El primer rector normalizador a partir de la creación de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader) en 2000, el ingeniero Luis González, se refirió a aspectos de dicho proceso, sobre el cual no eludió la autocrítica y a los cuestionamientos que por entonces, más allá de lo técnico-académico, se teñían por la enemistad entre los exgobernadores Sergio Montiel y Jorge Busti. “Su obsesión por Montiel lo llevó a cometer errores”, resaltó el docente de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, quien también se mostró preocupado por el “manejo partidario” de la alta casa de estudios.
"Busti, obsesionado, boicoteaba a la Universidad Autónoma de Entre Ríos"
Por Julio Vallana
Un único encuentro
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, el 17 de agosto de 1956, frente al Club Belgrano.
—¿Hasta cuándo viviste allí?
—Dos años. Mi madre siempre fue empleada doméstica, así que circulábamos, hasta que nos estabilizamos con una familia.
—¿Cuál es el lugar que más recordás de la infancia?
—(Risas) Todos. Donde más estuve fue en una casa frente al Rosedal del Parque Urquiza y luego en calle Buenos Aires, pero seguí vinculado. Hace un año cumplimos 50 años de graduados de la escuela Primaria y seguimos en contacto.
—¿Cómo era por entonces el parque?
—Muy accesible, un edén, porque no había problemas.
—¿Te ponían un límite hasta dónde llegar?
—(Risas) Sí pero, como correspondía, lo trasponíamos. El parque era otra cosa: había túneles que transitábamos; ir a la Boca del Tigre, la “villa cariño” de Paraná, era un peligro. Así que íbamos. No estaba el Mayorazgo y ahí los scouts hacían los campamentos anuales.
—¿A qué jugabas?
—A la escondidas, el pío, toca-toca… juegos colectivos, mucha calle y a veces poníamos petardos al tranvía.
—¿Qué actividad laboral desarrollaba tu padre?
—Soy hijo natural.
—¿Lo conociste?
—Solo por una hora y cuando escuché los latidos de mi hijo en el útero de mi señora. Fue la única relación física que tuve con él.
—¿Cómo fue eso?
—Un primo de él me dijo que estaba por venir de Buenos Aires, donde se fue luego de vivir en concubinato con mi madre. Le dije que quería verlo, pasamos, no estaba, mi señora tenía turno en el ginecólogo, fuimos, escuché los latidos de mi primer hijo, a la vuelta pasábamos nuevamente y lo conocí.
—Dos impresiones seguidas muy fuertes…
—¡Sí, qué sé yo (risas)! En algo fue muy fuerte.
—¿Alguna afición?
—En la adolescencia, el rugby, pero comencé a trabajar a los 13 años, buscando independizarme.
Don Américo y los curas
—¿Cuál fue el primer trabajo?
—En el bar San Remo, de calle San Martín, como lavacopas, y después en la imprenta El Sol, de don Américo Pérez Balbuena, en calle Buenos Aires, quien fue prácticamente un padre.
—¿“Quemaste” etapas?
—Por verla a mi mamá me resultó muy natural, aunque muchas veces tenía vergüenza. Estaba en un círculo social que tal vez no me correspondía, entonces tenía vergüenza de que me vieran barriendo o lavando la vereda, hasta que me di cuenta de que mis conocidos nunca pasarían a esa hora porque estaban durmiendo (risas).
—¿Qué imaginabas ser?
—No. Tuvieron incidencia, sin quererlo, el papá y el tío de un amigo, agrónomos los dos. La imaginación de lo que era la producción e ir al campo me subyugó a los 17 años. Cuando ingresé a la facultad tuve una pertenencia muy grande.
—¿Además de eso tenías vinculación con el campo?
—Ninguna, sólo la ilusión de trabajar allí, por lo que veía en esas personas.
—¿Cómo influyó el trabajo en la imprenta?
—Me enseñó a leer “al revés” y poner las formas.
—¿En la linotipo?
—No, la linotipo estaba en El Diario, donde don Américo trabajó. Cuando las formas eran para una impresión muy grande las hacíamos ahí. Ajustábamos letra por letra y para corregir leía una por una, lo cual me dio una fortaleza muy grande, además de la política.
—¿Militabas en esa época?
—Desde 1969 y antes estaba metido en la iglesia. En la del Carmen, con el cura Metz, ayudaba a la señora María cuando había un casamiento y me regalaban un sándwich de queso (risas). Tomé la primera comunión, aprendí a ayudar en la misa en la San Miguel y el desarrollo político activo fue en la Catedral, con un grupo de sacerdotes del Tercer Mundo, tales como (Juan Carlos) Gorosito, (Amadeo) Dri y (Pedro) Pérez. Cuando fui a la imprenta fue un choque porque don Américo decía que “la iglesia tiene caras para todos los gobiernos”, lo cual me costó interpretar.
