Sí, ya sé. Todos me tildan como un loco, pero así como ven tuve mi noche soñada. Cuando fui joven salí en la televisión. El equipo fue tendencia en las redes sociales. Por un par de horas el mundo deportivo del país dejó de hablar del contrato millonario de Messi, de quién podía sumarse al plantel de Boca, y del futuro de Marcelo Gallardo. Ese día todo el país habló de Defensores de Pronunciamiento, del Depro, del equipo del pueblo que nadie conocía. De la localidad más buscada en el google maps durante dos semanas.
Un golazo, 50 años después
Por Matías Larraule
Ustedes se ríen porque son muy chicos y me ven con varios kilos de más y no corro ni las cortinas, pero cuando yo tenía 20 y pico era flaco. No saben el físico que tenía!!!. Además corría como un animal. Mordía por todos lados. Porque debo reconocer que no era talentoso. Era un rústico marcador central que no daba ninguna pelota por perdida. Y eso que teníamos que trabajar. Porque en el ascenso era muy difícil vivir con el sueldo que pagaba el club. Pero así y todo le dimos batalla a River.
¿Por qué me tratás de exagerado? Lo único que sabés de ese partido fue el resultado. Por eso te resulta cómico los cuatro goles que nos comimos, pero enfrente teníamos a unos monstruos. Unos futbolistas que, durante varios años, se habían acostumbrado a ganar y levantaban trofeos todos los años. Eran los ídolos de varias generaciones. Hasta los más enfermos hinchas de Boca valoraban el poderío de su clásico rival. En cambio nosotros jugábamos el partido de nuestras vidas. Y mirá que, a lo largo de mi carrera, celebré y di un par de vueltas olímpicas.
Es verdad, esa noche perdimos por 4 a 0 frente al poderoso River Plate. Pero aunque no me creas, o te parezca difícil de entender, el resultado fue exagerado. Porque los incomodamos. Es más, las gallinas se pegaron un julepe tremendo... En serio. Si hasta le anotamos un gol. Porque si bien el marcador indica que ellos terminaron con el arco invicto esa noche los embocamos. Y no fue cualquier gol. No era un tanto para decorar un 4 a 1. Era el del empate.
Antes del cuarto de hora nos golpearon. Pero no fue un impacto que nos derribó a la lona. Ese gol nos tocó el orgullo. Por eso, y de caraduras, fuimos a buscar el empate. Y lo conseguimos. Fue en una jugada de pelota detenida. Ante semejantes bestias sabíamos que era una de las pocas herramientas que teníamos para convertirle. Y así fue. Héctor, que era nuestro as de espadas, metió un amague que se lo comió hasta el presidente de ellos. Corrí para atacar el balón. Salté más alto que todos para conectarlo. Observé cómo la pelota se dirigía al arco. No entendía nada cuando el arquero de ellos, que era el de la Selección Nacional, no llegaba a desviar la pelota. Grité como un desaforado, lloré de la emoción, pero al instante elevé un rosario de insultos. El lineman levantó la bandera para invalidar la maniobra. Pero lo más triste de todo es que estaba habilitado. Pero no me quedaba otra que ir a llorar a la iglesia.
El gol más gritado y más lindo que anoté en mi carrera no quedó registrado en las estadísticas oficiales, pero sí quedó grabado en mi retina. En la de todos mis compañeros. En la de los dirigentes y colaboradores que viajaron esa noche a Buenos Aires. El pueblo celebró después de llenarse la garganta de gol, pero pasó de la euforia a la bronca. Los fanáticos intentaron presentar un proyecto de ordenanza para declarar al juez de línea persona no grata, pero el tipo es humano. Estoy seguro de que no actuó de mala fe. Se equivocó, como muchas veces me equivoqué dentro del campo de juego.
Pasaron más de 50 años de ese partido. El gol sigue guardado en mi memoria. Todos los días lo sigo festejando. Se me dibuja una sonrisa al retroceder en el tiempo y rememorar esa acción. Observo cómo la pelota vuela por el aire hasta abrazar a la red. Fue el gol más lindo que anoté. No fue sancionado, pero qué importa. Ese gol fue determinante para que muchos, después de ese día, inflen el pecho y dejen en un segundo orden los colores de los equipos más populares del país para reemplazarlos, orgullosos, por los del equipo del pueblo. Porque después de ese día, muchos se transformaron en hinchas del Depro. Y eso, es un golazo al mejor equipo del momento.