Bartomeu Melià había nacido en Mallorca en diciembre, y murió en Paraguay en vísperas de su cumpleaños 76. Corría diciembre de 2019. Un año antes nos había concedido una entrevista a la distancia y hablamos entonces de naciones con las que convivió mucho tiempo, desnudo en la selva, hablando su idioma, danzando sus danzas, comiendo sus comidas; naciones sin pobres, sin hambrientos, felices de la vida comunitaria, todo tan distinto de lo que la enseñanza occidental nos metió en sus aulas respecto de las mujeres y los hombres de este suelo.
Un año sin Melià, profeta del vivir bien que aprendió desnudándose
Escuchar
“Ellos (los indígenas) han logrado mucho de mí, porque aprendí a escuchar, lo cual no es normal, porque las universidades nos enseñan a enseñar, pero no a escuchar”, comentó en una conversación grabada; y en nuestro diálogo, nosotros en Paraná, él en Asunción, nos alertó sobre la continuidad de la dependencia en este continente. “La colonialidad es lo propio de nuestra edad, tal vez la que mejor nos define, es nuestra enfermedad crónica”, sostuvo.
Cuando los países de la región, incluida la Argentina, enfrentan una crisis con distintos grados, sea por la economía, la salud, la educación, nos disponemos pues a escuchar; escuchar a Bartomeu Melià, una manera de inclinarnos ante el maestro, y con esta inquietud de fondo: ¿por qué una persona tan preparada, tan inteligente, tan despierta, es admirada por sus aportes lingüísticos, culturales, sociológicos, y en cambio hacemos oídos sordos cuando nos habla de la vigencia plena de la organización social guaraní para dar respuestas a los problemas de nuestro tiempo? ¿Por qué un hombre sabio diría disparates? ¿O es que sólo estamos dispuestos a escuchar lo que nos conviene en el día?
Raíz entrerriana
Bartomeu Melià estudió a nuestras naciones, a las culturas que habitamos Entre Ríos, Uruguay, Paraguay, Brasil y zonas aledañas, las que jugábamos al fútbol aquí, en las orillas y las lomadas, cuando en Europa no se conocían aún los juegos con los pies, y le llamábamos manga ñembosarái.
Una pregunta lógica que se nos presenta, tras leer sus obras y escuchar su palabra siempre lúcida, se refiere a la sobrevivencia de modos antiguos en nuestras culturas de hoy. Es decir: para empaparnos en los principios de vida comunitaria y armoniosa del guaraní, ¿tendremos que aprender todo de nuevo? ¿O podremos recuperar algunas fibras en nuestras comunidades, nuestros barrios, nuestro campesinado, pueblos que quizá no se dejaron formatear y preservaron memorias, modos, como ocurre con la toponimia por caso?
Cuando días atrás nos referimos al discurso de asunción de David Choquehuanca en la vicepresidencia de Bolivia, apuntamos la conexión de su filosofía con modos de ser del litoral, relatados por diversos conocedores de nuestra idiosincrasia. Y bien: hoy, ante el recuerdo de Bartomeu Melià y en agradecimiento a la amabilidad conque nos atendió en octubre de 2018, repetimos esa confluencia. Y es que el vivir bien, en armonía, con modos solidarios y comunitarios, está en la naturaleza de las entrerrianas y los entrerrianos, aunque ya entrados en la modernidad lo disimulemos bien.
Las respuestas
Aquí, fragmentos de un diálogo que mantuvimos a distancia con Melià.
—Bartomeu, ¿qué aspectos de la cultura guaraní y de los pueblos de la región considera singulares, en el concierto de las culturas del mundo? ¿Cuáles son los aportes en los que, a su parecer, podríamos concentrar la atención en este siglo 21, buscando respuestas a un tiempo con predominio de lo material y el individualismo?
—La nación guaraní es muy inclinada a religión, como dijo de ella en 1594 el padre Alonso Barzana. Lo sigue siendo. No se la conoce hasta que uno no ha cantado y danzado con ellos. Su economía es el don, la dádiva. Esto todavía persiste, aunque ahora ya manejan dinero.
