En el punto donde nace la calle San Martín en el parque Urquiza de Paraná viven ejemplares de araguaney, vestidos de amarillo en primavera para adornar con su gracia el busto de Simón Bolívar.
Paseo por el bello intercambio entre humanos, flores y alados
Elegido emblema durante la breve presidencia de Rómulo Gallegos en 1948, el árbol nacional de Venezuela es un hallazgo para la plazoleta paranaense que honra la hermandad. Bolívar está mirando al norte sobre la cancha del río y las islas, como trazando una línea imaginaria que atravesara el Abya yala para acariciar su Caracas natal; y el destino ha querido que a sólo cien pasos de allí, en la esquina de San Martín y Mitre, despliegue su belleza el tapujú que da la flor nacional de Bolivia, y por ahí nomás descienda de un jacarandá el mburucuyá, flor nacional del Paraguay, tan común en estos pagos, como el ceibo, venerado por igual entre argentinos y orientales.
Todos los colores
Estamos promediando febrero, los araguaney regalan sombra pero el triángulo de homenaje a Bolívar reclama otros cuidados: las letras del busto fueron arrancadas una y otra vez, los pilares de las banderas parecen pintados con pocas ganas. Flamean la bandera Nacional, la Federal, la de Paraná y está bien pero, ¿la de Venezuela? Tres banderas locales juntas dejan más sensación de encierro que de libertad.
Subimos un minuto por la calle San Martín, pasamos el Centro de Convenciones con rumbo a la peatonal, y de pronto el tapujú, Heliconia rostrata, colgando sus galas en el porche de una casa particular.
Tapujú, trenza de flores con los colores de la bandera boliviana, prima de las heliconias que dan casa en el centro del Abya yala (América) a uno de los mamíferos adorables que vuelan sobre la tierra: el murcielaguito blanco hondureño, Ectophylla alba, singular por estar revestido de una espumita inmaculada, con el hocico, las orejas y las extremidades amarillo-naranjas. Sobresale por distinto.
Este singular animalito busca las especies similares al plátano y corta fibras de las anchas hojas para que caigan a los costados: esa es su carpa. De allí vuela para alimentarse con higuitos del monte. Claro que en belleza y ternura no le van en zaga sus parientes de por aquí, con variadísimos y simpáticos hábitos, rostros, colores zainos y tostados, algunos con sus orejotas, para los que estamos dispuestos a mirar y admirar, desprovistos de tantos y tontos prejuicios.
Araguaney, tapujú, libertadores, alas, sin solución de continuidad. La cultura está clavada en la naturaleza y la naturaleza no sabe de compartimentos estancos.
Vencer la mala fama de los quirópteros (alas-manos) es como pasar el umbral hacia el conocimiento, como alumbrarnos, y en verdad que los amantes de la naturaleza enfocados en estos amigos nocheros encuentran bellas imágenes para curarnos de obsesiones sin sentido, incluso con cachorritos de murciélago, un primor, a veces alimentados con mamadera para su recuperación.
Limpiar el honor
En Paraná, desde el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas Antonio Serrano se llevan adelante encuentros cuya importancia tal vez no podamos medir, porque ignoramos cuánto incide en las niñas y los niños ese descubrimiento, esa capacidad estimulada para apreciar a los compañeros de viaje hasta ayer vedados, empezando por los murciélagos. Es decir, para diluir distancias impuestas.
La bióloga Graciela Ibargoyen nos recuerda que están trabajando con el conocimiento y la protección de estos mamiferitos voladores desde hace varios años. En el Serrano empezaron la doctora Romina Pavé y el ingeniero Juan de Souza. “De hecho ellos fueron quienes citaron al murciélago pescador para Entre Ríos”, apunta, y pone de relieve las charlas que ofrecen distintos profesionales para “limpiar el honor” de los murciélagos (lo dice con una sonrisa), incluso con visitas a escuelas. Además, con la asistencia de Pavé han rescatado ejemplares caídos en el Museo. (Agreguemos aquí que una tarde fuimos testigos del despertar en masa allí, en la calle Gardel, fluyendo de los techos en bandada).
La paranaense Romina Pavé se desempeña en el Laboratorio de Biodiversidad y Conservación de Tetrápodos, en el Instituto Nacional de Limnología (Inali), del Conicet. Ella registró con su colega Juan de Souza y María Laura Calderón especies que no habían sido avistadas en nuestro territorio; realiza excursiones habituales para el seguimiento, y está al tanto de los aportes nuevos, de sur a norte.
