Algunas guías para la armonía en el diálogo de las asambleas

El mate amargo de raíz guaraní y el koyang de raíz mapuche. Modos antiguos de abonar la participación en nuestras agrupaciones, alcanzar acuerdos, y compartir saberes sin morir en el intento
18 de febrero 2019 · 09:21hs
Renegamos de la puja permanente en partidos, clubes, sindicatos, con líneas internas e intereses sectoriales siempre en disputa. Del menosprecio del consenso, la ausencia de canales propicios y ámbitos de participación genuina, sincera; renegamos de la falta de actitud para escuchar, y de la imposición de un grupo sobre el otro.
Renegamos del entretenimiento que nos impide concentrar la atención en lo importante, porque gastamos la energía en cuidar todos los flancos, en la defensa, cuando no en el acuerdo de ocasión para ganar. A veces ni siquiera tenemos algún poder, y ya estamos revolcados en sus vicios.
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En las asambleas, los foros y otras organizaciones, sin ingresos económicos, en cambio, suelen presentarse menos enfrentamientos internos, y es más fácil alcanzar coincidencias con alta participación, en proporción. Sin embargo, las asambleas suelen tener conflictos de otra índole y muestran una permanencia más precaria. La falta de institucionalidad y la distancia con la llamada burocracia, que a primera vista parecen virtudes de esas agrupaciones, pueden generar inestabilidad y otro tipo de desgastes, hasta la disolución.

El portazo
Debemos conocer estas experiencias para curarnos en salud. Dar un portazo y formar otra agrupación es lo habitual. Para preservar un modo de interpretar u organizar la asamblea, creamos otra, entonces tenemos menos dificultades pero a costa de mayor fragmentación.
¿Cómo alcanzar un equilibrio que nos permita dar cierta permanencia a los grupos, garantizar la unidad por debajo y por encima de las diferencias, asegurar la participación de todos/todas y evitar los desgastes o la muerte por inanición?
Aquí intentaremos algunas reflexiones que podrían colaborar en el sentido de la prevención, el estar atentos, el no abandonar logros bellos como el encuentro, por la desidia.
No hay recetas, pero sí experiencias atendibles y decimos que no hay recetas porque la composición de las agrupaciones es siempre distinta, las historias, los motivos de reunión son diferentes, y también es distinto el contexto. A veces faltan caminos para la resolución, a veces están y somos medio timoratos nomás.
Podemos revisar modos, experiencias, principios que aceptados de antemano puedan asegurar la resiliencia de las agrupaciones. Es decir: ante los mayores conflictos, un grado de elasticidad que permita, pasado el temporal, recuperar los lazos, el cauce, la armonía de base, las esencias.
La organización tiene que aceptar mecanismos propios para que los temas, los acuerdos y los conflictos sean tratados en un marco adecuado. Hay diferencias que no necesariamente llevarán a la ruptura, y las hay más profundas que requieren coincidencias de base para que su exposición no provoque desgastes innecesarios, malentendidos. Esas diferencias suelen imponerse con desmesura sobre coincidencias y temas no menos importantes. Continuar indefinidamente con discusiones cuando las posiciones ya fueron planteadas, por caso, provoca desazón y deserción, espanta al conjunto.
Pero la resiliencia de cada agrupación es distinta, y si no hay recetas que indiquen el momento o el modo de superar un conflicto estancado, lo incorrecto es pensar que estas situaciones se solucionan solas, sin un compromiso y un esfuerzo adicionales de miembros de la agrupación.

