Paraná se refleja y se distingue por su Parque Urquiza, sus barrancas y su costa, pero son la docena de cursos de agua que la surcan en sus entrañas quienes mejor definen e identifican su singular geografía. Pese a ello, los arroyos no son parte de su integridad urbana, no son asimilados como parte del paisaje y más aún poco y nada se los conoce: en su ocultamiento, abandono, contaminación y podría decirse desprecio, residen las causas del estado actual de esas extensas franjas que atraviesan la ciudad, convertidas en cloacas a cielo abierto.
Sin cultura ni planificación, los arroyos se ocultan, abandonan y contaminan
Foto UNO/Archivo/Ilustrativa
Las lluvias del fin de semana, y la tragedia que aún conmueve y duele a la comunidad, expone la frágil relación entre los arroyos y los ciudadanos. Poco se sabe de todos ellos y de las cuencas hídricas sobre las que se levanta la capital provincial. Paraná crece y se desarrolla sobre extensas manchas de agua, tapadas por el avance urbano.
En las últimas horas se escucharon distintas opiniones de profesionales y vecinos, todas tan valiosas como diversas y singulares, que aportan significativamente para un debate que aún debe darse. De la discusión entre entubado o estado natural traída nuevamente como consecuencia del dolor, se desprenden distintos diagnósticos y miradas. En primer lugar, resulta difícil planear su saneamiento sin conciencia social. La comunidad paranaense tiene a esos cursos de agua como franjas “de nadie”, que no le pertenecen, y justamente son receptores de todo tipo de residuos, hasta el límite (o más allá) de lo inimaginable.
Pero abordar su tratamiento obliga a evaluar y considerar ya no solo con razones hídricas o geográficas, sino también aquellas sociales y habitacionales, gestadas a instancias de un indiscriminado crecimiento de viviendas.
A lo largo de las últimas gestiones municipales más nada que poco se ha hecho sobre ellos. Sin campañas de conciencia social y ante un absoluto desinterés social también, solo hubo algunas acciones aisladas de limpiezas circunstanciales, y en el mejor de los casos, un entubamiento presentado como una magnífica obra de infraestructura, para mejorar la calidad de vida de las familias que habitan en su entorno, generalmente de bajos recursos y excluidos.
Los entubados, particularmente en el arroyo Antoñico y en el Colorado, han proliferado en poco más de las últimas dos o tres décadas. Ello permitió integrar zonas urbanas –como la construcción de avenida Perette, sobre el Antoñico– a fines de los años 90, o como sucedió hace cinco años, en un extenso tramo previo que atravesaba barrios Belgrano y Cuarteles. En este último tiempo también se canalizó a cielo abierto con hormigón –en el marco de obras en distintas etapas del Promeba– el Antoñico desde el barrio Las Flores hasta el puente sobre calle Estrada. El proceso fue acompañado por obras de estabilización de barrancas.
Del mismo modo que hasta años atrás era grave la situación de las viviendas a la vera del Antoñico, el mismo drama se trasladó al arroyo Colorado, con vecinos que reclaman urgentes medidas ante el socavamiento progresivo y permanente de sus terrenos y fondos, tal como ha testimoniado UNO en los últimos meses. Cada lluvia pone en vilo a decenas de familias.
Y así, frente a kilómetros de tramos de arroyos con viviendas a pocos metros de sus cauces, las soluciones son las urgentes: evitar los desmoronamientos, porque la urbanidad ya alteró definitivamente sus cauces y sus entornos.
Hay algunos arroyos que ya están plenamente urbanizados, como La Santiagueña, Antoñico, Colorado, Las Viejas, otros que han quedado dentro de un proceso de crecimiento urbano como Del Yeso o Tuyucuá. Los otros son las cuencas hídricas del arroyo Cazuela, Horqueta, Las Piedras, Los Berros, Manga, Nuevo, Saucesito y Uzín.
La ciudad ha crecido ocultando y desconociendo las funciones de estas cuencas. Y ello se ha agravado frente a la riesgosa realidad de quienes habitan a la vera de estos cursos tan dinámicos como variables.
El Colegio de Arquitectos de Entre Ríos viene abordando esta situación, en los últimos años, dentro de sus tradicionales Jornadas de la Ciudad. En esos ámbitos se han motorizado propuestas para que la ciudad sea más sustentable, con la integración de estos arroyos. Por ejemplo, en el caso del Tuyucuá (en la zona sur) se pretende que antes de que sea plenamente urbanizado, se planifique con parques lineales que permitan garantizar que funcione como desagüe natural de una zona.
Envueltos en esta encrucijada entre arroyos abandonados y entubados que agravan más la realidad hídrica, vale la pena el ejemplo de desarrollo ciudadano y cuidado encarado sobre un tramo de la cuenca del arroyo Santiagueña.
Formado por la Tribu del Salto, y con aportes de diversas instituciones surgió un proyecto de trabajo que se institucionalizó y es una muestra de lo que se puede hacer y debe servir para que replique en otros sectores.
La creciente furia de los arroyos, frente a fenómenos meteorológicos cada vez más frecuentes, obliga a algo más que medidas circunstanciales.
Del mismo modo que Paraná ha crecido a espaldas del río, la realidad de los arroyos urbanos es un tema que aún no ha tenido el merecido tratamiento integral, y ha quedado atado a meros proyectos de resolución o de comunicación en el Concejo Deliberante, solicitando limpieza o tratamientos de barrancas.
Construida sobre extensas capas de aguas, Paraná debe iniciar un debate serio para garantizar su sustentabilidad en los próximos y cercanos años.