Por eso le preguntamos sobre sus estudios en ese mundo fascinante y nos cuenta que actualmente hay una veintena de especies anotadas para nuestro territorio, algunas un tanto controvertidas. Recuerda que entre los más recientes, en 2018 Mónica Díaz y colaboradores registraron a Eptesicus brasiliensis (el Pardo) para el departamento La Paz.
Esa especie no estaba, por ejemplo, en el listado que mencionamos en diario UNO hace dos semanas. Tampoco incluimos a Molossops temminckii (Pigmeo), que sí aparece en la nómina de Pavé. (A propósito, y valga como fe de errata: en esa columna un error de programa en la computadora juntó algunos de los nombres genérico y específico de cada especie y complicó su lectura).
Control de insectos
Pavé recuerda que la mayoría de los murciélagos de la provincia, de las Familias Molossidae y Vespertilionidae, se alimentan de insectos. “También está el pescador, y hay vampiros, por ejemplo una colonia de la especie conocida en el Parque Nacional El Palmar. Además se ha registrado Sturnira lilium que es una especie frugívora pero el registro es de 1990 y es poco probable a mi entender (considerando la ecología de la especie) que habite la provincia”, admite. De paso aclara que Platyrrhinus lineatus no ha sido registrado en la provincia.
“Me parece interesante destacar la dieta de ellos, basada principalmente en insectos –insiste Pavé–, y por eso es que muchos viven asociados a las ciudades, donde obtienen alimento. Como muchos insectos son transmisores de enfermedades que nos afectan a los humanos, es importante conservar a los murciélagos”.
Accedimos a una foto tomada por Leonardo Rotela en la que aparece la doctora Romina Pavé (allí embarazada, a la derecha) realizando un muestreo en el monte entrerriano junto a la pasante Alejandra Gavazza, de gran ayuda en las campañas. Podrá sonar un poco cursi, pero los biólogos –Romina entre ellos– toman tal cariño por los murciélagos cuando los tratan que los animalitos se convierten en “murcis”. Con esa actitud no les resulta difícil provocar ternura por los quirópteros en niños y jóvenes.
Crespusculares
Le preguntamos a Graciela Ibargoyen por las tareas de concientización. “Creo que el trabajo permanente, hablar con la gente, es lo más efectivo para generar conciencia”, nos comenta en el Museo. “Aquí tenemos a Marta como guía, en sus recorridas salen temas y da su aporte. Por otro lado, Laura hace las visitas a la tarde, también es una gran concientizadora, que además sabe mucho sobre plantas, animales y ambientes. Yo misma aporto sobre estos temas. Tenemos talleres durante el año, generalmente dirigidos a grupos escolares; estos últimos años incorporamos una actividad que llamamos ‘visitas crepusculares’. Es una recorrida por todo el museo, a la nochecita (horario especial) y pensada específicamente para escuelas nocturnas, ahí siempre aprovecho a hablarles de murciélagos, que además vuelan en vivo y en directo”, ríe Graciela. “Además, nuestra comunicadora María Emilia Ghiglione siempre está publicando notas en las redes”.
Bajo tierra
Los temores se desvanecen con el conocimiento. Eso ocurre cuando nos metemos en el mágico mundo de los mamíferos alados.
Suele pasar también con otros compañeros que habitan cuevas en la tierra o huecos en los árboles. Apenas nos cuentan el modo de vida de las comadrejas nos arrepentimos de la indiferencia y hasta el desdén con que las tratamos al punto de aplastarlas en las rutas sin compasión. ¿Un marsupial entre nosotros? ¿El más vulgar de nuestros mamíferos es un marsupial?
Y así ocurre con zorrinos, peludos, mulitas; y así con insectos, peces, aves: ha sido tal nuestra distancia que, una vez vencidos los prejuicios, todo nos sorprende. Hace unos años constataron la presencia del tucu tucu en la provincia. Nosotros hemos ignorado a estos expertos cavadores y no somos la excepción: en la zona de Cuyo ocurre con uno de los animalitos increíbles que pisan la faz de la tierra: el pichiciego rosado, Chlamyphorus truncatus. ¿Qué arquitecto diseñó esa criaturita con el traste hecho topadora? La realidad supera la ficción, qué duda cabe.
Conocer para capturar
El pichiciego asombra porque no lo vemos a diario. Si nunca hubiésemos sabido del torito de campo (Diloboderus abderus) y de pronto se nos presentara ese escarabajito como un rinoceronte en miniatura, entonces quedaríamos perplejos, y más si sabemos que antes fue una isoca. Pero la distancia que impone la mirada colonial, esa que ningunea lo vulgar, nos lleva a colocarlo entre las “plagas”, los “enemigos” a erradicar.
