Intangibles o la gran clave que no se entiende de la economía

Hogar y dos formas de enseñar. Abogacía inútil y Justicia injusta. El valor de Disney y la "generosidad" de Elon Musk.
5 de junio 2023 · 07:54hs

El especialista en propiedad intelectual y profesor de Derecho Internacional privado e industrial, Santiago Villa, desentraña algunas claves para entender comportamientos, empresas, negocios e inversiones a la luz del crecimiento vertiginoso de la economía simbólica. El codirector de la consultora Oxymoron remarca la importancia de la profesionalización en la gestión y cuestiona la aversión al riesgo en la cultura empresarial.

Dos educadores y dos formas

—¿Dónde naciste?

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Horóscopo del 27 de marzo de 2024.

Horóscopo del miércoles 27 de marzo de 2024

—En Paraná, el 21 de setiembre de 1979, en un edificio de Santiago del Estero y Laprida; fui el quinto de seis hermanos, y luego nos mudamos a 25 de Junio.

—¿Cómo era esta zona en tu infancia?

—Esta cuadra (entre Santa Fe y Córdoba) se mantuvo casi sin modificación, salvo con más tránsito y ruido, con veredas angostas, casas y sin edificios, tranquila y con sensación de barrio, porque sabíamos quiénes eran nuestros vecinos y estábamos pendiente de eso. Iba a la escuela caminando.

—¿Personajes?

—Uno que arreglaba radios y televisores nos resultaba un misterio; don García, el almacenero gallego de la esquina, quien hablaba mucho, y en la peatonal estaba Paolo.

—¿A qué jugabas?

—En el fondo hay un baldío que da a calle Urquiza donde hacíamos cualquier cosa y callejeábamos. Jugué al fútbol, nadé bastante y remé en el Rowing, un tiempo al rugby y el gimnasio.

—¿Leías?

—Mucho, era una diversión porque no teníamos televisor.

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—¿Libros influyentes?

—Me gustaban los de fantasía y aventuras, Sandokán, los de (Gilbert) Chesterton, (Arthur) Conan Doyle y Stephen King, El señor de los anillos y El Silmarillion, que es rarísimo. Había mucho para leer. Luego los relacionados con lo práctico. A los doce años comencé a escribir uno de intriga y fantasía y no sé dónde quedó.

—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?

—Mi papá es abogado, ejerció como juez en distintas ciudades, y se retiró como camarista Civil y Comercial. Mi mamá trabajó de maestra y se retiró porque decidió ayudar a criar a sus hermanos más chicos porque fallecieron sus padres, más mis hermanos más grandes.

—¿Cómo estaban presente en la cotidianeidad lo jurídico y lo docente?

—En cuanto a la escuela, mi mamá estuvo presente con todos, nos enseñaba y todos hicimos una carrera. Papá nos enseñaba de otra manera y nos mandaba al diccionario.

Abogacía, en broma y en serio

—¿Qué imaginabas hacer?

—Veterinaria, Medicina, algo que sirviera para algo. Me gustan las Matemáticas, Biología y Química. La abogacía (risas) sirve de poco, salvo que uno se lo proponga. Hice una promesa de a los 45 años estudiar otra cosa.

—¿Es rentable la abogacía si se propone que sirva para algo?

—(Risas) ¡Claro, claro! Haber, bueno… la relación con la abogacía es complicada. Desde que me recibí doy clases y les digo a los chicos que lean Jurisprudencia en broma y en serio, de (Rudolph) Von Ihering, quien al final de sus días escribe sobre “las estupideces que hablamos”. Son cartas que manda a un diario, bajo un seudónimo, donde habla, en parodia, por ejemplo, de la importancia de encontrar “la personalidad de la herencia vacante”. En mi caso la abogacía tiene que ver con una idealización de lo que se puede hacer; papá me decía que estudiara otra cosa.

—¿Por qué elegiste Derecho?

—Un poco por rebeldía. Me pareció interesante pero no me gustaba lo de memorizar artículos y las limitaciones. La materia que me reconcilió con la carrera fue Derecho Internacional Privado, que es muy difícil porque no hay libros ni respuestas, lo cual me fascinó. Luego me atrajo la propiedad intelectual.

—¿Debatías con tu papá?

—Sí, pero no con pretensión de encontrar la verdad y cerrar el debate. Me enseñó que había que ser muy preciso y juicioso.

—¿Formadores importantes?

