Cada 18 de junio, Sandra Verónica Ferreira celebra su cumpleaños; sin embargo, para ella es una simple convención porque desconoce la fecha exacta en que vino al mundo. Según su partida de nacimiento, nació el 18 de junio de 1974 a las 20.17, en Hurlingham, Morón, Provincia de Buenos Aires. Sandra duda que esa sea la verdadera fecha, pero sabe con certeza que no nació en esa localidad.
Nogoyá: La adoptaron ilegalmente y quiere saber su identidad
Por Luciana Actis
Su origen está estrechamente vinculado a Entre Ríos, más específicamente a Nogoyá, por eso recurrió a los medios para difundir su historia e intentar encontrar alguna respuesta. Su madre adoptiva la retiró del Hospital San Blas, donde la beba estuvo internada uno buen tiempo por haber nacido prematura y pesar 1,800 kilos, para luego llevarla a Buenos Aires e inscribirla como su hija biológica, una práctica tristemente común en aquellos tiempos entre los profesionales del que podríamos llamar “campo de la minoridad” (médicos, abogados, asistentes sociales) y por la que al día de hoy miles de argentinos y argentinas desconocen su identidad.
“Yo no sé si ella (por su madre adoptiva) me fue a buscar ese mismo día, o días antes. Pero ella me anotó en el Registro Civil de Hurlingham, acá en Buenos Aires”, dijo a UNO.
Aunque su madre adoptiva aún está viva, Sandra no puede obtener nombres de las personas que pudieron estar involucradas en su adopción irregular, ya que la mujer –ya anciana– sostiene que no recuerda o que desconoce: “Lo único que me dijo es que mi mamá biológica tenía más o menos 30 años, que era baja, morocha y pecosa; que me tuvo en el Hospital de Nogoyá; que no quería tenerme ni hacerse cargo, y que al año siguiente de que yo nací tuvo otro hijo o hija”
Presuntamente, la conexión entre la madre biológica y la adoptiva se habría dado gracias a una hermana de esta última. “Esta tía vivía en General Ramírez y viajaba mucho por Entre Ríos. Se llamaba Marta Ferreira y ella habría hecho el contacto con la gente del hospital”, destacó.
—¿Cómo y cuándo te enteraste que eras adoptada?
—Mi mamá me tuvo que decir que yo era adoptada porque yo me daba cuenta. Como ella no estaba casada ni en pareja, yo hacía muchas preguntas sobre quién era y dónde estaba mi papá. Además, supongo que por dentro yo no habré sentido la conexión, no sé cómo explicarlo. Y algunos médicos conocidos de ella, que trabajaba como enfermera, le decían que me diga la verdad, así que me lo confirmó cuando yo tenía unos 5 años.
—¿Cómo fue tu crianza?
—En lo económico no puedo quejarme, porque nunca me faltó nada, pero ella trabajaba mucho así que me dejaba casi siempre al cuidado de mi abuela o de tías. Así que yo tenía esa doble carencia, la de no saber quién era la mujer que me dio la vida y la de no ser criada por la mujer que me adoptó.
—¿Pensás que tu madre adoptiva te dijo todo lo que sabe o se guardó información?
—A esta altura yo ya no sé qué pensar, porque sigue insistiendo con lo mismo, con que no sabe, que no se acuerda de nombres, ni de fechas. Y tampoco puedo discutir con ella porque es una señora grande, de más de 80. Eso ya me tira para atrás.
—¿Tenés otros familiares que puedan tener información?
—Sí, tengo una hermana 15 años mayor, que es hija biológica de mi madre adoptiva. Ella me dice lo mismo que mi mamá; cómo fui buscada, que nací en Nogoyá. En ese entonces, ella le decía a mi mamá que quería un hermano o hermana. Según parece, tenían otro chico en vista para adoptar, Josecito, que parece que era un poquito más grande. Pero dice que me vio a mí y se decidió a adoptarme.
—¿Y tu tía, la que vivía en Ramírez?
—Lamentablemente falleció. Ella estaba casada con un señor rubio, de rasgos alemanes. Recuerdo que fui a pasar algunos días con ellos en Ramírez, a la casa de ellos. Pero fui sola, sin mi mamá. Me acuerdo también que en la casa de ellos vivía un chico de unos 12 años al que le decían Poli. Pero no he vuelto a tener contacto.
