Rodillas de Pajarito

Cuentos para las infancias con perspectiva regional. Convocatoria conjunta de Editorial Municipal Paraná, CGE, Facultad de Humanidades de Uader, Diario UNO y El Once.
29 de abril 2021 · 19:34hs

Estaba sentada en una de las ramas más poderosas del naranjo, que ya era una planta vieja y solo daba unas frutas ácidas. Pero para esa siesta de octubre, ventosa y con anuncio de verano, fue un manjar en las manos de Clara, quien, satisfecha ya, había arrojado la cáscara al otro lado del alambrado.

Clara era la segunda entre dos hermanos varones y siempre se complementaron en los juegos. En la casa de su abuela, que quedaba a unos pasos de su ciudad, con más aire y campo, yuyos y árboles, siempre recibía algún reto de la nona: “Clarita, dejá de hacer lo mismo que los chicos, ellos son más bruscos”.

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Ella no entendía, ya que siempre los tres inventaban cosas juntos. En la ciudad, improvisaban en el patio casitas, escuelas, oficinas; siempre rotaban para saber quién era el jefe o el maestro. Y para tirar al aro de básquet del playón del barrio se mezclaban todos, las nenas de Matilde que eran re chiquitas y no podían hacer picar la pelota, los primos Viera, que parecían siempre cansados pero al final ganaban todo. Gastaban las siestas hasta que la sed los obligaba a acercarse a la canilla del jardín de Doña Marta. Allí, los más grandes golpeaban palmas y esperaban a que la dueña apareciera por detrás de la cortina de hilo tejido y les hiciera una señal con la mano, que estaba bien, que entraran nomás.

Luego de saciarse poniendo las dos manos en cucharita y sorbiendo el agua, empezaba otro juego, el de salpicarse, mojarse y hasta embarrarse un poco. Clara reía hasta caer de rodillas y manchárselas con el charco de lodo que se formaba de la canilla abierta.

El papá los vigilaba desde la carpintería de la esquina, al mismo tiempo que lijaba alguno de sus trabajos. Su madre llegaba a las cinco y levantaba la mano desde la puerta de entrada. Era el aviso de que pronto debían regresar.

Pero cuando iban a la casa de la abuela el tiempo transcurría distinto. Cada espacio constituía un sitio de juego. Juntar palos y maderas, trepar, avistar pájaros e inventarles los nombres. Y entrar al galponcito. Ahí había unas gallinas, que iban y venían, pero allí ponían sus huevos. Además de herramientas, se guardaban unos cajones que eran de su abuelo, un traje enorme colgado junto a con una especie de casco: según les contaron, todo eso era para “hacer miel”.

Uno de esos días, en una charla debajo del paraíso, Carlos puso en duda esa actividad. “A la miel la hacen las abejas. Yo ya lo vi en la escuela. No es cierto que el abu haya fabricado.”

—¡Pero pavote! No es así. El abuelo criaba las abejas o las cuidaba para luego recoger la miel.

—Bueno. No la hacía él.

—Y qué te digo— acotó Clara ya fastidiada. —Por eso están esos cajones y ese traje. Para que no lo picaran.

—Si estaban haciendo la miel, las abejas no pican —interrumpió Jesús, el hermano mayor.

—Y qué saben ellas…si tienen ganas y no están trabajando, te pican. Por eso el traje. ¿Parece de astronauta no?—intervino Clara

—Yo estaba pensando…podríamos usarlo para ir al espacio…a otro planeta— agregó Jesús.

—Yo vi en la tele que hay mujeres astronautas. Yo seré eso algún día.

—Andá —acotó risueño Carlos. —Vos siempre querés ser algo y al otro día cambiás.

En ese momento Clarita le tiró un terrón de tierra. Se levantó y corrió rápidamente hacia la casa, entre risas. Sus hermanos la siguieron.

En la galería los envolvió el perfume del bizcochuelo y estaban los pocillos preparados.

Sin que la abuela ordene, cada uno sabía que allí había que colaborar: colocar cucharitas y servilletas. Sacar la manteca y poner la azucarera.

Por unos momentos hubo silencio. La abuela miró a sus nietos y deseó estar un tiempo más para verlos crecer. O que se queden así, siendo chicos, disfrutando cada momento despreocupados del mundo. También pensó en sus sueños. Ni siquiera eran proyectos, eran el “juguemos a”. Pero no importa, mientras disfruten el hoy, pensaba.

Su nieta la sacó de los pensamientos:

—¿Verdad abu que yo soy superpoderosa? Deciles a estos que no tengo las rodillas de pajarito.

