El joven de pelo rojo descendió del ómnibus en el km 85 de una ruta desierta en plena madrugada. Se calzó la mochila en un brazo y la guitarra en el otro, mientras miraba al arco que enmarcaba el camino de ingreso al pueblo. Sobre el mismo, leyó con cierta dificultad un desteñido "Bienvenidos a Villa Los Pinos" y junto a la columna que sostenía el arco, un cartel que decía "Al centro, 3 km".
La pulsera
Por Emege.
30 de julio 2017 · 09:16hs
La luz mortecina de unas farolas se perdía entre los altos pinos que bordeaban ambos lados del camino de acceso al pueblo. Miró la hora en su celular," Las 3. Tendré que caminar nomás", se dijo. Con pasos largos comenzó la marcha mientras buscaba en su mochila. "Pucha, se me terminó la batería", murmuró entre dientes, ya no podría escuchar su banda preferida. Una liebre se espantó a su paso y pasó por la cinta de asfalto velozmente. "Bicho de miércoles, me asustaste", exclamó a media voz.
Estaba fresca la madrugada de marzo, pero la caminata lo hizo entrar en calor. Recorrió los últimos metros del largo camino que terminaba justo frente a un paredón. ¿A la derecha o a la izquierda?, pensó al llegar, después de observar que no se veía nadie en ninguna dirección. Tomó la calle de la derecha, tan desierta como el largo tramo de ingreso al pueblo. "Parece muerto esto," rezongó, "¿para qué habré aceptado horas en la escuela de aquí? ¡Qué lugar para empezar!". No había carteles que señalaran el nombre de las calles. Todas las ventanas estaban cerradas. Ningún kiosco, bar o estación de servicio a la vista. Se detuvo un momento y hurgó en un bolsillo de la mochila. Encendió el último cigarrillo que le quedaba en el paquete; aspiró el humo, mientras pensaba qué hacer hasta que llegara el día.
Siguió caminando unas cuadras y se encontró con una pequeña plaza. Una lechuza se espantó a su paso sobrevolando el sendero con un chistido. Se sentó en un banco junto a un árbol a esperar que empezara a clarear o que apareciera alguien que lo pudiera orientar. Entrecerró los ojos y al abrirlos vio a una chica, recostada contra un árbol grande de gruesas ramas, a pocos metros de donde estaba él. Le sorprendió no haber notado su presencia antes. Se levantó y comenzó a caminar hacia ella. La luz de la luna exaltaba la palidez de su rostro y la blancura del vestido. Al acercarse más, notó que su largo pelo negro estaba adornado por una vincha con perlas blancas; un hilo de perlas similares le adornaba la muñeca. Le sorprendió notar que la chica estaba descalza.
"Hola", le dijo. La chica no contestó. "¿Qué hacés sola? ¿Te pasa algo?", insistió.
"Discutimos con mi novio y se fue", respondió con una mirada ausente.
"¿Y no te da miedo estar a esta hora acá?"
Ella se encogió de hombros como indicando que no le importaba.
"¿Querés que te acompañe a alguna parte?". Ante su silencio, él volvió al el asiento donde había dejado la mochila y la guitarra. Revisó los bolsillos de la mochila tratando de encontrar otro cigarrillo, pero fue inútil. La chica se acercó. Caminaba tan suavemente con sus pies descalzos que parecían flotar.
. "Bueno, acompañame a mi casa," dijo.
Se levantó cargando sus cosas y caminaron en silencio por las veredas arboladas, casi oscuras. La luz de las farolas se perdía entre las hojas de los árboles Sólo se sentía a lo lejos el motor de algún camión que cruzaba por la ruta y el ladrido de los perros.
"¿Cómo te llamás?" le preguntó.
"Esperanza", respondió ella.
"¿Y no me preguntás nada?", dijo él después de un rato. Ella sólo volvió a encogerse de hombros.
"Me llamo Julián. Hoy comienzan las clases. Soy el nuevo profesor de música de la escuela secundaria... ¿tal vez sea tu profe?"
Ella no contestó.
"Pero, ¿vas a la escuela o no?", insistió él.
"Iba....", dijo y se detuvo frente a la puerta de una antigua casona, en una zona escasamente iluminada. "Aquí es mi casa, gracias." Abrió y entró.
El joven se quedó atónito mirando la puerta que se cerraba de inmediato. El grito de un ave nocturna lo sobresaltó. Mirá que son raras las chicas, pensó, capaz que mañana me la encuentro como alumna; ¡espero que no sean todas así! Dio media vuelta y volvió sobre sus pasos.
De pronto vio algo que brillaba en el pasto: las perlas blancas parecieron volverse fosforescentes con un rayo de luna. Julián levantó la pulsera y rápidamente regresó a la vieja casona. Una mano de bronce sobre el costado de la puerta le sirvió para llamar. El sonido sobresalió en el silencio y los perros del vecindario comenzaron a ladrar.
"¿Quién es?, escuchó una voz de mujer desde adentro.
"¿Está Esperanza?". No hubo respuesta. "Disculpe, le traigo algo."
Notó que una luz se encendía en el interior y la puerta se entreabría.
"Disculpe señora por la hora, pero recién acompañé a Esperanza hasta acá y ahora encontré en el camino su pulsera", le dijo a la mujer que asomaba apenas su cara por la puerta, mientras le extendía la joya con la mano.
Tras un largo silencio que lo incomodó, la mujer dijo "Mi hija... Esperanza era mi hija, ¿sabe?..." y se quedó mirándolo sin tomar la pulsera. Abriendo más la puerta, agregó "Pero murió. Justo esta noche se cumplieron 10 años. Se ahorcó en el roble de la plaza. Una pena de amor. Tenía sólo quince años... "
Con la pulsera aún en la mano, Julián dio media vuelta murmurando palabras ininteligibles. La mujer lo llamó: "Disculpe, joven. La pulsera, ¿me da la pulsera? Se la llevaré a la tumba. Todos los años vuelve en esta fecha y siempre se olvida de algo..."
Un estremecimiento lo recorrió de arriba abajo. Entregó en silencio la pulsera y comenzó a caminar con paso urgente. El canto de un gallo madrugador lo sacó de su estado. Miró a su alrededor y se sintió mejor. Las sombras de la noche comenzaban a disiparse.
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