La mexicana Julia Pastrana, o “la mujer más fea del mundo” nació en 1834 y murió 1860. Su vida tiene a una enfermedad cómo factor determinante: padecía una hipertricosis lanuginosa e hiperplasia gingival, algo que le hacía tener vello abundante en todo el cuerpo y una mandíbula muy pronunciada.
Julia, la 'mujer mono', ya descansa en México
Ese aspecto la llevó a recorrer los circos de los Estados Unidos, Canadá y Europa. Poco importaba, por otro lado, que tuviera una voz dulce y que fuera capaz de moverse con ritmo a la hora de bailar.
Se casó con el empresario que la mostraba como “la mujer mono” o “híbrido maravilloso”. Theodore Lent se transformó en su esposo y no dudo en mostrar su apariencia, y desmerecer su capacidad para hablar tres idiomas.
La mujer quedó embarazada durante una gira en Moscú, y en 1860, Pastrana dio a luz una criatura con sus rasgos físicos que apenas sobrevivió 35 horas. Ella falleció un par de días después.
Lent, que al parecer no tenía escrúpulos, embalsamó su cuerpo y el de su hijo y siguió haciendo giras para exhibir los cadáveres en los principales circos europeos. Su explotación se prolongó por más de un siglo.
Muerto el empresario, el cuerpo de Pastrana y el de su hijo pasaron de mano en mano hasta que en 1973 tuvo su último viaje por Suecia. Después, un noruego guardó sus restos en una caja, hasta que en 1979 la policía fue avisada de que unos niños habían encontrado un brazo momificado en un basural.
Durante toda su vida, y aun después de su muerte, había sido utilizada, pero entonces surgió una mujer que mostró interés genuino en ella: Laura Anderson Barbata, que llegó a Oslo y comenzó a investigar sobre Pastrana.
No es historiadora ni científica, sino una artista mexicana, que después de más de diez años de lucha, rescató a su compatriota. Fue el Estado el que pagó la repatriación. Ella lanzó una iniciativa para donar flores a Julia por internet. De ahí salieron los 31.400 alhelíes y gladiolos, que apenas cabían en la tumba.
Ahora sus restos están en el Cementerio Histótico de Sinaloa, la ciudad que la vio nacer. Su ataúd blanco fue enterrado al doble de profundidad de lo habitual y cubierto de cemento para evitar profanaciones