Seguramente que los saludos y animaciones congruentes con los festejos y recuerdos del Día del Amigo del 20 de julio habrán sido muchos, intensos y vívidos. También las omisiones, los reproches, los olvidos. O las interpretaciones que intentan justificar la existencia o inexistencia de ese sentimiento llamado amistad. Pueden ser muchas o no, pero tal vez ser amigo no amerite tantas elucubraciones. Alguien dijo alguna vez que un amigo es quien deseamos ser cuando no podemos ser, y no es algo desacertado. Pero situaciones filosóficas al margen, corren tiempos abandónicos y hasta indiferentes frente a gestos y elocuencias que caracterizan a la amistad. Y también a los amores y ni hablar de las rebeliones.
Nosotros te conmoveremos
No digo ni sostengo que se trate de nuevas formas que no entiendo, sino que abundan más excusas que hechos, justificaciones que actos o disculpas que aciertos. En fin, cosas que pasan y a las cuales nos sometemos todos.
Pero buscando hechos icónicos, sucesos que permitan cierto parámetro o algún destino a andar (o desandar) tal vez sea propicio intentar enlazar historias que atraviesan la historia, que residen allí a veces con importancia fundamental y otras como componentes de anecdotarios imprecisos.
Algunas veces nada cabe decir de ellas, pero las muchas ocasionan conmociones que capitalizan sensaciones e incluso sueños en cada ser humano. A esa parte, a esa zona de las historias de la historia intentamos que los espejos de hoy nos devuelvan en fulgor sin apariencias.
El Día del Amigo
Es por cierto una de las tantas fechas que tienen una raigambre noble pero cierto apego comercial. Sin embargo, es inviable pensar que el argentino Wally Fabré (el promotor universal de esta celebración) hubiera pensado en 1969 en alguna réplica onerosa a su iniciativa. Es que con motivo de la llegada del hombre a la Luna, un 20 de julio de 1969, Fabré tuvo la idea de enviar cientos de postales a diferentes conocidos del mundo. E indicar a ellos que replicasen la idea y así sucesivamente en forma exponencial, hasta alcanzar una cifra cuyos cálculos podrían resultar imposibles. Un algoritmo que (a los fines de su comprensión) podríamos citar como algo mucho más renombrado: redes sociales.
La iniciativa de Wally Fabré sumada a las postales y al recurso del correo tradicional más la réplica de sus amigos y conocidos produjo un fenómeno parecido a un Facebook o un Instagram, o algo parecido. Solo que la regla práctica es diferente porque no es lo mismo escribir un mail para 700 destinatarios que redactar 700 mensajes manuscritos, en 700 cartones postales para enviar 700 cartas por el correo. Seguro no es lo mismo, pero sí cabe darse cuenta que mucho más que eso importan que los 700 receptores sean verdaderos amigos. Sin excusas ni rebusques ni insidias ni rencores: amigos y ya. Así es como vale entender la propuesta de Fabré y valorar su éxito. Festejar es otra cosa; los regalos y propuestas son carísimos pero los mensajes no, los apretones de manos tampoco. Los abrazos no están sobrevaluados, el silencio cómplice es necesario. El 20 de julio de 1960 el hombre alunizó… eso dicen.
La revolución francesa
El 14 de julio de 1789 se produjo la toma de la cárcel de La Bastilla y con ello la revolución francesa viene a producir uno de los cismas sociales impactantes en las sociedades modernas y contemporáneas. Otros sucesos similares quizás también lo sean tanto como la revolución rusa de 1918, la revolución industrial, la caída del feudalismo como proyecto de distribución o el ocaso del proceso socialista desde la caída del muro de Berlín.
Sin embargo, serán quizás aquellos días de revueltas francesas los que prometan romanticismo o sucesos inspiradores de otros aunque es esto (advierto) apenas una menesterosa opinión personal. Pero algunas influencias de este proceso son marcadas: la concepción contractual del matrimonio, la supresión de privilegios, el sentido ascético del Estado y la exclusión de la religión del ámbito del poder público. Procesos revolucionarios cuyo asentamiento en las instituciones del Estado han apreciado la revalorización y evolución de los principios republicanos de los países. Eso es lo que significa nada menos la toma de aquella vieja cárcel de La Bastilla donde apenas había siete presos. Un cambio sustancial en las estructuras de dominio y representación de las masas y la población, con réplicas, incidencias y deudas aún vigentes en democracias modernas. El clero francés debió desprenderse de algunos inmuebles para poder financiarse y mantener el culto.
