Pero la perla casi olvidada en esta sorprendente historia, es ni más ni menos que la Editorial Atlántida. La empresa a cargo de la familia Vigil que publicaba revistas de gran popularidad como Gente, El Gráfico, Para Ti y Somos fue junto a ATC y a la dupla Neustadt-Grondona, el sostén mediático de la política criminal de los militares.
Por ser el referente del periodismo deportivo por excelencia El Gráfico fue el que más luchó para que “la fiesta de todos” no fuera arruinada por unos pocos loquitos. “Para los de afuera, para todo ese periodismo insidioso y malintencionado que durante meses montó una campaña de mentiras acerca de la Argentina, este certamen le está revelando al mundo la realidad de nuestro país”, decía en un editorial durante el desarrollo del campeonato, y agregaba: “Un país como el nuestro, tan golpeado, tan caído después de las duras experiencias pasadas, se está demostrando a sí mismo sus enormes posibilidades de realización . Y esto no tiene nada que ver con los resultados futbolísticos. Argentina ya ganó su Mundial” .
Una vez después del triunfo argentino, Jorge Rafael Videla es reporteado por la plana mayor de l Gráfico (incluidos su director Constancio C. Vigil y su jefe de Redacción Ernesto Cherquis Bialo). Allí, con la excusa de hablar de fútbol, el general dictador no deja de mencionar “la intencionada deformación de una campaña internacional de falsedades” y confiesa su regocijo por haber dado al mundo “una auténtica y pujante imagen” del país a través de los medios de difusión masiva.
La obsecuencia de Vigil y sus muchachos llega al límite de lo increíble cuando en un editorial define a Videla como “un hombre de sensibilidad” y como “alguien que sabe sobre lo que está hablando y todo cuanto sabe lo dice en forma sincera y generosa”. De paso, los prestigiosos reporteadores confiesan lo “placentera” que fue la entrevista y que “frente a él nos sentimos bien”.
Contexto
Ya habían pasado 15 meses de la muerte de Rodolfo Walsh, un año de la desaparición del director y propietario de El Cronista Comercial, Rafael Cacho Perrota, y durante el mismo mes del Mundial secuestraban al nuevo director de ese matutino, Julián Delgado. En abril del 77, Jacobo Timmerman había sido torturado y expulsado del país.
Según el informe de la Conadep, en los primeros dos años de dictadura desaparecieron alrededor de 75 periodistas, y una gran cantidad logró exiliarse luego de ser amenazados y perseguidos. Obviamente, la tenaz censura y el control de los medios de comunicación provocó que la mayoría callara y las denuncias fueran silenciadas. Pero El Gráfico no estaba para esas preocupaciones sino para exaltar la alegría del deporte y compartir la euforia inmortalizando aquella imagen de Videla, Massera y Agosti gritando un gol desde la platea, fotografía que luego recorrió todo el planeta.
El epígrafe decía “Como tres argentinos más…” . Somos, otra de las publicaciones de Atlántida, fue menos sutil y prefirió ponerla en tapa bajo el titulo “Un país que cambió”. Carlos Varela, hombre de la radio y la TV acusado de buen diálogo con Videla y Agosti, confesó en 1995, respecto de aquella época: “Amoldaba mi mensaje a lo que sabía y a lo que se podía decir …”, y aclaró: ‘Aparecían todos los días quince muertos envueltos en lonas y yo era periodista y no puedo decir hoy que no sabía lo que pasaba . O sabías o no eras periodista”.
Palabras más, palabras menos
Las habladurías del mundo sobre nuestro país era algo que también preocupaba a la revista Siete Días, publicación de Editorial Abril que sobrevivió hasta hace algunos años. “Ha llegado el momento en el que cada uno de los argentinos debemos levantar la voz en defensa de nuestro país para que en el mundo nos oigan claramente”, decían en un exabrupto de patrotismo, allá por abril de 1978. Un mes después, la revista publicaba El libro negro de la subversión, que resultó tan negro como las listas que elaboraban los interventores militares. En él se detallaba una supuesta Red Antiargentina de supuestos subversivos en el que Siete Días incluía a Amnesty Internacional, a Felipe González, a Francois Mitterand, a Julio Cortazar, al Tata Cedrón, a Norman Brisky y hasta a Charles Aznavour, entre muchos otros. Por su parte, la periodista Renee Sallas, tristemente célebre por sus reportajes a los jerarcas del proceso en la revista Gente, increpaba en una nota de julio de ese año a cuatro directores de periódicos franceses por haber publicado “fotos de soldados en las canchas”. Como se aprecia en este repaso de la prensa procesista, la regla de que contra el archivo no se puede mentir se aplica a rajatablas.
La importancia de los éxitos deportivos
A partir de la “eficiente” organización conseguida a cualquier costo, que resaltó aún mas el primer puesto logrado por la selección nacional en el torneo mundial desarrollado en la Argentina, el régimen militar intentó vender una imagen positiva de si mismo al exterior, espacio donde sus comportamientos podían ser mas fuertemente cuestionados, ya que dentro de nuestra frontera los opositores habían sido neutralizados o reprimidos. Es que apoyados en algunas innovaciones tecnológicas que se efectuaron en los medios de comunicación (entre otras cosas, se construyó un faraónico centro de producción que transmitió las vicisitudes del campeonato mundial en colores para el exterior) los uniformados creyeron que podían revertir, de esta manera, a las que evaluaban como injustas calumnias fomentadas por grupos de detractores de la dictadura argentina, ubicados en diversos países del mundo.
