Además de hacer 13 años que enseña lo que en la adolescencia consideraba “horrible”, se propuso “federalizar el tango”, consciente de las propias limitaciones que tuvo cuando encontró en ella la contención que tanto había buscado. Por eso Bruno Chevasco, a la par de sostener varios espacios de aprendizaje y milongas, ofrece al bailarín lo necesario para que lo que se suele encontrar en la cultura rioplatense, también esté y se disfrute por estos lares.
De la informática a la defensa de la vieja esencia del tango
Por Julio Vallana
“¡Qué horrible el tango!”
—¿Dónde naciste?
—En Gualeguay y desde 2004 vivo en Paraná, donde vine a estudiar.
—¿Cómo es tu barrio allá?
—Está en la zona céntrica, aunque por ser “la capital de la cordialidad” tiene alma de pueblo. Te parás en la vereda y ves el horizonte.
—¿Lugares de referencia?
—El Club Bancario, donde jugábamos y hacíamos deporte, con muchos amigos. Teníamos libertad total; los días de lluvia nos íbamos en bicicleta al parque, que se inundaba (risas). Se dormía con las puertas sin ponerle llave y dejábamos la bicicleta afuera.
—¿Otros juegos?
—La escondida; hacíamos “asaltos” y pijama party.
—¿Personajes?
—Músicos que cantaban en la calle, periodistas muy conocidos, en la radio trabajaron Roberto Romani y Mario Alarcón; artistas y familias de luthiers…
—¿Qué actividad desarrollan tus padres?
—Tengo dos padres: uno biológico, con quien perdí contacto a los 8 años y que era chapista, y mi viejo con quienes nos elegimos padre e hijo, que es abogado, me impulsó a estudiar afuera y me apoyó con el tango. Mi mamá fue costurera y luego estudió para podóloga, en lo cual trabaja.
—¿Leías?
—Cuentos de Julio Verne, pero no tanto, y también me gustó Papillón.
—¿Materias predilectas?
—Las ciencias exactas, biológicas y programación. Por eso estudié Ingeniería de Sistemas.
—¿Desarrollaste alguna afición?
—Artes marciales, tango y computación. En la niñez era introvertido y buscaba un camino que no terminaba de encontrar, hasta que llegó el tango.
—¿Con cuál comenzaste primeramente?
—Artes marciales hice 10 años y tuve el cinturón negro de kung fu, y también hice un poco de full contact y kick boxing. Cuando abandoné, se sintió en las calorías (risas). En 2001, por la carpa blanca, tenía mucho tiempo libre, vino un maestro de tango de Buenos Aires y me invitó a ir un amigo. El tango me resultaba horrible pero lo acompañé, probé, y al tercer mes comenzó a gustarme lo de abrazarse, la contención y la comunicación sin la palabra, y el escenario, que me gustaba desde chico. Mi compañero dejó, seguí, descubrí lo que había dentro de la complejidad de esa música, el por qué de las letras, cómo expresar emociones con la danza y el abrazo. Me fanaticé, estuve tres años en ese taller y me perfeccioné en Buenos Aires, con maestros de reconocimiento mundial. Fue un antes y un después, y una verdadera contención. Era un grupo de unos 20 chicos.
—¿Cuál era tu relación con la música hasta que fuiste a esa primera clase?
—En la radio hay una tradición de escuchar la “tangueada de las once”, dedicada al cumpleañero del día. La escuchaba para enterarme quién cumplía años. Me gustaba el rock, influenciado por mi hermano mayor, pero no tenía un gusto particular.
Kung fu y el 2x4
—¿Al principio encontraste un punto de contacto entre el tango y las formas del kung fu?
—Sí, justamente, las formas te enseñan a mover y educar el cuerpo, y el equilibrio, algo que apliqué inconscientemente al tango, según me lo dijo luego un maestro.
—¿El tango te modificó algún aspecto de las artes marciales?
—Aprendí a estudiar y entender más al oponente en cuanto a sus sensaciones, pero más me aportó el kung fu al tango, por la motricidad fina y la posibilidad de comunicación.
—¿Dejaste kung fu?
—Lo hice desde muy chico y en 2003 me terminó aburriendo, por el entrenamiento repetitivo, aunque tengo cierta nostalgia. El tango es un acompañamiento de vida constante.
Introversión y expresión
—¿Qué referentes tuviste al entender la esencia de la danza?
—Lo vi bailar en el escenario a mi profesor y fue lo que más me captó, porque esa pareja vivía y transmitía una historia. Fue un arranque para mis propias emociones.
—¿Qué imaginabas?
—Hacer lo que hacía él y captar el corazón de la gente como él lo hacía.
—¿Qué desarrollo tuviste en Gualeguay?
—Como grupo tanguero tuvimos bastante repercusión y salíamos a competir, incluso en Baradero y Campana, donde fuimos subcampeones. Fue mi momento de competencia y lo disfruté. No había milongas ni espacios, así que todo se reducía a las clases o el escenario.
—¿Qué te significó el tango, siendo tan joven, como hecho cultural y musical?
