José Amado/ De la Redacción de UNO
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Pidieron justicia a 10 años del asesinato de Alejandro Comas
Pasó una década de la muerte de Alejandro Comas, el joven asesinado brutalmente con más de 50 puñaladas y arrojado a un bañado del barrio Paraná XVI. La Justicia no logró hallar al culpable, y el expediente sigue juntando polvo en algún despacho de Tribunales. Pero la familia de la víctima no permitió que el caso quede en el olvido y nunca dejó de hacer público el reclamo de justicia. En 10 años pasaron jueces, fiscales y abogados, mientras permanecen los seres queridos de Alejandro, con el mismo dolor ante la misma impunidad.
Ramona es la figura principal de esta lucha por el esclarecimiento del crimen de su hijo. Ayer, una vez más en la puerta de Tribunales, junto a Vidaer, le contó a UNO: “Pasaron 10 años, no van a hacer nada. Yo creo en la Justicia, pero bueno, todo esto me da a pensar que me tengo que preparar porque el caso va a quedar impune, creo yo, ojalá que se pueda sacar algo”.
Una causa “sin presupuesto”
La mujer resume los hechos: “Fue el 14 de junio de 2003. A mi hijo lo mataron con mas de 50 puñaladas, no se sabe dónde pero lo encontramos tirado en el bañado del Paraná XVI, calle Primero de Mayo al final. La Policía me dijo que había dos sospechosos, después quedó uno, un tal Albornoz, y un testigo. Pero lo largaron por falta de mérito, porque no había pruebas”.
Luego sobrevino el laberinto judicial y la causa ya conoció tres jueces: “Al caso lo tuvo el juez (Jorge) Barbagelata, que nunca hizo nada -fustiga Ramona-; después el doctor (Carlos) Ríos, que más o menos me mostró que iba a hacer un avance, me atendió muy bien, me dio mucha esperanza, pero bueno. Y ahora está (Mauricio) Mayer, que no lo conozco. También me cambiaron de fiscal”. También tuvieron como abogado querellante a quien ahora es juez de Instrucción, Elbio Garzón.
Además, la madre recuerda que le pidió a la Justicia hacer un análisis de ADN con el material genético que había en las uñas de Alejandro, porque “él se tiene que haber defendido”, pero “en ese momento me dijeron que no había presupuesto para hacer eso”.
Ramona recibió muchas visitas, le contaron varias versiones de lo que pudo haber pasado, pero nadie se atrevió a denunciarlo: “Mucha gente vino y me contó, pero yo les decía que no me vengan a decir a mí las cosas, vayan al Juzgado y cuenten; pero no”, se lamenta, y agrega: “En el expediente hay muchas contradicciones con los testigos que llamaron, con los amigos y las amigas de Alejandro.
Las últimas horas
A las tres de la tarde de aquel 14 de junio el reloj se detuvo para siempre en la vida de Ramona. Estaban todos en la casa del barrio Anacleto Medina, preocupados porque Alejandro no había vuelto, cuando recibieron la noticia. “Nunca pensé que lo íbamos a encontrar muerto, jamás”, afirma.
La madre cuenta de memoria y con detalles las últimas horas de Alejandro, como si la repitiera todos los días buscando la pista que ilumine la verdad. Como si todavía lo viera a su hijo salir de la casa a buscar el diploma de Inglés para turismo que obtuvo en la Universidad Popular, mientras ella y su hija hacían empanadas; lo ve regresar, saludar a su padre, ir a hacer unos mandados a la despensa; volver y bañarse; avisarle a la hermana: “Decile a mami que yo me voy a la casa de la Lupe a comer unas pizzas y vuelvo antes que ella se levante para ir a trabajar”.
Alejandro nunca volvió. Al día siguiente Ramona se fue a la casa donde trabajaba. Regresó al mediodía, se sentó con la familia en la mesa y comieron las empanadas. “Guardale algunas a Alejandro porque no ha vuelto”, le dijo el marido. “¿Cómo que no volvió? ¿A dónde se fue?”, le preguntó. “No, no volvió desde ayer”, le aclaró.
A las 14.30 se presentó en la casa una chica, llamó a una hija de Ramona y le dijo:
-Pitu ¿está Alejandro?.
-No, ¿por?.
-Por favor, decime que está.
-No está, ¿por qué? ¿qué pasa?.
-Ay no-, dijo mientras se agarraba la cabeza-. Alejandro está tirado en el bañado.
“Pero no pensé en eso -cuenta Ramona-. Mi hija entró corriendo y me dijo: ‘Mami, mami, a Alejandro lo encontraron tirado en el arroyo’. Entonces yo salí, mi marido me dijo: ‘Pará, quedate acá, tranquilizate, yo voy a ver’. Y bueno, ahí me enteré, nos enteramos que era él”.
Saña, nombres y silencio
Según la autopsia, la muerte de Alejandro se produjo entre las 5 y las 7 de la madrugada, producto de las más de 50 puñaladas en todo el cuerpo. El recorrido que hizo el joven entre la noche del 13 de junio y la madrugada del 14 es incierto, y los testigos que declararon haberlo visto nunca fueron claros y en varios caos se contradijeron. Sin embargo, las dudas nunca se esclarecieron en careos, ni en la aparición de nuevos testigos.
La saña con la que mataron a Alejandro hizo sospechar que se pudiera tratar de un asesinato en el marco de algún ritual de una religión ocultista, pero esto tampoco nunca pudo ser confirmado.
Albornoz, Sandra, Ibarra, Núñez, otra Sandra, Pérez, son algunos de los nombres y apellidos que van y vienen en la causa, pero nunca quedó del todo claro qué vieron, qué sabían ni qué hicieron. Pese a estar cada vez más cerca de la fecha de prescripción de la causa, no se pierden las esperanzas de que alguien se presente a declarar y contar la verdad, sea por la memoria de Alejandro o para aliviar un poco el dolor de su familia.