro tanto psíquico como físico del individuo.

 

 

Odent ha redescubierto y aplicado en su trabajo el proceso natural de nacimiento de los mamíferos y por extensión del ser humano, para lo cual recurrió a estudios de etólogos, fisiólogos y neurólogos, lo cual lo llevó a recrear el marco de un parto y una crianza auténticamente natural. En paralelo, fue el primer científico en presentar un artículo sobre la iniciación a la lactancia materna durante la hora siguiente al nacimiento.

 

 

Además de numerosos artículos en revistas científicas, ha publicado 11 libros de divulgación, traducidos a más de 20 idiomas.

 

 

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