—Con el tiempo le habrás dado la razón.
—(Risas) Le tuve que dar la razón… pero entonces estaba muy subyugado, estábamos en los barrios pobres… alimentaba la burguesía por estar en la Catedral y…
—Las contradicciones fundamentales.
—Sí…
—¿Qué leías?
—La imprenta me ayudó mucho para eso. En la infancia, en calle Mitre, a los dueños de casa les decía “señora” y “señor”. Una hija de ellos me puso una condición: si estaba en penitencia me hacían leer los libros de la Colección Robin Hood. Comenzaba a leer y si la penitencia era media hora, me quedaba dos. Me dio la costumbre de no dormirme sin leer algo.
—¿No hubo asociación de lectura con castigo?
—La fórmula fue muy constructiva porque leía historias interesantes y motivadoras para un gurí.
—¿Por ejemplo?
—Robin Hood (risas), sin llegar a la lucha de clases, y la Biblia, que generó muchas discusiones. Hoy la iglesia no habla de la palabra de Cristo. Pero también ha sido una de las pocas instituciones que identificó que la mujer marcaba el liderazgo, ya que prácticamente todas las apariciones van de la mano de María o una virgen, y todos los mensajes están en función de lo que dice ella. Es una elaboración mía. El mensaje de Jesús es originalmente social y no hay una correspondencia de la iglesia con eso, con las excepciones de los curas villeros.
—¿Qué pensadores de la Teología de la Liberación te resultaron influyentes?
—En ese momento fue el Encuentro de Puebla, así que la institución iba relativamente abriendo puertas, pero también estaba la persecución a estos curas, ya que el obispo era (Adolfo) Tortolo, quien decía “esto es un barco con un capitán que fija el rumbo”. (Juan Carlos) Onganía consagró el país a la virgen María, el cura Gorosito nos dijo que no podíamos estar de acuerdo e imprimimos un folleto crítico, por lo cual recibió amenazas tremendas. Al mensaje social no lo reniego, sino la institución. Estos curas no decían “vamos a evangelizar a los pobres” sino “evangelizarnos con los pobres”.
—Imagino con don Américo discusiones arduas.
—Tenía una filiación de radical del pueblo. Discutíamos mucho por lo institucional de la iglesia, lo puteaba a Dios y le preguntaba por qué, ya que hacerlo era creer (risas). Muchos debates, pero siempre con sentido común.
—¿Qué materias de la Secundaria te gustaban?
—Fui a la Escuela Industrial nocturna y luego al Colegio Nacional, también de noche. Del industrial rescato muchos aspectos tecnológicos y que me ayudó para accionar racionalmente, y el Nacional me dio una visión fuertemente democrática de la educación, porque convivíamos con gente mayor, de experiencias diversas y que trabajaba.
—¿Qué te enseñó el rugby?
—A ser buena persona. Comencé en el Club Tilcara a los 14 años.
—¿Qué imaginabas hacer como ingeniero agrónomo?
—Producir. En ese momento no pasaba por lo educativo, pero al segundo año ya era ayudante de cátedra y me incliné fuertemente hacia la docencia. Cerca de la restauración democrática tuvimos necesidad de incursionar en la gestión.
—¿Cuándo revisaste críticamente tu relación con la iglesia?
—Lo hice no obstante que luego me reencontré con (Estanislao) Karlic. Al partido radical me incorporé en 1973, hasta que vino el golpe. Aprendí mucho y compatibilizaba bastante, todavía, con mi actividad en la iglesia. Después del Proceso generé una autocrítica por el comportamiento partidario, si bien la juventud radical era muy progresista. La plataforma de 1973 proponía nacionalizar la banca y el comercio exterior. Cuando se normalizó la Federación Universitaria de Entre Ríos fui presidente de la primera conducción y secretario un compañero de la JUP. Durante la normalización de la Federación Universitaria de Buenos Aires rompieron tres crucifijos durante la asamblea. Los tres obispos de Entre Ríos generaron un documento en el cual, desde nuestra lectura, se hacía una generalización de los estudiantes y le pedimos una reunión, cuando ya estaba Karlic. Nos atendió en la casa, discutimos sobre la Teología de la Liberación, el papel de la iglesia durante el Proceso y nos dio un documento no público sobre cómo se manejaban durante el Proceso. Cuando vino Juan Pablo II, Karlic convocó a la educación superior para una reunión, pregunté por qué el Papa no se refería a los Derechos Humanos, no me contestó y cuando nos despedimos le dije: “Si hago un equipo de fútbol, usted es el arquero, porque a los penales los saca de maravillas”. Se generó una relación muy cordial. En el gobierno de Montiel le pedí si quería conversar con él y nos juntamos en esta mesa.
