“La vida con M. no era simple como pensaba que iba a ser. Una a veces piensa que el amor es suficiente para enfrentar todo, pero después se da cuenta que amor no es solamente afecto, sino que es también trabajo y compromiso. Y esa segunda parte sólo la estaba poniendo yo. Me cansé pero soporté hasta el final; lo más irónico es que él fue el que me dejó”, así describe S. la relación en la que estaba antes de conocer a E., con quien está por casarse.
UNO de Corazones: E & S
Con M., su ex, se habían conocido cuando ella tenía 28 y él 25, en el cumpleaños de una amiga en común. Fue un flechazo instantáneo: “M. era muy divertido, ocurrente, y muy lindo también. Cuando vi que estaba tratando de llamarme la atención a mí, me sentí súper halagada”, cuenta S.
En la fiesta intercambiaron sus whatsapp y después de eso concretaron tres citas antes de pasar a algo un poco más serio. A los tres meses fue el cumpleaños de ella y decidió aprovechar la ocasión para presentárselo a su familia.
Al principio todo iba bien, se divertían y la pasaban muy bien juntos. Pero el tiempo pasaba, y las cosas seguían exactamente igual. Noviazgo de fin de semana, o a lo sumo, un encuentro a la mitad. Para S. la relación tenía que evolucionar, así que tras un año y medio de noviazgo le propuso a M. dar un paso más: mudarse juntos.
“Al principio no lo noté muy convencido, después me dijo que sí y se entusiasmó. Pero yo ya debería haber visto su primera actitud como una señal”, recuerda ella.
Se mudaron a un departamento céntrico que les había prestado la abuela de M. “Faltaba hacerle varios arreglos, pero no teníamos que pagar alquiler. Así que pusimos plata y acondicionamos el lugar. Tengo todavía algunos buenos recuerdos de esa época”.
Pero al tiempo las cosas empezaron a mostrarse nuevamente estancadas: “Casi no teníamos intimidad, no hacíamos casi nada juntos porque no nos coincidían los horarios de trabajo, ya que yo laburaba de mañana y él de tarde, así que apenas coincidíamos a la noche. A veces lo esperaba con la comida hecha, esperando aunque sea ver una película juntos, pero él siempre tenía algo mejor que hacer, con amigos, amigas, primos o el cuñado del jefe de un amigo. Siempre cualquier compañía era preferible a la mía. Y yo en esa época entré en un círculo vicioso de depresión y obsesión, en el que empecé a hacer mal mi trabajo, me sentía poco valorada y creí que me lo merecía. Al final una termina prácticamente mendigando que la quieran”.
Una noche, S. juntó el coraje y le planteó la situación a M., dispuesta a terminar la relación si era necesario, pero la reacción la sorprendió y en ese momento la reconfortó: “Se puso a llorar y me dijo que él era feliz conmigo, que me amaba y que estaba pasando por un momento difícil, una crisis que no sabía cómo manejar. Pero que iba a cambiar, que esto, que lo otro. En fin, me convenció y durante un tiempo cambió sus actitudes. Pero no duró mucho, pasaba un mes, teníamos una discusión, él cambiaba sus actitudes pero al final volvíamos a lo mismo. Lo único que hacíamos juntos era dormir”.
Cuatro años duró la relación, hasta que un domingo él se levantó decidido: “Me agarró por sorpresa esa mañana, me dijo que ya no sentía lo mismo y que lo mejor era terminar. Yo la verdad me sentí terrible, desolada, quería que recapacite, pero él fue terminante. Lo que más me dio bronca fue que cuando yo intenté cortar la relación, que era lo que correspondía por el trato que él me daba, me dejaba convencer por lo que él decía aunque en los hechos M. hacía todo lo contrario”.
Desde cero
Esa misma semana S. tuvo que juntar sus cosas e irse a lo de una amiga. Para ella fue una de las épocas más duras que le tocó atravesar en su vida. “Parece que la desgracia se desencadena y viene toda junta. Estaba redeprimida, no podía comer, ni dormir. Encima iba al trabajo y no me podía concentrar, y al final me terminaron echando. Pero no fue solo a mí, sino que estaban haciendo reducción de personal y nos despidieron a los cinco que habíamos entrado últimos. Solo faltaba que me caiga un piano en la cabeza”.
Para completar la situación, aún estaba pagando un préstamo que había sacado para llevar adelante los arreglos en el departamento de la abuela de M., así que decidió usar la mayor parte de la indemnización para cancelar el crédito. “Era todo muy triste, en cuestión de semanas, me quedé sin pareja, sin casa, sin trabajo y sin plata”, recuerda ella.
Así que decidió volver a lo de sus padres, lo cual para S. significó –según sus propias palabras– una derrota. Pero, lejos de mejorar, las cosas todavía podían empeorar un poco más: “Al año, a mi viejo le dio un ACV. Zafó, pero fue muy difícil. Con mi vieja y mi hermana vivíamos en vilo, aterrorizadas de que se volviera a repetir. Así que no le quitábamos la vista de encima, nunca más compramos sal en casa porque era imposible hacerle entender que ya no podía comer lo mismo”.
Sin embargo, a partir de un hecho tan desgraciado como un problema de salud grave de un ser querido, S. volvería a remendar su corazón roto.
Desenlace
Cuando su padre mejoró y pudo regresar a su casa, comenzó el período de rehabilitación en el hogar, donde día por medio iba un kinesiólogo.
“Ese kinesiólogo era E. La verdad que lo conocí en las circunstancias más inesperadas y menos románticas en las que una puede conocer a alguien. Él tenía mi teléfono porque a veces coordinaba conmigo cuando iba a pasar. Siempre conversábamos mientras él iba a hacerle las sesiones a mi viejo, y después tomábamos dos o tres mates, había onda, digamos”, cuenta S. y reflexiona que, así como la desgracia atrae más desgracia; la alegría atrae cosas positivas, porque su padre iba mejorando y ella volvió a conseguir un trabajo fijo.
“Cuando E. dejó de ir a hacerle kinesiología a mi viejo, una tarde me mandó un mensaje invitándome a tomar algo y yo acepté. De eso hace ya casi tres años y hoy estamos viviendo juntos”, sintetiza S.
“Una por ahí cree conocer al amor de su vida y entrega todo a una persona que no la aprecia y no le da lo que una merece, porque no puede o porque no quiere. Aunque, como dicen las abuelas, querer es poder. Y hay que aprender a soltar; yo en su momento no pude y sufrí más porque la persona a la que le di todo fue la que decidió dejarme. Pero por nada en el mundo cambiaría mi historia, aprendí mucho sobre la importancia de tener amor propio antes de querer a alguien. Y ahora con E. estamos construyendo un futuro, estoy haciendo un esfuerzo pero junto a alguien que realmente lo merece. Lo importante es que al carro lo empujamos los dos, no yo sola, ni él solo. Los dos”.