—En la secundaria, una profesora de Historia que me enseñó a ser muy crítico y con quien hice un seminario en quinto año sobre cómo había cubierto la prensa el golpe de Estado de 1976. Me ayudó a analizarlo e indagué cómo lo había hecho El Diario. También un profesor que nos alentó a participar solidariamente y en la promoción social. En la universidad, un profesor rosarino que era un genio, muy crítico y que te hacía dudar, quien decía que la tarea del abogado nunca debiera ser la de simplificar las cosas al momento de analizarlas, aunque la solución sea simple. Una profesora de Derecho Internacional Privado fue muy generosa porque me dio lugar para la docencia.

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Los tribunales del sinsentido

—¿Te frustró la abogacía en algún aspecto?

—No fue frustración pero en la carrera estudiás cosas, salís y ves que la realidad práctica va por otro lado; me di cuenta de que el idioma de discusión enseñado estaba correcto y sin embargo no abarcaba el problema real. Y que los tiempos de la respuesta y ella misma tampoco tenían relación con la realidad. Tuve juicios laborales en 2003 que terminaron en 2008. ¡No tenía sentido! Al igual que poner en el mismo grado las discusiones formales y no formales.

—¿Hubo un hecho catalizador?

—Sí, el de unos chicos de seis y ocho años, en situación familiar delicada, que entraron en custodia con fines adoptivos, quienes se querían quedar con la mamá, a quien yo representaba. Los equipos técnicos de la Justicia decían que se tenían que ir y discutíamos, pidiendo que se escuche a los chicos, lo cual hoy tampoco se hace. Se los dieron a una pareja muy mayor de Rosario, que vivía en un Fonavi, quienes llegaron a decir “así tenemos quienes nos cuiden cuando seamos viejos”.

¡Nadie reaccionaba, era una locura y una injusticia haciéndose carne! No tenía nada que ver con lo que había aprendido ni con lo que decía la ley. Aprendí que cuando se sufre una injusticia es tremendo, más cuando el sistema mismo la comete. Imaginate en el Derecho Penal un tipo que está cinco años procesado.

—¿Qué hablabas sobre esto con tu papá?

—Decía que no dejaba de ser una responsabilidad casi exclusivamente personal de los jueces, quienes pondrán el esfuerzo que quieran, o se limitarán a ser formales, lo cual es tremendo.

Decía que firmar una sentencia implicaba prudencia por parte del juez, y que es su responsabilidad y no la de los psicólogos o equipos técnicos. Si tenés un poco de soberbia o desvío sos un mono con navaja.

—¿Qué hiciste?

—Vi que acá estaba muy encerrado, me fui a Rosario a hacer una maestría, me puse a estudiar propiedad intelectual, me fui a Buenos Aires con una beca de la Fundación Ford, comencé a trabajar en un estudio con ese tema, y me enganché con lo de los activos intangibles, que es un universo muy amplio y complejo.

La economía intangible

—¿El concepto de propiedad intelectual ha tenido transformaciones en las últimas décadas?

—Estos derechos se van adecuando a situaciones y requerimientos de la vida moderna y la inteligencia artificial. Los romanos ya hablaban de contrato, pero esa misma definición, por ejemplo se puede adaptar a un contrato electrónico. La P.I. entiende que hay un valor protegible en algo que no se toca, y que puede ser información, buen nombre, fama, innovación… todo lo que mueve la economía. Pero no es lo mismo marca que patente, aunque están en el mismo género.

—¿Es controlable considerando la velocidad del cambio tecnológico?

—Es incontrolable porque la información muta constantemente. Hoy la economía se maneja con intangibles, que es el gran punto. El principal activo de una empresa, por ejemplo, no son las computadoras sino la información y el saber hacer. Durante la pandemia se hablaba de liberar las patentes, lo cual es un punto, pero todo el concepto de intangible alrededor del desarrollo de una vacuna es mucho más complejo, hay que saberla hacer, más allá de la fábrica que se tenga.

—¿En la realidad local y regional hay conciencia de ese valor o prevalece el que gira en torno a los bienes tangibles?

—Asesoramos a dos o tres empresas que hace mucho tiempo nos preguntaron por patentes, que son solo signos y un punto del sistema, pero hay que entender que las relaciones comerciales y financieras, y empleados buenos y capacitados son más importantes.

Hay una falta de conocimiento sobre esto, cuando es lo que hace que todo funcione y maneja la economía mundial desde hace 20 años. Disney, desde 2001, vale más que General Motors. ¿Por qué vale dinero Facebook? Bioceres S. A. vale lo que vale sin haber vendido una semilla.

—¿Cuál es la patente más valiosa que existe?

—No es una sola patente sino grupos complejos. Elon Mask no protege con patentes lo que hace en Tesla.

—¿O sea?