La confianza no mata
Los integrantes deben abonar la confianza. Si entre los integrantes no creen mutuamente en la buena fe, entonces las conversaciones se diluirán en ataques personales, indirectas e insinuaciones estériles, reproches por tonterías, y en la mayoría de los casos terminarán desenfocando, desnaturalizando el diálogo.
Funcionan las reuniones cara a cara, las mateadas. Los debates a distancia no encuentran el ámbito, se empantanan. Los canales de la tecnología resultan importantes como complementos, pero no sustituyen el encuentro personal, en nuestro caso con el ritual del mate que riega la amistad, la confianza, la trascendencia sobre asuntos menores. El mate nos libra de varios encierros.
En los grupos por internet queda desaconsejada la lectura desconfiada. De cada diez correos encontraremos siete u ocho con frases filosas, o que generan alguna antipatía, y por eso esas frases deben ser borradas por el emisor, o de lo contrario borradas por el receptor. El que se embarulla hurgando en expresiones poco felices de internet no conoce el medio, termina enojado por tonterías pasajeras propias de la espontaneidad. Si el emisor no supo o no pudo o no quiso limar asperezas en su correo, necesariamente deberá hacerlo el receptor. Las estupideces se diluyen con una sonrisa en una mateada, pero a distancia engordan y explotan.

Crear el clima
Si los objetivos de una organización y los modos estuvieron planteados y consensuados con claridad de entrada, no habrá discusión que no encuentre su marco, su lugar, su plazo. Los temperamentos son distintos, y las formas de expresión también. Por eso no se puede tratar a todas las personas y a todos los mensajes con el mismo arsenal de códigos. Existen personas que hablan con rodeos para no ser hirientes, y personas que van al grano para evitar rodeos. Tampoco aquí hay recetas, los miembros de una organización deben ser flexibles para aceptar esos extremos y todos los matices. No descuidar el fin alto de los desvelos comunes, y tampoco descuidar las maneras, y los tipos diversos que dan distinto peso a las expresiones. Conocer al que habla y conocer al que escucha son condiciones sine qua non para la interpretación cabal, sin desviaciones ni ruidos.
Reconocer el lugar del ser humano con los demás seres vivos y las demás existencias facilita intercambios y ayuda a bajar el copete como especie, como agrupación, como personas. También ayuda a crear el ámbito adecuado, el clima. Una rueda bajo los árboles nos descomprime y nos ubica. Y lo mismo un plus para escuchar al hombre, a la mujer, con sus circunstancias, en el paisaje, y una relectura de los principios del vivir bien que ha registrado Huanacuni Mamani (saber beber, saber comer, saber hablar, saber dar y recibir...).
Y ayudan la tradición de pares opuestos complementarios (yanantin) que heredamos de pueblos del altiplano; la tradición del vivir bien y buen convivir, en armonía, como dirían el aymara, el guaraní, el mapuches, en fin. Todo para afrontar el empuje de un sistema que nos quiere mejores, exitosos, por encima, capaces de acumular bienes materiales y de competir con el otro para ganar a cualquier costo.
Frente a la tendencia a la práctica permanente y a la militancia partidizada, resultan esclarecedores el principio ad vaita (no dual) que nos muestra la unidad subyacente, y el principio wu wei (no actuar). No deben confundirse con la desidia, el pacifismo tonto, el desenfoque o la indiferencia. Ayudan, sí, a la comprensión del otro, sea el compañero o el adversario, y a no subestimar la existencia, sea de un ser vivo o muerto, existencia al fin, como de una piedra o una tradición menospreciada. Claro que esos principios no están subordinados a la conveniencia o la oportunidad. Pero evitan confusiones y dudas.

Sociedad colonizada
A no olvidar las condiciones de nuestra sociedad atacada por todos los flancos con propagandas del sistema consumista. En una sociedad colonizada, el adversario será el par; el enemigo, un vecino. Los individuos de las sociedades colonizadas ven la hormiga y se disponen a pelearla, ven el elefante y miran qué hace la hormiga para discutirle, desacreditarla. Es una enfermedad que nos cruza. Al que viene de los centros del prestigio le servimos la mesa, al que llega sin esas aureolas que solo da el colonizador, lo medimos por milímetro.
El colonizado busca jefe con poder donde florear sus energías. Ese jefe puede ser un bandido, pero si viene de las fuentes del prestigio será difícil desnudarlo.
Los argentinos vivimos en una triple colonialidad, ante el prestigio de los centros de poder económico, cultural colonialista, el prestigio en el orden regional, y lo mismo en sus representantes locales. Si tomamos conciencia del estado de cosas, entonces podremos mirar con menos prejuicios al vecino.
No siempre deben buscarse ámbitos de diálogo entre sectores enfrentados donde cada cual exponga sus puntos de vista, con la ilusión de arribar a un acuerdo. No: hay muchas razones que, al ser expuestas en el diálogo para reforzar posiciones, no harán más que avivar diferencias.