Una idea de siempre
—¿Cuándo lo conociste a Montiel?
—En 1975, cuando todo el sector opositor era minoría respecto al grupo de (Carlos) Perette y nos reencontramos en 1979. El Proceso, en las provincias con partidos provinciales fuertes, como Santa Fe y Entre Ríos, delegó en civiles. Con el antecedente del MID acá fue gobernador (Washington) Ferreyra, así que tuvimos un poco más de libertad para actuar desde el movimiento estudiantil y sobre todo desde Agronomía. No pudimos formalizar un centro de estudiantes pero actuábamos como tal. En 1968, Montiel participó de un grupo de estudio, junto con don Eduardo Barbagelatta, al igual que funcionó otro grupo en Gualeguaychú, para la prefactibilidad de una universidad en Entre Ríos. Ese original sirvió como esbozo de las carreras universitarias, que por entonces dependían de otras jurisdicciones.
—¿Siempre tuvo en mente el proyecto de creación?
—Siempre. Ya en 1983 creó el Instituto de Administración Pública, el de Informática, el de Imágenes –en Ramírez–, el de Electrónica –en Concepción del Uruguay– y estando en el Ministerio de Acción Social durante el gobierno de (Carlos) Contín se generó la carrera de Enfermería. Casi todo el plantel del Instituto de Informática eran docentes universitarios, por concursos, a quienes les pagaba un plus, porque quería darle un nivel superlativo. También nos acercó que habíamos asumido el compromiso de reabrir la carrera de Ingeniería, nos retrucó que nos apoyaba pero que quería otra carrera y fue cuando se crea Bioingeniería.
—¿Compartías la idea de la creación de la universidad?
—Entendíamos que la base era la UNER (Universidad Nacional de Entre Ríos) pero en 1999 entendimos que no alcanzaba para desarrollarse como imaginábamos y se generó la propuesta. La asamblea de docentes de Informática, a sabiendas de que ganarían menos, quería pasarse a la UNER y esta no quería. Jorge Cura había trabajado en una representación de la Facultad de Medicina de Rosario acá, lo cual estaba desarticulado.
—¿Cómo fue el momento cuando te encomendó la misión?
—En un acto de Echagüe propuso la creación de la Facultad de Veterinaria, en Villaguay. Fui a la casa y le hice conocer mi parecer sobre que pudiera incluir algo vinculado a la genética. Me preguntó qué estaba haciendo, le dije dando clases, me pidió que escribiera lo que pensaba y cuando ganó las elecciones me llamó para asesorarlo en el proceso de creación. Previo a eso, hubo una conversación sobre mi decisión de apoyarlo en función del no crecimiento de la UNER, de la cual fui secretario general, porque yo veía cosas que no podía entender.
Personalidad y proyecto
—¿Tu relación con Montiel era más personal que política?
—Personal y la tomo como paternal. No tuve actividad en su grupo y prácticamente en ninguno desde que dejamos la Franja.
—¿Por qué esa afinidad?
—Reconozco que el hombre, más allá de su personalidad un poco tosca, dura y de compartir poco hacia afuera, tenía un proyecto de provincia en el cual el Estado tenía que intervenir. En 2000 queríamos hacer el círculo de fibra óptica pero no teníamos un mango partido al medio y lo terminaron haciendo en el segundo gobierno de Urribarri. De la famosa autopista, Montiel tenía calculado cuántos metros de alambrado nuevo había que hacer, la mano de obra que daría… Mal que mal, (Sergio) Urribarri logró, si bien sobre la ruta 18, hacerla, con una lógica geopolítica y de comunicación. Durante su primer gobierno, Montiel generó un proyecto de ley provincial de educación.
—¿Cómo fue su aproximación a Karlic?
—Por una gestión personal que se me ocurrió, cuando ya estábamos en crisis con el gobierno: estaba (Eduardo) Duhalde, el juicio político y momentos económicos muy duros. Entendíamos que no se podía jugar con la institucionalidad, el juego que siempre hizo la oposición, aunque teníamos nuestras críticas. Era visible por parte de (Jorge) Busti. A un año de las elecciones se generó la mesa de diálogo y eso zanjó las diferencias para llegar.
Oposiciones y razones
—¿Te resultaban entendibles los cuestionamientos por parte del Partido Justicialista, Agmer y la UNER?
—No. Asumimos el compromiso de que no íbamos a generar ninguna carrera que dictara la UNER, salvo Enfermería, que estaba en Paraná y la UNER la tenía en Concepción del Uruguay. Y lo cumplimos. Ahí fue mi tercera entrevista con Karlic.
—¿Por qué?