—¿Cómo ha sido tu búsqueda?
—Hace muchos años atrás yo vivía en Córdoba y allá averigüé con agrupaciones de Derechos Humanos, porque sospechaba que tal vez podía ser hija de desaparecidos. Eso habrá sido aproximadamente en el 2000, pero me dijeron que si fui anotada en el 74 no podía ser. Y hace más o menos dos años atrás, quise volver a investigar por intermedio de una señora de Nogoyá que conocí en la iglesia a la que voy, pero después quedó todo en la nada. Lamentablemente no hay ningún organismo gubernamental que nos ayude a quienes estamos en esta situación, siempre nuestra búsqueda termina en un callejón sin salida. Días atrás me contacté con el Hospital de Nogoyá telefónicamente y por correo electrónico, pero me dijeron que para darme la información que busco tengo que hacerlo a través de abogados, algo que yo no puedo pagar en este momento y ahora es muy complicado, porque por la situación del Covid, tampoco pueden viajar hasta allá.
—O sea que en el Hospital San Blas puede estar la clave.
—Yo creo que sí, que ahí están las respuestas que busco y que necesito.
Culturalmente aceptado
En nuestro país, la figura de la adopción de niños fue incorporada al ordenamiento legal recién en 1948. Sin embargo, este vacío legal no implicaba que no existieran prácticas de adopción informales llevadas adelante por instituciones de beneficencia y por particulares, por lo cual se convirtió en una práctica culturalmente aceptada y difícil de desterrar.
La ley de adopción vigente en la Argentina hasta 1971 exigía demasiados requisitos a los adoptantes, por lo que las adopciones legales eran muy difíciles de concretar. De hecho, la reglamentación de 1948 fue concebida con parámetros decimonónicos e influencias de sectores conservadores y de la Iglesia Católica, que veían a la adopción como una estrategia para la equiparación de derechos de los considerados hijos ilegítimos, por lo que el régimen era de adopción simple en vez de plena.
La idiosincrasia de la época tampoco ayudaba, y los intereses de los adultos prevalecían sobre los de los niños. De hecho, estas acciones jurídicamente ilegítimas gozaban del visto bueno, tanto es así que hasta se aprobó una “amnistía” para quienes hayan adoptado a menores de manera irregular.
Cuando se aprobó la nueva ley en 1971, con la adopción plena se estableció que “el adoptado deja de pertenecer a su familia de sangre y se extingue el parentesco con los integrantes de esta”, es decir, borraba los lazos de sangre, algo que se daba de hecho con las adopciones ilegales. Pero la nueva ley estipulaba que el menor a ser adoptado debía estar durante dos años bajo la guarda de sus futuros adoptantes, quienes debían tener 40 años cumplidos, salvo los cónyuges que tuvieran más de ocho años de casados, y no tener descendencia legal. Estos requisitos resultaban excesivos y rígidos, por lo que las adopciones irregulares continuaron siendo moneda corriente.
Formalmente para la inscripción de nacimiento de un niño sólo se debía presentar en el Registro Civil un certificado médico que acreditara el parto. Si el parto era domiciliario, bastaba con la presentación de testigos que dieran cuenta de que ese niño era hijo de las personas que decían ser su madre y padre; lo cual daba vía libre a las irregularidades.
“Aunque se advertía que estas prácticas debían ser suprimidas, no se las valoraba negativamente en tanto se reconocía que quienes realizaban estos actos ejercían un ‘impulso caritativo’, y que lejos de tener intenciones de cometer un delito, aspiraban a formar una familia y ejercer ‘un sentimiento instintivo de aspiración a la paternidad biológica’. Si, como hemos señalado, las falsas inscripciones de niños constituían formalmente delitos, denominados ‘suposición de estado’ y ‘falsedad de documento público’, tradicionalmente –según la interpretación doctrinaria y judicial prevaleciente– no se penalizaba la ‘suposición de estado’ cuando la misma no hubiera sido realizada con ‘propósito de causar perjuicio’”, señala la doctora en Antropología de la UBA, Carla Villalta, en su paper “Cuando lo simple no alcanza: la adopción de niños a principios de los años 70” (Campos - Revista de Antropología Social, 2009).
Sin embargo, a pesar de que se han realizado avances en la materia, la práctica de las adopciones ilegales –o apropiación– sigue vigente.