El tercer asunto
Conviene buscar el punto de confluencia en referencia a un tercer asunto. En vez de marcar toda una línea argumental en cada parte, lo cual exige definiciones, calificaciones, diferenciaciones, y en vez de dar ejemplos que revuelvan el pasado al punto de hacerlo entrar nuevamente en crisis, el tercer asunto permitirá tejer confianzas por la vía de la razón y por otras vías más amigables, sean el testimonio, los afectos, la comprensión, la tarea común, las artes, el silencio.
El tercer asunto tiene que ser tan hondo, tan a largo plazo, complejo y sencillo a la vez que permita el tendido de puentes, o mejor, la recuperación de puentes, la apertura a espacios inexplorados o abandonados, la búsqueda en común, la celebración de encuentros.
El método es infalible: una vez recuperada y cultivada la comunidad, la hermandad, el respeto mutuo, entonces las diferencias quedarán ahí como devueltas a su lugar que no es pequeño pero tampoco tiñe todo. Saber ver las coincidencias a largo plazo requiere también todo un ejercicio. Es lo que debía hacerse con motivo del conflicto con el Uruguay por la presencia de pasteras en el río, y no fue posible en el momento más caliente.
La experiencia mapuche
Hay modos personales dentro de los grupos, las asambleas, los sindicatos; hay normas internas dichas o no dichas, y hay también prácticas de antaño para facilitar el encuentro de comunidades distintas o enfrentadas.
Con vistas a la resolución de conflictos profundos, vale la experiencia del parlamento de Quilín del 6 de enero de 1641, con dones mutuos para romper el hielo. Esa política, como un hecho y en ceremonia, puede parecer hoy cosa de niños o aleatoria, y sin embargo adquiere un sentido trascendente y da hondura, firmeza y compromiso al encuentro. Cumple, a su modo, con la función del mate en la rueda chica, despertando valores hondos y duraderos.
Para lograr sintonía es necesario, previamente, trazar un diagnóstico certero, admitir las posiciones enfrentadas, no mezquinar mensajes adecuados en las horas previas, y evitar de entrada el gasto de energías en el sentido de diluir los antagonismos en el plano de la razón o forzar coincidencias. Mejor apuntar energías al tercer asunto. Allí, en la inercia positiva del encuentro y el tejido de una trama de confianza y buenas ondas, las posiciones distintas se colocarán en su lugar, sin perderse y sin atropellar.
¿Tercer asunto? Veamos, por ejemplo, la Pachamama, la madre tierra, los alimentos. Otro ejemplo: la deuda externa, la colonialidad, la independencia. Son temas que facilitan la creación de un campo simbólico capaz de aceitar el acceso a las esencias, y mostrar la unidad por encima y por debajo de las diferencias. No es la razón la que está habilitada para dejar florecer la unidad, la armonía, la amistad. En el conocimiento, el amor, la tradición, la poesía, el arte, sí encontramos caminos apropiados. Tampoco es la política la que recupera esa paz necesaria para emprender metas comunes, es la aspiración humana a hondos valores, donde sí ocurrirán hechos prácticos, proyectos, pero derivados de esa condición superior que quizá abonen una canción, un poema, una obra teatral, o el aprecio de un atardecer.
Así como la mayonesa casera se hace con la incorporación muy lenta del aceite para evitar que se corte, el encuentro no debe apurar ningún ingrediente. Demorarse puede ser una vía extraordinaria para apuntalar un ámbito favorable. Hay un estudio muy interesante del parlamento de Quilín, escrito por Patricio Zamora Navia, referido a los rituales que garantizan un espacio de diálogo y una confianza mutua.
El estudioso señala que los caciques toman una vara de canelo y piden el sacrificio de ovejas para garantizar el acuerdo antes de empezar la charla, y con eso dicen que esa presencia de la naturaleza da certeza de permanencia, sobre lo efímero. Lo ritual no es anecdótico; el símbolo, como el aire, se mete en los resquicios.