—Fue un ¡guau!, sin entender, porque nunca estudié música. Pero lograron hacerme entender su complejidad, como posibilidad nueva de expresión y cuando no tenía facilidad de palabras para hacerlo. La mirada, a veces, es más sincera que las palabras y la expresión corporal también transita por allí.
—¿Por qué estudiaste Ingeniería de Sistemas?
—Porque era muy introvertido, entonces con la computadora no necesitaba relacionarme con nadie. El primer año me fue muy bien, pero en el segundo comencé a bajar el rendimiento porque descubrí en Paraná una vida social que no tenía. Además, veía que quienes trabajan con la pantalla terminan con la cabeza quemada. Me di cuenta de que no sería feliz, continué la carrera pero desmotivado y progresivamente comencé a enseñar tango, por insistencia de unos amigos. Pensé la idea, hasta que me ofrecieron un espacio en el instituto de Rita Risso, en 2007, y Paraná me abrió las puertas para desarrollarme.
Aprendizaje y estilo
—¿No eras consciente de lo que habías aprendido?
—Tal vez estos amigos se dieron cuenta de que podía transmitir la danza antes que yo, lo cual no es fácil porque se trata de sentimientos y conexión, más allá de lo físico. Estaba negado pero haber enseñado kung fu en Larroque me ayudó con la docencia y gustó.
—¿Qué otros maestros fueron influyentes además del primero?
—No me casé con ninguno, sino que me nutrí de varios para hacer mi propio estilo, más allá de que la comunicación es universal. Comencé con tango de salón, tuve diferentes etapas de cruzado, pasé al de escenario y luego milonguero. Son etapas, hasta que el tango te dice que no está en los pies, sino en el abrazo.
—¿En qué sentiste esa profundidad?
—En 2004 mi maestro nos llevó a Buenos Aires a conocer la cuna y la cultura, sobre todo La Viruta, en el Club Armenio, una de las milongas más antiguas. Nunca había visto bailar así porque estaba acostumbrado al escenario o a ver un show.
—¿Y personalmente, bailando?
—Acá, en Paraná. Cuando comencé a enseñar sentía más la parte física y cuando comenzaron las milongas descubrimos que además de un corazón tanguero, también tenemos uno milonguero.
—¿En cuánto tiempo se aprenden los movimientos básicos?
—Depende de la actitud, porque todos tienen la posibilidad. Hay a quienes les demanda entender que el tango no es de uno solo, sino que hay que empatizar con el otro. Quien entiende esto aprende más rápido, porque son dos cuerpos que se hacen uno. Algunos lo entienden en tres meses y otros en dos años, como a mí. Antes comenzaba con la técnica y luego buscaba la emoción, pero hace varios años que tengo buenos resultados a partir de que la emoción genera las ganas de moverse, y que la técnica lo facilite.
—¿Hay bailarines que te atraigan por determinado aspecto?
—Hay muchos y muy buenos, como Jonathan Saavedra, en tango salón. La técnica está muy bien estudiada y todos son muy buenos. Hay mucha evolución.
—¿Pudiste conciliar informática y arte?
—Cada vez menos porque contrastaban mucho, así que decidí dedicarme al tango y generar una vida que me permitiera dedicarle el mayor tiempo.
Mujeres conduciendo
—¿Continuaste capacitándote?
—Sí, porque lo bueno de los alumnos es que te generan exigencia. Siempre aplicamos nuevas técnicas aprendidas de quienes están en punta. Es un aprendizaje que nosotros no teníamos, porque todo era impositivo con las manos y los brazos, y machista. Aunque todavía estén los roles conductor masculino-conducido femenino, ya se ve viceversa y cada vez se verá más. Hoy es algo comunicativo y se genera un feed back.
—¿Varió por los avances logrados por la mujer en materia de género?
—De la sociedad, de la mujer que se puso en valor y del hombre que entendió que a nadie le gusta ser empujado.
—¿Cuándo se inició ese cambio?
—A partir de los 90.
—¿Implicó una modificación desde lo técnico?
—Claro, porque comunicar con el cuerpo a la otra persona y que fluya no es algo sencillo.
—¿Pero las letras y lo musical no están configuradas para eso?
—Por supuesto: no es lo mismo bailar un (Juan) D’Arienzo, que “te saca a patadas” a la pista, con un marcato constante, de (Carlos) Di Sarli, con los violines y que sos parte del viento. Es algo que lleva tiempo registrar y por eso estoy en constante aprendizaje.
Soledad, abrazo y un amor
—¿Por qué mencionás lo de la “contención”?
—Es una danza de inmigrantes que venían solos, dejando sus países. Tomé una capacitación llamada Constelaciones (familiares) con tango y el instructor nos decía lo bien que se habrán sentido si alguien les daba un abrazo. Esa necesidad generó el tango y es la esencia que se trata de cuidar.
—¿Una puesta en escena vivida con plenitud?
—Arriba del escenario con mi compañera en Gualeguay, porque yo era muy introvertido y me resultaba impensado hacerlo, demostrando lo aprendido. Fue un logro y muy motivador. En cuanto a lo milonguero, cada encuentro es diferente. Con quien hoy es mi mujer tuve la experiencia más fuerte.
