La de hoy no es una historia que pueda catalogarse como feliz. Esta es una historia de amor, muerte y resurrección, similar a las que muchas personas han experimentado.
Herida y sanación
Hoy estoy sentada en el living de mi casa viendo el jardín, hace mucho frío afuera, y desde mi ventanal veo mis malvones, mi nereida, que me mira y me lleva a recordar mi vida…
Con cuántas ilusiones me casé, él fue el amor de mi vida. Yo diecisiete años, él veintitrés. Toda una historia por delante. Cuando lo conocí, no hubo en la faz de la Tierra otro hombre, él llenaba mi existir. Era muy buen mozo, a su paso despertaba suspiros de admiración. Por eso, cuando fijó su mirada en mí, yo no lo podía creer.
Al tiempo, mi sueño dejó de ser una fantasía adolescente para convertirse en realidad; nos casamos un día de carnaval que creí que sería el más feliz de toda mi existencia. Pero, con tristeza, pronto descubriría que mi príncipe no era más que un ídolo de barro.
Muerte
Tuvimos dos hijos que se transformaron en mi sostén, mi familia, mi refugio, mi compañía. Mientras, él se fue distanciando cada vez más: sus amigos… sus mujeres…el casino... la bebida, factores que lo alejaron definitivamente de mí. Aunque, en realidad, él decidió alejarse por su propia voluntad: cada vez más agresivo, el tiempo lo volvió más y más violento.
Los años pasaron y los hijos formaron su propio nido. Llegaron los nietos. Él cada vez se fue denigrando más y más, transformándose en un desconocido, o dejando al descubierto un rostro que mi ilusión adolescente nunca me permitió ver.
Pero un día, un nefasto día de verano, tuvo un accidente que acabó con su vida material. Sus hijos y sus nietos quedaron devastados. En cambio, yo sentí que mi vida daba un giro, mi soledad con él se convirtió en algo lejano, algo que pasó en otra vida, a otra persona, en otro tiempo.
Resurrección
Cuando su ausencia se coronó material, hijos, nietos y amigos fueron mi indiscutida compañía. Mi soledad no fue tanta como había temido. Recuperé mi vida, recuperé mi alegría, mis ganas de vivir. Fueron cuatro años de comprender y de perdonar a quien más amé, más que a mi vida. A quien más me lastimó.
Corría el año 2006, un almuerzo con amigos… alegría… baile… y ahí, casi sin proponérmelo, conocí a un hombre atento, amable. Pero mi corazón había cerrado sus puertas, yo estaba negada.
Sin embargo, mi cerrazón no lo desalentó. Él fue tenaz, amigo, galante. Supo con su accionar ganar poco a poco mi estima. Su paciencia, su cariño, su amabilidad derribaron todas las barreras.
Pero aún hacía falta un empujoncito, y ahí apareció una amiga que me incitó a conocerlo mejor. Y yo accedí, afortunadamente. Así, poco a poco, él fue adueñándose de mi alma. Con su cariño derribó todas las barreras, primero como amigo, luego como compañero y amante. Sin que me diera cuenta, él se hizo indispensable en mi vida.
Paz
Hoy estoy sentada en el living de mi casa contemplando mis malvones, viendo a mi nereida, recordando mi vida tortuosa de antaño, y la maravillosa vida de la que hoy disfruto.
Compañerismo, amistad, placer, gozo, viajes… ¡Cuántos cambios! ¡Cuánto amor recibí! Él es mi compañero, mi amigo, mi amante, mi todo…
¿Preguntan si me casé? La respuesta es un rotundo no. No me hizo falta un papel; ya lo tuve y sólo sirvió para convertirme en la mujer más desgraciada, más engañada, más golpeada.
¿Papeles? ¿Para qué sirven? Hoy soy feliz así, como estamos. Él es mi sultán y sólo porque yo así lo deseo; sin imposiciones. A su lado soy feliz.
Hace 18 años que vivimos juntos, no tengo una alianza en mi dedo anular, pero tengo algo infinitamente mejor: su amor.
Sí… he recorrido un largo camino. Pero fui recompensada con creces. En este día tan frío… sentada en mi living, en el calor del hogar, me siento plena, agradecida con la vida. Yo, con 68 años; él, con 85, somos unos jóvenes amantes caminando de la mano por la vida.
Esta historia fue enviada por su protagonista, la señora C.N. Vos también podés enviarnos tu historia a [email protected].