Un amor del año 1100
Heloísa se escribe de muchas maneras. Sin la ‘h’ inmune, acentuada en diferentes vocales o como una derivación de Elisa o como Eloyssa o alguna que otra variante. Pero esta es inconfundible, no solamente por ser tan bella sino por haber sido la protagonista de una de las historias de amor de todos los tiempos. Tiempos que a veces eluden la importancia o que soslayan lo sustancial, lo cierto es que su historia está poblada de recursos emotivos y situaciones límites. Sucedida hacia el año 1100 se trata de la vida del teólogo y filósofo Abelardo, un brillante sujeto cuyas ideas plagadas de razonamientos y fundamentalmente de lógica lo llevarían a contrastar fuertemente con algunas autoridades eclesiásticas. A tal punto era vehemente cuan brillante que lo apodaron Demoníaco, algo que según la procedencia del insulto puede transformarse en todo caso en una virtud. La verdad es que siendo convocado Abelardo por el canónigo de la Catedral de París llamado Fulberto para profundizar la educación de la sobrina de este llamada precisamente Heloísa, no tuvo otro destino que enamorarse poderosa e indisolublemente. En la clandestinidad concibieron un hijo, y en la misma situación se casaron. Sin embargo no dieron a conocer este último hecho lo cual vino a colmar la situación al enterarse Fulberto de lo que pasaba. Parte Heloísa como internada en un convento y Abelardo, expuesto a la ira de Fulberto, es castrado.
La tristeza se corona con la distancia y la soledad. Sin embargo y para bien de los literatos han supervivido las cartas que se profesaban ambos amantes. Aun en la situación de exiliados y encerrados, aun en la desesperación seguían escribiéndose uno a otro. Nunca volvieron a verse, nunca dejaron de amarse. Abelardo falleció en 1142 y Heloísa en 1164.
De cómo se conectan todas las cosas
Uno puede imaginarse que el período de esta narración pareciera abrupto por utilizar centurias entre el año 1000 hasta el 1969. Casi un milenio si uno lo observa desde lo finito, apenas nada si nos amparamos en la eternidad. Tanto Abelardo como Heloísa fueron sepultados en los conventos donde se encontraban enclaustrados, tan lejos el fuego único. Allí estuvieron un poco olvidados, ciertamente venerados y por suerte cantados por juglares y rescatados en una obra del año 1480 donde se cuentan estos hechos y se transcriben sus cartas. De allí a varias transcripciones y ediciones y ahora a las páginas del Diario UNO.
En una de esas cartas (a las cuales abordaremos en alguna oportunidad siguiente) ella le dice a él, con gran pasión, que el término de esposa le parecía religioso. Pero que mucho más anhelaba el de amante y el de amiga. Amiga, claro, parte de la relación de ese amor tan profundo, parte también de todo lo que significa el término en clave de Wally Fabré, allá durante los alunizajes de 1969.
¿Y cuál sería la incidencia en la historia de la revolución francesa? Abolida la pertenencia del clero al Estado, ya dijimos que la Iglesia debió desprenderse de algunas propiedades para financiarse.
Así sucedió con el antiguo convento donde estaba enterrado Abelardo y es donde el entonces arzobispo de París tiene un gesto inusual: ordena la exhumación de los cuerpos de Abelardo y Heloísa para sepultarlos juntos. Así sucedió con la participación de un artista plástico de apellido Lenoir, quien fue a su vez el encargado de realizar el monumento y panteón que hoy en día puede observarse en el cementerio del Pére Lachaise, en París. Sucedió en 1807, más de 700 años después de las cartas y las castraciones.
De la Revolución Francesa, el alunizaje y la historia de Heloísa y Abelardo todos tenemos el dichoso placer de volver a pasarlos por el corazón. Del canónigo Fulberto, nadie se acuerda ni se acordará nunca.