—¿Halló en estos pueblos del Paraguay, Brasil y norte argentino principios cosmológicos o metafísicos comparables a los de otras culturas del mundo, que muestren por vía de la cultura la unidad de la humanidad por encima de épocas y distancias?
—Lo dicho antes ha sido una característica de la mayor parte de la humanidad durante miles de años. No conozco ninguna sociedad indígena que no se rija por este principio. Es la codicia de nuestra efímera ‘civilización’ la que nos lleva de crisis en crisis.
La exclusión
No hace falta repetirlo, pero Melià pone de relieve la condición de la modernidad, la codicia, y la distingue de otras naciones y otras épocas, es decir: estamos ante un problema que nos hace decadentes; pero no siempre hemos sido así.
Seguimos con las preguntas:
—¿Qué le dirían las comunidades guaraníes a nuestro sistema actual, en la Argentina, donde millones viven hacinados en los barrios con decenas de enfermedades en sinergia, mientras existen estancias de miles de hectáreas trabajadas con máquinas y pocos peones, para la exportación de bienes primarios?
—Que somos bárbaros que no aprendieron a vivir, que aman explotarse unos a otros. En vez de comunidad hay partidismo y exclusión.
—¿Nos definiría por favor el sentido de las expresiones tekohá, ñanderekó y jopói? ¿Piensa usted que esas formas de vida, de pensarse en el mundo, y de organización, pueden cuajar en el siglo 21? Si así fuera, ¿qué barbecho necesitarían esas semillas para brotar y crecer?
—El tekohá es el lugar donde somos lo que somos; es el paisaje de buen vivir. Este tekohá no es genérico sino concreto, no es la tierra, pero necesita pisar tierra. No es absoluto, es limitado y nuestro: ñande rekohá, sin exclusiones. Jopói [yopói] es la economía de “manos abiertas uno para otro, mutuamente”. Esta es la filosofía de la economía de la edad de piedra, que no produce pobres. Lo contrario es la venganza; el precio de las cosas y de las personas es la venganza y la guerra.
—Hemos leído en sus trabajos que el sistema de reciprocidad supera en un santiamén los problemas de la opresión o la marginación. ¿Qué sistema impide con mayor fuerza la reciprocidad: el capitalismo o la modernidad?
—La codicia, ya dije, que excluye, y por ello es también racista, clasista, prefiere la guerra a la paz. Por desgracia se prepara la guerra; la paz se consigue con paz.
—¿Qué es lo que hace al ser humano distinto de los demás mamíferos?
—La comunicación entre iguales, y por lo tanto el poder hablar y relacionarse.
Enfermedad crónica
—Bartomeu, ¿entiende usted que la relación de Europa con Abya yala (América) y África es de igualdad? Hay estudiosos que apuntan la continuidad del colonialismo en la colonialidad, ¿en qué medida sus diálogos y observaciones permitirían corroborar o refutar esas hipótesis?
—Entre las características de la civilización bárbara que vivimos está el colonialismo; en un juego de fichas de dominó en que una pieza, al caer, lleva a todas las demás a la caída. El colonizado busca colonizar. La colonialidad es lo propio de nuestra edad, tal vez la que mejor nos define, es nuestra enfermedad crónica
—En la provincia de Entre Ríos tenemos decenas de nombres que provienen del guaraní, sea en la toponimia, en los nombres de aves, peces, árboles, etc. También de otros idiomas antiguos de este suelo. ¿Cómo explicaría usted la potencia y el alcance de esas culturas, esas lenguas, y en qué medida podemos pensar que, así como quedaron las voces, pueden quedar fibras de esa vida con sentido en la armonía y la reciprocidad, tal vez un tanto ocultas? ¿Somos los habitantes del litoral argentino y oriental -uruguayo- parte del mundo guaraní?
—Es difícil probar históricamente las eventuales herencias concretas que han recibido los pueblos, pero creo que lo que perdura y persiste es la tradición de la búsqueda de un buen vivir, sin colonizadores ni colonizados.
—Recuérdenos por favor otros principios y modos de ver de estos pueblos, incluso modos de relacionarse, que podrían alumbrarnos el camino hoy.