—¡Clarita, sos tan creativa! Cada uno de ustedes puede hacer lo que quiera. Sólo hay que proponérselo. Miren todo lo que hizo el abuelo, que en paz descanse: plantó maíz en estos lugares en donde la tierra era como cerro, pura piedra. Hicimos huerta. Siempre hubo gallinero. Comida nunca nos faltó. Y después aprendió a trabajar con las abejas, y ocupó mucho tiempo en eso. A veces con la alegría de una buena producción…otras no tanto.

—Les dije—acotó Jesús mientras tragaba el pan con manteca —el abuelo hacía trabajar a las abejas jaja.

—Pero qué bruto —dijo Carlos. —Yo sí leí lo de las abejas. Y que hay que transportarlas a las praderas. Y hay clases de abejas también.

—Abu, y el abuelo ¿se ponía ese traje? — Clara intentaba llevar el tema a su objetivo.

—Así es. Ese traje es protector. Más unos guantes, porque aunque el abuelo estaba acostumbrado a ellas, las abejitas se podían poner locas y picarlo. Él era muy cuidadoso.

—¡Qué lástima yo no lo conocí—dijo Carlos

—Y nosotros éramos re chicos. A mí me contaba cuentos, yo me acuerdo —dijo con orgullo Jesús

—Después se van a ir a bañar, sin quejarse. Y respetando los turnos.

Todos asintieron mientras empiezan a lavar y guardar lo que se había usado en la merienda.

—¡Yo me baño última!—dijo Clara

Ya tenía todo pensado. Con el permiso de la abuela iría a revisar ese traje, ideando lo que harían la mañana siguiente: viajeros por los planetas.

Clara se escapó al galponcito con una linterna, porque ya se sabe que en esos viejos lugares, si el foco se quemó, ya no se lo repone. Hubo un aleteo tan fuerte que hasta los grillos hicieron silencio. Eso no amedrentó a Clara, fue sorteando obstáculos a medida que el haz de luz le iba abriendo camino. Tocó los cajones pensando que ahí mismo había puesto sus enormes manos de trabajo su abuelo. Se imaginó el ruido que habrían hecho esas miles de abejas zumbando. “¿Cómo habrá aprendido ese oficio? Pucha…por qué será que la gente grande se olvida de contar esas historias”. La luz de la linterna de pronto se apagó. Los ruidos eran de sus pisadas y algún cacareo soñoliento de las gallinas refugiadas en un estante.

Clara intentó varias veces prenderla, sin resultado. En uno de los intentos, sin embargo, logró hacerla funcionar. Al mismo tiempo que un grito espeluznante la paralizó: era su propia voz. Y era la reacción al terror. Un fantasma se movió hacia ella, justo cuando la linterna volvió a apagarse. Clara retrocedió apurada y tropezó con unos tachos de aceite o pintura que hicieron un ruido enorme. Clara cayó sentada, aterrada y muda. El viento que entraba por el vidrio roto del ventiluz parecía silbar. La linterna se encendió de nuevo y alumbró, por unos instantes, el traje del abuelo movido por la brisa. Aprovechando que ahora sí veía, corrió velozmente hacia la puerta y hacia la casa.

La abuela justo estaba gritando su nombre, era la única que faltaba darse el baño.

—Clara, querida, se hace tarde, acá nos gusta acostarnos temprano y levantarnos al alba. Pero… ¿qué te pasa?

Ante esa frase sus hermanos ya impecables se dieron la vuelta para verla.

—Nada, quería buscar algo del galponcito.

—Mañana lo vas a ver mejor —apaciguó la abuela mientras le alcanzaba la toalla.

—Mañana…parte el cohete a Marte —acotó Carlos.

—Sí, mañana jugamos a los astronautas, o no jaja…mírate…rodillas de pajarito, toda sucia jaja —dijo el hermano mayor señalando las piernas flacuchas manchadas con aceite.

—Mañana vamos a jugar a otra cosa— dijo Clara disimulando el miedo— Yo ya no quiero más ser astronauta.

Sobre la autora

Texto de Gabriela Cardozo. Nos cuenta: "Nací en Chajarí, Entre Ríos. Soy Profesora de Castellano, Literatura y Latín egresada del Instituto del Profesorado Concordia, hoy jubilada. Enseñé en el Instituto Marista, María Auxiliadora, San José (Secundario y Superior),rectora de la Esc. Secundaria Dominguito; todos de mi ciudad natal y en Escuela Sandalio Olivetti de Villa del Rosario. Actualmente participo activamente en la organización de la Feria del libro de Chajarí, narro para niños en escuelas y bibliotecas y oriento un taller de narrativa para adultos".

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