Una previa de algún boliche, en 1995, sería el primer punto de encuentro entre Mariana y Jerónimo. Ella salía con Hernán, el primo de él, aunque solo eran amigovios. En esa ocasión, ella vio a Jero “relojeándola”, a pesar de que sabía que estaba con su primo, y eso la incomodaba bastante de él.
Mar y Jero
Sin embargo, la vida los llevaría por caminos inesperados y las incomodidades serían cosa del pasado. Todo sucedió después de que ella y Hernán terminaran con aquella especie de romance, ya que en el fondo ninguno estaba del todo interesado.
Por amigos en común, Mar y Jero terminaron encontrándose en los boliches y a charlar. Al tiempo, Mar no sólo descubrió que Jero no era un mal chico, sino que era gracioso y muy atento. En seguida entre ellos nació una linda amistad, con tardes en la pileta y mates en el parque incluidos.
Pero cuando la relación comenzó a intensificarse, a los allegados en común y a la familia no les gustó nada: “Algunos de nuestros amigos nos dijeron que nos estábamos desubicando. Y la familia de él pensaba que yo los iba a enfrentar a Hernán y a Jero, como que él era un roba novias y yo la que enfrentaba a los primos. Pero el tema venía más por el lado de los padres y los tíos de él; Jero y Hernán habían hablado y dejaron todo en claro, no había resentimientos entre ellos”, recuerda ella.
La presión familiar para él había tornado insostenible y se sintió incapaz de continuar con un una relación que le traía reproches constantes y desaprobación sobre un muchacho joven que era hijo único, buen estudiante y la luz de los ojos de sus padres. La aprobación familiar era importante para él, al igual que la de sus amigos. Así que decidió terminar el naciente noviazago.
La separación
Pasaron los meses y, con el corazón aún dolido y estrujado, Mar terminó el quinto año del secundario y se fue a Rosario para emprender su tránsito universitario. Allí se hizo de nuevos amigos y conoció a otros chicos; sin embargo, cada vez que volvía a la ciudad durante las vacaciones, solía encontrarse con Jero en las reuniones con amigos. Se saludaban cordialmente, pero para ella todavía seguía doliendo. A él se le iluminaban los ojos al verla, le buscaba conversación, se le acercaba todo el tiempo, pero ella se sentía lastimada, por lo que actuaba amable pero distante. Luego no volvieron a verse.
Pasaron los años y Mar –recién recibida de odontóloga– regresó definitivamente para ejercer la profesión. Al tiempo conoció a quien sería su esposo; se casó y tuvo dos hijas. Todo marchó bien durante unos años, pero con el paso del tiempo su matrimonio se fue desgastando hasta que fue tarde para salvarlo.
Mar se focalizó en su trabajo y en sus hijas para salir adelante, fue un golpe muy duro, era la segunda vez que le rompían el corazón y sus proyectos quedaban reducidos a cenizas. Sin embargo, esta vez, por algún extraño motivo el impacto no se marcó a fuego como aquella primera vez en 1995.
Encuentro inesperado
Un día, a su consultorio llegó un chico de unos 8 años. Al revisar la ficha del paciente vio que el apellido le era familiar y cuando el nene pasó a la sala, notó que le recordaba vagamente a alguien que había conocido en su adolescencia. “Para mí fue un shock, pero después pensé: ‘no es un apellido tan raro tampoco. Y el parecido seguro que lo veo porque ya estoy sugestionada’. Terminé de hacerle unos arreglos y lo acompañé hasta la puerta para ver quién lo había traído. Lo esperaba la mamá, así que ahí suspiré con alivio y volví a lo mío. Al mes el chico vuelve para control, y el que lo trae es el papá. Era Jero, que cuando me vio se quedó sorprendido. Se paró y vino a saludarme, fue un momento incómodo, imaginate que hacía más de 10 años que no nos veíamos”, rememora Mariana.
Pasaron unos meses hasta que recibió nuevamente a su pacientito, que llegó acompañado por su papá. Esta vez, al despedirse, Jero le dijo –como al pasar– de juntarse a tomar un café para recordar viejos tiempos. Mariana aceptó y le dio su celular, pero no esperaba que ese café sucediera nunca. Sin embargo, una tarde le llegó un mensaje de él, recordándole la salida que se debían.
“Nos encontramos en una cafetería de la peatonal, él había llegado antes. Yo estaba un poco nerviosa, pero él fue llevando la charla, porque es muy buen conversador. Le conté de mi divorcio, él me contó que nunca se había casado. Que su hijo era fruto de una relación muy informal que tuvo con una chica con la que nunca estuvieron juntos, pero compartían la crianza y se llevaban bien. Que había abierto un negocio junto con un amigo que yo conocía, que eran socios y le estaba yendo bastante bien. En fin, el tiempo se nos pasó volando y quedamos en volver a vernos. Y así retomamos lo que habíamos dejado inconcluso hacía tantos años atrás”.
¿Y con la familia? ¿esta vez aceptaron la relación? “Lo más gracioso es que ni siquiera se acordaban que yo había salido con Hernán. Él se los recordó.”
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