—Lo deja libre.

—¿Por qué?

—Ahí está la complejidad del negocio. La patente es solo un pedacito de la realidad del intangible, y el que armó Mask tiene que ver con la velocidad con que logra sus objetivos y la forma de tener un auto eléctrico lindo. Los modelos de negocios pueden basarse o no en patentes. Un teléfono celular tiene 200 o 300 patentes.

—¿Te has encontrado con empresas que no entendés cómo y por qué funcionan?

—Sí, siempre hay casos inexplicables, porque no hay conciencia de lo que hablamos y no obstante funcionan. ¡Es la tierra de los milagros! Porque ves que no hay nadie pensando en el desarrollo del recurso humano, incluso en empresas industriales o de servicios muy grandes. Hay tipos que manejan las empresas como un almacén y hay empresas que son inviables y siguen, siguen…

—¿Por un intangible?

—Sí, porque el argentino es creativo para sobrevivir pero a la vez no te permite trasmitir y desarrollar experiencia, y profesionalizar la conducción. Todo está muy personalizado en tres o cuatro personas y hacemos un culto de eso.

—¿Publicás en las redes?

—Me atrevo a balbucear algunos pensamientos en Facebook e Instagram, y la página oficial es oxymoron.com.ar.

“Construir tu propia casa es una pésima inversión"

El ex director de Vinculación Tecnológica del Conicet contrapuso el concepto de inversión dominante en nuestro medio con el relacionado con la innovación y la tecnología. “No nos gusta el riesgo”, enfatizó Villa.

—¿Por qué en Argentina se sigue pensando lo de “vivir con lo nuestro” y viendo al mundo como una amenaza?

—Una vez en un congreso en Estados Unidos me preguntaron por qué había tan pocas empresas de tecnología que demandan riesgo y aventura. Si preguntás en qué invertirías te contestan en “ladrillos”, porque pensamos que es estable y seguro, pero cualquier especialista te dirá que no lo es, incluso hacerte tu propia casa es una pésima inversión. Vivimos como si lo haremos para siempre: ¿para qué querés una casa? Trabajando en Israel y hablando con el hijo de Simón Pérez, quien manejaba fondos de inversión, pude saber que hasta 2014 tuvieron el mayor período de paz con los palestinos, a través del comercio. Le pregunté por qué hacían tantas startups (empresas con alto potencial innovador y tecnológico, cuyo modelo escalable y crecimiento puede ser exponencial) y me contestó “por una cuestión religiosa y por la vida”, ya que consideran, teológica y filosóficamente, que tienen el mandato de crear cosas, empresas, y dominar la creación. Acá no nos gusta el riesgo.

—¿Se le sigue otorgando valor a bienes que no lo tienen?

—No lo estamos entendiendo, lo cual no es fácil, y tampoco hacemos el esfuerzo. La cátedra que tenemos en la Universidad Católica con Pablo (Lamas) es la única de Derecho Industrial a nivel nacional de esa institución, y solo hay dos o tres postgrados en otras.

—¿Cuál es el mayor anacronismo?

—Tenemos muy buen conocimiento de base, aunque no hay un conocimiento de base de que esto es relevante y complejo, y nadie sabe cómo hacer los negocios en función de ello. El problema del intangible es que hay que pagar para construirlo y en el Estado es muy difícil que se entienda. La inversión de riesgo está muy reconocida en activos intangibles, pero no lo tenemos en claro, y no es que lo que se invierte quede en una vía muerta, sino que en algún momento se utilizará, ya que el conocimiento es evolutivo y acumulativo.

—¿Cómo piensan y entienden tus alumnos comparado con cuando vos estudiaste?

—Son más permeables al uso de las herramientas y al enorme acceso a la información en tiempo real; tengo hijos de 14 años que me preguntan por trading, lo cual a mí ni se me ocurría. A nosotros nos costaba conseguir la información y se validaba con los argumentos de autoridad, mientras que hoy son más críticos y perciben que la realidad pasa por algo más de un concepto jurídico y estudian más interdisciplinariamente los temas. Para mí el problema es que ese conocimiento puede ser más playo. Yo les digo que hagan los exámenes con inteligencia artificial porque ahora lo más importante es la pregunta y confirmar esa información.

—¿Qué les respondés a tus colegas que ven a la IA como una amenaza para el desarrollo cognitivo?

—Están totalmente equivocados porque desde Sócrates y los filósofos lo más importante es la pregunta, que la sigue haciendo la persona. Si el desarrollo cognitivo fuera repetir información estamos en el horno, se trata de saberla encontrar y cuestionarla.

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