—¿Fue alumna?
—Fue a la academia a aprender y luego comenzó a bailar conmigo, lo que permitió encontrarnos. Hace varios años que la nena no nos deja bailar (risas) y viene otro en camino.
—¿Qué tal baila?
—Es muy buena y con ella tomé todas las formaciones.
—¿Tus referentes musicales?
—Depende mucho del estado de ánimo: si me quiero divertir mucho D’Arienzo; si tengo ganas de descargarme en un abrazo y generar un mundo aparte durante tres minutos y medio Fulvio Salamanca; si quiero vivir una historia, Miguel Caló…
—¿Podés escuchar sin pensar en bailar?
—Ya no puedo (risas). Incluso no sé si me gusta escuchar lo que no pueda bailar. Podría ser Julio Sosa.
—¿No competís más?
—Dejé cuando vine a Paraná. Cuando mi señora estaba embarazada fuimos a un certamen en Varadero, con varias parejas, y obtuvimos el tercer puesto, con una danza de canyengue.
—¿Cómo te llevás con el tango electrónico?
—No me llevo (risas). Me gusta como música pero no sé si considerarlo dentro del ambiente del tango. Es un movimiento que dio la oportunidad de que mucha gente joven conociera e ingresara al tango por esa puerta, pero no prosperó como danza. Era vistoso y un divertimento, pero no focalizado en la esencia. Fue un aporte, como el neotango, pero no tuvieron sustento cultural.
—¿Cuál es el límite en este sentido?
—Soy abierto al aprendizaje y a explorar nuevos lugares, aunque no sea la línea que luego baje. Para la enseñanza me enfoco en el tango salón, y si tengo que enseñar el estilo de escenario hago un taller aparte, con gente que se comprometa, porque exige entrenamiento.
De jóvenes y no tan jóvenes
—¿Cuánto tiempo hace que enseñás?
—Ayer (28 de julio) la academia cumplió 13 años.
—¿Cómo analizás, desde entonces a hoy, el universo de personas que desean aprender?
—Hoy hay una mayor combinación de edades. Antes comenzaba los talleres con gente muy grande y cuando llegaban los chicos no se sentían muy cómodos. Luego pasó al revés, había gente joven, venía gente grande y tampoco se sentía cómoda, porque los chicos te exigen un ritmo para no aburrirse. Ahora generamos distintos talleres y horarios donde cada uno puede elegir, pero a la vez hay una mayor convivencia porque buscan la esencia y no importa tanto la edad.
—¿Cuál es la motivación de los jóvenes?
—La contención, porque generalmente son chicos introvertidos que necesitan expresarse y las palabras no son su facilidad. A veces cuentan cosas sin hacerlo verbalmente, una especie de terapia.
Cuando el tango sana
—¿Difundís el tangoterapia?
—Hace siete años que tenemos un taller de tangoterapia en el Centro de Jubilados 17 de Septiembre, con dos instructores míos.
—¿Cómo te aproximaste a este aspecto?
—Fue una propuesta de un jubilado por un libro de un cardiólogo que había leído. Me motivó a fortalecer la danza en determinados aspectos, destinado a combatir el parkinson y la leucemia, y fortalecer la memoria, el dominio corporal y la coordinación. Además del aspecto social que se fortalece por los vínculos y la autoestima.
—¿Cuál es la clave desde el punto de vista terapéutico?
—Pasa por la complejidad y la interpretación de la música, el movimiento y la motricidad fina, y la comunicación con la otra persona. En lo emocional, por la entrega.
“El tango está vigente por la necesidad del abrazo”
Chevasco se refiere al fundamento por el cual el tango es considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad y plantea la necesidad de recrear los espacios para su aprendizaje.
—¿Qué razón de ser tiene el tango en el siglo XXI?
—A mí me llevó años entenderlo, lo cual me permite entender a quienes, en principio, no les gusta. Más allá de una danza hay un contexto de entrega y comunicación con otra persona, generando un mundo aparte. El tango termina siendo una excusa, aunque luego, cuando te compenetrás con el arte, te da el encanto. Por eso es Patrimonio Cultural de la Humanidad, porque la necesidad del abrazo es universal.
—Complicado lo del abrazo con la pandemia…
—Entiendo la necesidad de algunos docentes de generar ingresos a través de clases virtuales, pero no creo que se pueda, así que a través de Internet solo estoy recordando técnicas con mis alumnos, para que el cuerpo llegue blando al momento del encuentro.
—¿Dónde se realizan los talleres cuando funcionan?
—En el Club Social, Círculo Obrero, Círculo de Suboficiales de la Fuerza Aérea y Casa de la Cultura. No sé cuándo volverán a trabajar estas instituciones porque nuestro sector está muy descuidado, más allá de que tuve la suerte de que un hermano me dio trabajo.
—¿Tenés página en Internet?
—moncherishoes.com.ar y todos los viernes, de 21 a 23 por Youtube, en Academia de Tango del Litoral, trasmitimos durante dos horas, durante las cuales entrevistamos a artistas propios y de todo el mundo.