—Las naciones indígenas creo que son memoria de nuestro futuro. “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, decía Milán Kundera.
—Tras sus vínculos con estos pueblos, ¿fortaleció su modo de ser jesuita? ¿Amplió su mirada a un mundo quizá impensado? ¿Dónde aprendió más, en los libros, o en los diálogos con las mujeres y los hombres de estos parajes que quizá no escribían?
—Sí, aprendí a ser jesuita en la medida en que escuché, aprendí no solo a conocer sino a saber y sentir lo que incluso mi vida de estudio universitario nunca me hizo sentir. Evangelicé en la medida en que fui evangelizado por ellos, por los Pai-Tavyterã, los Mbyá, los Avá-Guaraní y los Aché en el Paraguay, los Guaraní Occidentales en Bolivia, también llamados Chiriguano, y en el Brasil los Enawené Nawé, los Kayabí, los Irantxe, los Mynky, los Rikbaktsa, los Nambikwara. No son pueblos de Paraguay, Bolivia o Brasil; son naciones en Paraguay, Bolivia o Brasil.
Las ruinas
Hasta aquí las respuestas en prosa de Bartomeu Melià. El estudioso improvisó unos versos para contestar nuestro último interrogante, en el que intentamos semblantear su sensación personal en relación con la naturaleza. Allí comparó al Paraguay con las ruinas de Itálica. Y no fue más que una expresión del dolor de Melià por la “fábrica de pobreza” en que se ha convertido, dijo, el territorio.
Largo sería enumerar los aportes de este apasionado de nuestras culturas, para la comprensión de nuestros pueblos. Su nombre mismo suena ya guaraní, y sus intervenciones nos ayudan a comprender la complejidad de nuestra historia desde el arribo de Europa con intenciones de imponer sus modos y uniformarnos. Hoy, los libros del viejo traductor debieran ser de cabecera para los economistas porque recopilan y alumbran saberes tan verdaderos, como el jopói, que no se gastan con el paso de los años.
Eso escribimos hace dos años y lo refrescamos hoy, cuando nos acercamos a diciembre, porque el sistema sigue chocándose con sus repeticiones e impotencias y sigue haciendo oídos sordos a las voces que llaman desde el futuro. “Las naciones indígenas creo que son memoria de nuestro futuro”, dice Melià, ¿y acaso dio algún indicio de locura o algo así, que nos haga invisibilizarlo, menospreciar a Meliá, ignora a nuestros pueblos?
Soja ensangrentada
—¿Qué eran el monte, el árbol, para usted antes de llegar a estas tierras, y qué son hoy para usted? (y Bartomeu Melià respondió en versos).
—Estos, Tirso, ¡ay dolor!, que ves ahora,
campos de soledad, triste desierto,
fueron un tiempo selva famosa.
Hoy deforestada, tierra lastimosa
reliquia es solamente
de valerosa gente,
que triste representa
cuánta fue su grandeza,
y hoy fábrica de pobreza
por soja ensangrentada.
Los versos finales de la respuesta espontánea de Melià se inspiran en la Canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro, un poeta que hace 400 años elevó su voz dolida ante la destrucción de una ciudad romana fundada en España: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ campos de soledad, mustio collado,/ fueron un tiempo Itálica famosa./ Aquí de Cipión la vencedora/ colonia fue; por tierra derribado/ yace el temido honor de la espantosa/ muralla, y lastimosa/ reliquia es solamente/ de su invencible gente…”
Esas letras llevaron al sacerdote jesuita paraguayo por devoción, Bartomeu, a lamentar la destrucción del Paraguay. Lo cual nos recuerda aquel poema Nenia, de Guido y Spano, en tiempos de la Guerra al Paraguay: “Llora, llora urutaú/ en las ramas del yatay,/ ya no existe el Paraguay/ donde nací como tu”. En ambos casos las referencias al Paraguay nos involucran de lleno. Tenemos un mismo origen, una misma historia mentida; misma naturaleza, mismos ríos, mismos saberes imperecederos que reverdecen.