"Él era como gitano, en la ladrillería que había trabajo él iba". Así recuerda Ana María Deij a su hijo Khalil. El joven de 20 años se afincó en una casilla del barrio 98 viviendas, por trabajo. Unos días después, en la oscuridad de la noche del 15 de noviembre de 2016, lo asesinaron para robarle lo que tenía gracias al esfuerzo al calor de los hornos de ladrillos. La investigación tiene a dos sospechosos, pero pocas pruebas para llevarlos a un juicio y lograr una condena. Mientras tanto, en una casa al sur de Paraná, hay una familia que espera: básicamente, a esta altura, que alguien hable. Cada día que pasa, la injusticia remacha más el dolor, sin la asistencia que prevé el Estado para las víctimas. "Es tan triste", dice la madre.
Que un testigo hable, la única esperanza de la familia del ladrillero asesinado
Pasó más de un año del homicidio ocurrido en Paraná, y la causa tiene muy pocas pruebas. La fiscal Patricia Yedro tiene la instrucción
24 de diciembre 2017 · 09:48hs
Aquella noche, Khalil Yamil González Deij estaba solo en la casilla. Su compañero, de apellido Franco, se había ido a la casa de un vecino a mirar el partido de Argentina con Colombia. El momento fue aprovechado por los dos delincuentes. Entraron para robarle, Khalil se habrá resistido e intentó huir, pero le efectuaron dos disparos. El joven cayó en el fondo, en medio del pastizal, donde finalmente murió. Y después lo rapiñaron: le sacaron la billetera con dinero, el celular, los auriculares que le había regalado su madre y hasta las zapatillas.
Hubo vecinos que escucharon las detonaciones del arma de fuego. Uno salió y vio la sombra de dos personas en la oscuridad, no alcanzó a identificarlos. Unas horas después, llegó Franco a la casilla, pero muy borracho y se acostó a dormir, sin darse cuenta de nada. Ya por la mañana, un hombre encontró el cuerpo y llamó a la Policía.
Los investigadores hablaron con todo el barrio, y llegaron a dos hermanos que viven cerca de las ladrillerías, quienes tenían el celular de Khalil. Pero esta fue la única prueba certera que hallaron y al parecer no alcanza para involucrarlos en el homicidio. No hay arma, no hay pólvora, no hay testigos. Como si la oscuridad, el descampado y el silencio de su entorno les permitieron a los ladrones y asesinos cometer el crimen perfecto.
Se trata de Damián Espíndola y Fabricio Domínguez, quienes fueron imputados por la fiscal Patricia Yedro. Siguen vinculados a la causa, pero confían en que la falta de pruebas abonará su inocencia.
"A los pibes estos, los asesinos, los tuvieron detenidos, después los mandaron a la casa con arresto domiciliario y ahora están libres como si nada, y seguimos igual, no hay ningún adelanto, ya hizo un año y los delincuentes andan como si nada", lamenta Ana María.
"Esa misma noche hubo una señora que vio que corrieron después que le tiraron cobardemente por la espalda, porque mi hijo estaba solo, solito. Él no era delincuente, habrá hecho sus cosas como todo gurí, pero no era delincuente, toda la gente que se entrevistó y la gente que trabajaba con él sabía que era un chico muy trabajador, a las 5 de la mañana se levantaba a trabajar, no a robar. Jamás hizo escándalo, era un chico normal. Se iba donde había trabajo, era albañil también, inclusive tenía que hacer una losa con el patrón tres días después que lo mataran", recuerda.
Una hipótesis que le contó una oficial de Investigaciones, apunta a que los asesinos lo vieron esa noche a Khalil en el kiosco. Había ido a comprar una cerveza y cuando pagó, vieron que tenía plata en la billetera. Y un rato después fueron por el botín. "Siempre tenía plata –dice la madre–, a veces 1.000, 2.000, la última vez llegó a juntar 5.000 pesos para una motito que después se la sacaron porque no tenía la transferencia, mirá si no era tonto, pobrecito. Y tenía plata porque la billetera no estaba, las zapatillas seminuevas tampoco, los auriculares que le había regalado tampoco. Le tiraron de atrás, eran dos, se ve que salió corriendo, le pegaron dos tiros, uno en el pulmón y otro en el corazón. Se ve que forcejearon y cuando corrió le tiraron. El celular que encontraron en la casa de ellos no es prueba. Cuando hicieron el allanamiento encontraron el celular ahí, lo abrieron, lo tuvieron no sé cuantos meses para ver las llamadas pero no encontraron nada. Pero para el juez eso no es prueba, porque pueden decir que lo encontraron tirado, que lo compraron, que lo cambiaron por droga, pueden decir lo que se les antoje".
Ana María estaba trabajando para una empresa de limpieza la mañana en que recibió el llamado que le avisaba que a su hijo le había pasado algo. Desde entonces espera una respuesta, y siempre es la misma: "Que está todo en investigación, que más de 100 personas estuvieron indagando, y de las 100 no hubo una", dice la madre, y afirma: "Ellos son los que tienen que trabajar y tienen que apurar... capaz que si pasa más tiempo puede ser que alguno hable, pero mientras tanto... Te da impotencia, te da rabia porque más de un año y estas lacras siguen como si nada, siguen respirando en libertad, como si matan un perro. La causa no se puede cerrar ¿si no qué, lo mató un fantasma?".
Además, la familia se encontró en el desamparo, ya que los organismos del Estado que están para asistirlos, no aparecieron: "Yo los primeros días tenía ganas de suicidarme, nadie vino, nadie. Mi jefe me dice 'quedate...', estuve una semana y me fui a trabajar porque estar acá es peor, en cambio uno trabajando está con la cabeza entretenida, pero hay veces que no caemos", dice Ana María.