Del centenar de especies de tucu tucus (Ctenomys) del mundo, la mayoría vive en la Argentina, con ancestros aquí por millones de años. Bueno: también hemos puesto los ojos sobre los tucu tucu porque en algunas zonas compiten por las pastura con las vacas que nosotros queremos alimentar para comerlas… Es decir, es habitual que los estudiemos para reprimirlos, como solía hacer el mandón europeo con la familia humana del Abya yala.
Una interesantísima investigación sobre los tucu tucu realizada por la Universidad Nacional de la Patagonia termina con este subtítulo: “Captura”, y este párrafo: “Se han empleado diversos métodos para su control, tales como gases asfixiantes, trampas, inundación de las cuevas y cebos tóxicos. Por ser un animal de vida subterránea, es desconfiado y normalmente no consume cebos tóxicos colocados en la superficie. El método más eficaz de captura son las trampas…”.
Aquí no está muy extendida su presencia. Nosotros lo conocimos a través del investigador paranaense Norberto Muzzachiodi, hace un par de décadas. Cuando nos habló del animalito le preguntamos si se refería al bichito de luz, que lleva el mismo nombre vulgar, y nos reímos juntos de nuestra ignorancia. Tiempo después, en su “Lista comentada” de mamíferos (2007), el biólogo colocó al tucu tucu o tuco tuco entre las especies de Entre Ríos “potencialmente vulnerables”, pero no en peligro de extinción o vulnerables.
Sabemos poco
La mayoría de los científicos que tratan sobre la biodiversidad de Entre Ríos coinciden en que los estudios son precarios. Esa es una constante desde hace décadas, es decir: con todo lo que significó Entre Ríos en el avance de las ciencias modernas durante el siglo XIX, en el siglo XX este territorio fue menos explorado que el resto del litoral, y eso en distintas especies. Y hay que decir que además de los esfuerzos locales, las publicaciones de la Universidad Nacional de Tucumán colaboran para el conocimiento de la biodiversidad en nuestra zona. Ya comentábamos en una columna pasada que hace sólo diez años se registraban 11 especies de murciélagos, y hoy hablamos de una veintena. Incluso en el tucu tucu se admite que Uruguay monitorea las poblaciones, y la Argentina no, cuando la zona que abarca su población en Entre Ríos sería incluso más amplia.
Hace poco, el biólogo y guardaparque concordiense Ariel Carmarán escuchó en el predelta el típico tucu-tucu, tucu-tucu, propio de la comunicación de estos roedores. Halló sus madrigueras y trabajó junto al genetista Diego Caraballo para constatar que se trata de Ctenomys rionegrensis a través de un análisis de ADN. Lo cuenta bien el periodista Silvio Méndez en una nota para la revista Era Verde. El tucu tucu oriental fue descripto hace décadas gracias a su hallazgo frente a Gualeguaychú, en el departamento Río Negro, de Uruguay. De allí el “rionegrensis”.
Un estudio actualizado de Ivanna Tomasco y Caraballo da cuenta de los lugares que el tucu tucu oriental o Ctenomys rionegrensis habita en Entre Ríos, de suroeste a sureste, hasta los palmares, y lo registra como especie en peligro. Las actividades humanas de producción no le son favorables. En el sur de Brasil, incluso, se sabe de efectos nocivos de la industria sobre el ADN de especies similares.
Así como Pavé insistía con la importancia de los murciélagos para el control de insectos, estos autores reconocen estudios que sugieren que los roedores subterráneos “podrían ser considerados como ingenieros del ecosistema. Siendo los que modulan directa o indirectamente la disponibilidad de recursos para otras especies”. Sin ignorar otra cosa: “debido a su modo de vida subterránea ocasiona algunos inconvenientes en los campos de cultivos, forestales y ganaderos por lo que poseen una valorización negativa para el hombre”. De más está decir que no todos son prejuicios. Las cuevas del tucu tucu y su dentadura sobre hierbas y raíces dan más de un dolor de cabeza. Y no todos son perjuicios: lo que en una zona muy restringida puede ser un problema, responde siempre a una armonía universal que escapa a la mirada muy localista.
No ignoramos que los vínculos en la biodiversidad suelen ser tensos: vienen lechuzas, halcones, aguiluchos y se disputan tucu tucus y murciélagos sin reparar en historias ni consultar registros. La vida no es un lecho rosas, vaya novedad