—Le fui a plantear que abriríamos Psicología, cuando la Católica dictaba la carrera. Tenía que mantener el respeto de advertirle. Me dijo “metele, no hay problema”. Hoy Psicología es la base de la Facultad de Humanidades. La oposición de la UNER se cosió en su propio jugo y no existió, ya que buscaba diputados. De Agmer era entendible su combate en un sistema que terminó en tres meses sin cobrar, pero las personas que hablaban conmigo eran sinceras. Dijimos que no le bajaríamos el salario y salió la ley, al igual que lo relacionado con los concursos de los docentes transferidos y otras garantías. Eran debates más en contra de Montiel que de la universidad. Lo del justicialismo no lo puedo plantear como partido. Vi un documento del doctor Busti que plantea que la Uader, a la que boicoteó permanentemente, tenía problemas académicos y que con (Ernesto) Villanueva los solucionaron. ¡No! Si hablamos de que es un proyecto de Estado, digamos la verdad. La Uader se mantuvo por la gente. Si hubo alguien que se interpuso, con Villanueva, para que no salieran los expedientes de la Coneau (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria) fue, lamentablemente, el doctor Busti. Su obsesión por Montiel lo llevó a cometer errores. (Martín) Fabre (exdirector de Información Pública de Busti) hizo circular en todos los medios un anteproyecto de resolución de la Coneau. Eso no se lo da un portero. Busti, permanentemente, accionó para que Montiel se fuera antes, a cualquier costo.
—Convengamos que el frente interno propio no era sólido. Montiel terminó enemistado con su socio, amigo personal de toda la vida y exfiscal de Estado, el por entonces senador provincial Jorge Campos.
—Los bonos no eran los federales. Al Senado llegó un proyecto para pagarles a los proveedores y se frenó porque Jorge quería la candidatura a gobernador. Coincido con vos en que estuvo mal, pero en ese momento los intereses… De la Rúa llegó aliado con un partido de centroizquierda y terminó con (Domingo) Cavallo. ¿Estuvo mal Montiel de decirle a Cavallo de no ponerlo a su secretario privado como candidato a diputado nacional, por lo cual luego no le tiraba un mango? Cuando estás en la gestión es complicado. Hoy le diría a Montiel “arregle con Cavallo”, pero en ese momento estaba contento. En términos de la gestión, en el radicalismo pudo más la interna y los egos personales, de todos, que una visión política y la institucionalidad.
—¿Los planteos de la Coneau excedían lo técnico-académico?
—El cuestionamiento más fuerte era que teníamos un plantel docente no universitario. Por eso iniciamos un plan de “actualización docente”. Los debates con Agmer fueron muy buenos, porque se hablaba de educación. Lo otro era político, porque nunca se había generado una universidad desde el ámbito provincial.
“Hay una fuerte direccionalidad en los concursos docentes”
González defendió que durante su mandato se respetaron los principios universitarios, admitió que los errores técnicos fueron de su exclusiva responsabilidad, y cuestionó la orientación partidaria y el verticalismo de la casa de estudios por considerar que el conocimiento “no puede tener esas barreras”.
—¿Lo más complicado con lo que lidiaste?
—Tener que manejarme en términos partidarios cuando era una institución educativa. Entiendo que cuando es una política de Estado, los partidismos se pierden. Por lo menos, los gobiernos justicialistas posteriores la mantuvieron abierta, más allá de muchas cosas con las cuales no estoy de acuerdo.
—¿En qué medida fuiste fiel a los principios universitarios?
—Totalmente. Nunca se negoció y la autonomía se mantuvo absolutamente. Montiel nunca me dijo que pusiera de empleado a determinada persona o sacara a fulano. Los proyectos de las carreras se aprobaron por asambleas de docentes. Todos los errores técnicos son míos, al igual que no haber seducido a todos los legisladores nacionales para que apoyaran. El personal administrativo del rectorado se despidió diciéndome “tendrías que ser peronista, así te quedás”. Me revisaron tres veces la ejecución presupuestaria y no encontraron nada.
—¿Hoy es una “unidad básica”?
—Estructuralmente, lo de que todavía siguen con horas cátedra me llama la atención. La perspectiva de la dedicación docente como son los salarios en la universidad pública tradicional es una mejor llave, porque permite otras posibilidades. No sé si se integraron cátedras, lo cual era muy difícil. En términos político-partidarios han hecho un manejo muy difícil. Los estudiantes que dirigen un centro tienen salario, lo cual para nosotros era vocacional. Hay una fuerte tensión con los concursos, en cuanto a la direccionalidad, y es preocupante, porque tiene que haber quienes no piensan igual. El conocimiento no puede tener barreras partidarias.
—¿No hay anticuerpos?
—Pocos, porque hay mucho verticalismo y con dinero. No sé por qué el radicalismo no hace una expresión pública de su crítica. Me hago la misma pregunta y no tengo respuesta.