Los rituales
"Al parecer, el capitán Miguel de Ibancos intentó comenzar el parlamento, pero el cacique Antegueno se adelanta, nutriendo de contenido simbólico el inicio de las paces. Se acerca trayendo en su mano una rama de canelo (el árbol sagrado para los mapuches), luego toma la palabra en nombre de todos caciques sentenciando que antes de establecer acuerdos de paz, se debían sacrificar ovejas, a fin que éstos quedasen mejor establecidos o 'fijos', lo que ayudaría a que ninguna de las partes pudiese reclamar sobre lo ya sagradamente acordado. Este rito fundante –dice Zamora Navia– se entiende en la cultura de mímesis entre naturaleza y sociedad, muy presente en las culturas primitivas. Así, como lo explicaban ellos mismos, la naturaleza inerte de estos animales muertos y con su vida extinguida a la vista (la sangre), representaban la inamovilidad de acción y palabra, una vez conciliadas en un acuerdo con promesa solemne".
Y sigue el autor: "Al finalizar, se repartieron las ovejas entre los asistentes principales, y el cacique se acercó al marqués llevando el ensangrentado ramo de canelo, el que fue recibido por este con 'grandes muestras de estimación y cortesía'. En signo de aprobación, la caballería hispana 'formó escaramuza en señal de la alegría y contento que todos tenían'. En medio de esto, el cronista acusa que desde el lado español se les hizo ver a estos líderes las condiciones y pactos que parecen más importantes para las Majestades representadas. Luego, se levantó Liencura, quien hizo ver al resto de dignatarios mapuches las bondades de la paz en contraste con el costo de la guerra permanente".

Parlamento y koyang
Como observamos, en vez de exponer cada uno toda su historia, sus razones, sus pleitos, etc., en vez de gritar de entrada "mataste", "robaste", "invadiste", aquí el "tercer asunto", que decimos, es la paz en la que coinciden los dos pueblos.
Resume Patricio Zamora Navia en sus conclusiones: "el mundo hispano y el mapuche constituyeron dos espacios culturales muy diversos, aunque con una 'cultura conciliatoria' común. El parlamento hispano y el koyang mapuche representan dos instituciones que definen planos de una cultura de 'paces' y 'acuerdos'. La estructura del ceremonial de las paces permite observar elementos culturales de ambos mundos. Y más importante aún, dichos aportes son valorados por cada bando como 'legitimadores' de los acuerdos que se estipulan".
En nuestros encuentros cotidianos corre el mate. El mate aceita el diálogo sincero, crea el ámbito pero no basta con prepararlo, cebar, convidar: hay también que recordar que está presente. Es importante que todos tomemos conciencia de que el lugar y el momento tienen una condición especial, intransferible, honda.
Los koyang o parlamentos se cuentan por decenas en la frontera entre castellanos, criollos y mapuches a lo largo de tres siglos. Carlos Contreras Painemal explica que el koyang es una instancia para tender asuntos graves, un espacio de negociación etnopolítico, un encuentro protocolar con toda una serie de normas preestablecidas, con dones mutuos, con rituales finamente elaborados y el arte de la diplomacia a pleno. Lo traemos a cuento porque en Entre Ríos y en la Argentina hay temas de alta relevancia que no encuentran ámbito y en verdad que el mate amargo de raíz guaraní y el koyang de raíz mapuche nos dan pistas.
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