Es así que las autoridades nacionales utilizarían la hazaña lograda por los futbolistas argentinos como medida de grandeza del propio gobierno militar que apostó a este éxito de una manera obsesiva. De allí que apelando a esta asociación espuria evaluaran que habían demostrado al mundo que eran “gobernantes honorables” y que en el exterior existía solo una campaña internacional de falsedades.

De allí que el Secretario de Deportes y Turismo de la dictadura, el general Arturo Barbieri, en el marco de esa misma línea de razonamiento, fue capaz de afirmar lo siguiente luego que la selección nacional alcanzara la máxima distinción: “Este torneo permitió reflejar, ante la opinión pública mundial, la auténtica imagen de la Argentina. Un país que gana no puede tener los ribetes que le han endilgado versiones tendenciosas que conocemos”.
Será recién en el año 1979, cuando se dispute el campeonato mundial juvenil de fútbol en Japón, que el régimen autoritario instalado desde fines de marzo del año 1976, querrá aprovechar plenamente el transporte de significados que puede hacerse a través de este deporte para delimitar y organizar a los actores internos. Es que cualquier gobernante, desde el lugar de privilegio en que se encuentra, puede decirle a la sociedad, con una alta resonancia, como es el desempeño deportivo y porque es así. De allí que pueda llegar a identificarse el funcionamiento de las selecciones nacionales con un modelo ideal de vida colectiva.
Es interesante, entonces, visualizar la versión tejida por el régimen militar acerca de la victoria alcanzada por la selección juvenil, que presentó una forma de juego donde coexistieron muchos elementos entrelazados pero también contrapuestos como consecuencia del tipo de modernización que fue llevándose a cabo en esta esfera desde los años sesenta que utilizó muchos criterios de organización y valorización externos (a partir de lo cuál se incorporaron valores tecnocráticos que se expresaron en la fuerte presencia del trabajo serio y de la capacidad organizativa) que empezaron a coexistir conflictivamente con la forma deportiva forjada anteriormente en el país que permitía a los jugadores improvisar y crear sin estar tan sujetos a las normas de trabajo y de disciplinamiento fijadas por los expertos.
A partir de la “eficiente” organización conseguida a cualquier costo, que resaltó aún mas el primer puesto logrado por la selección nacional en el torneo mundial desarrollado en la Argentina, el régimen militar intentó vender una imagen positiva de si mismo al exterior, espacio donde sus comportamientos podían ser mas fuertemente cuestionados, ya que dentro de nuestra frontera los opositores habían sido neutralizados o reprimidos. Es que apoyados en algunas innovaciones tecnológicas que se efectuaron en los medios de comunicación (entre otras cosas, se construyó un faraónico centro de producción que transmitió las vicisitudes del campeonato mundial en colores para el exterior) los uniformados creyeron que podían revertir, de esta manera, a las que evaluaban como injustas calumnias fomentadas por grupos de detractores de la dictadura argentina, ubicados en diversos países del mundo.
Es así que las autoridades nacionales utilizarían la hazaña lograda por los futbolistas argentinos como medida de grandeza del propio gobierno militar que apostó a este éxito de una manera obsesiva. De allí que apelando a esta asociación espuria evaluaran que habían demostrado al mundo que eran “gobernantes honorables” y que en el exterior existía solo una campaña internacional de falsedades.
De allí que el Secretario de Deportes y Turismo de la dictadura, el general Arturo Barbieri, en el marco de esa misma línea de razonamiento, fue capaz de afirmar lo siguiente luego que la selección nacional alcanzara la máxima distinción: “Este torneo permitió reflejar, ante la opinión pública mundial, la auténtica imagen de la Argentina. Un país que gana no puede tener los ribetes que le han endilgado versiones tendenciosas que conocemos”.
Será recién en el año 1979, cuando se dispute el campeonato mundial juvenil de fútbol en Japón, que el régimen autoritario instalado desde fines de marzo del año 1976, querrá aprovechar plenamente el transporte de significados que puede hacerse a través de este deporte para delimitar y organizar a los actores internos. Es que cualquier gobernante, desde el lugar de privilegio en que se encuentra, puede decirle a la sociedad, con una alta resonancia, como es el desempeño deportivo y porque es así. De allí que pueda llegar a identificarse el funcionamiento de las selecciones nacionales con un modelo ideal de vida colectiva.
Es interesante, entonces, visualizar la versión tejida por el régimen militar acerca de la victoria alcanzada por la selección juvenil, que presentó una forma de juego donde coexistieron muchos elementos entrelazados pero también contrapuestos como consecuencia del tipo de modernización que fue llevándose a cabo en esta esfera desde los años sesenta que utilizó muchos criterios de organización y valorización externos (a partir de lo cuál se incorporaron valores tecnocráticos que se expresaron en la fuerte presencia del trabajo serio y de la capacidad organizativa) que empezaron a coexistir conflictivamente con la forma deportiva forjada anteriormente en el país que permitía a los jugadores improvisar y crear sin estar tan sujetos a las normas de trabajo y de disciplinamiento fijadas por los expertos.