“Joaquín sos un pobre muerto de hambre que te la querés dar de una clase social a la que jamás vas a pertenecer, qué pena me das que te olvidés que fueron los gobiernos populares los que te ayudaron cuando no tenías nada”, fue la respuesta de una concejala de Concordia a un vecino, por las redes sociales.
"Sos un pobre muerto de hambre"
La obra Diógenes de Jean-Leon Gerome retrata la vida en la pobreza.
Ahora analicemos. “Un pobre muerto de hambre”: si el vecino es de una condición humilde, la concejala no debiera enrostrarle su clase sino colaborar para que pueda superarla y a la vez preguntarse por qué hay vecinos en esa situación cuando ella pertenece a un partido que ha gobernado allí por décadas.
Con eso de “jamás vas a pertenecer”, parece que la funcionaria entiende que cada persona, por designio divino, encaja en una u otra clase social desde que nace hasta que muere. En ese caso, si todo ya está soldado, para qué postularse ¿no?
Según la concejala, el vecino se olvidó de que un gobierno lo ayudó cuando “no tenía nada”, con lo cual deja entrever que Joaquín ahora tiene algo, de modo que ahí no se entiende por qué sigue siendo un “muerto de hambre”.
Ahora, ¿está segura de que los gobiernos lo ayudaron? ¿O dejará el margen para pensar que lo hundieron, y eso en vez de deprimirlo le dio libertad para opinar?
¿Por qué interpretar que el vecino se olvidó de los que, al parecer, lo ayudaron? Para llegar a este punto, hay que escuchar qué dijo Joaquín. Aquí va: el vecino se había preguntado a través de las redes por qué, en un acto del partido gobernante postulando al intendente (en licencia) para otro cargo, tiraban fuegos artificiales y bombas de estruendo cuando una ordenanza de ese municipio lo prohíbe.
Luego agregó: “Si ellos no respetan a los demás, ¿cómo pretendemos que sea una ley pareja para todos? A no olvidarse de todo esto en las urnassssss muchachos”.
El texto no deja de ser una queja vecinal ante un partido político que es gobierno, y un gobierno que obliga a la población a evitar petardos y fuegos artificiales pero pretende ser excluido de esa norma por una suerte de privilegio que no explicita.
Y en verdad que hubo una explicación: al parecer, a los estruendos los habría provocado un gremio que adhiere a la movilización y recibió la reprobación de sus propios compañeros. Esa coartada puede gustar o no, puede satisfacer o no, pero es bastante razonable.
Ahora: ¿a qué viene eso de “muerto de hambre”? ¿Por qué la concejala considera natural el hecho de que el vecino, por recibir quizá una ayuda estatal, deba ser un siervo que calla y consiente? De toda esta novelita, lo más importante no es el estruendo, no es la infracción, no es siquiera que esa infracción fuera originada en el mismo poder que dictó la norma. Lo más importante es la certeza que tiene una dirigente de que aquellas personas que reciben alguna asistencia del Estado pasan a ser rehenes de un partido político, y le deben pleitesía a la casta gobernante; y la doble vara de la dirigencia para evaluar los actos.
El vecino Joaquín mostró que, por lo menos con él, no lograron lo que pretenden: la reducción del pueblo al grado de servidumbre. Eso es lo alentador. La concejala, en cambio, se enredó en sus propios prejuicios, pero el episodio fue con suerte porque expuso en público lo que no pocos se reservan para sus fueros íntimos. Su torpeza dejó la discriminación negativa y el despotismo al desnudo.
Un empleado municipal labró un acta ante las autoridades del evento (porque transgredían una norma firmada por el municipio), y cuyo objeto era la postulación del intendente licenciado con vistas a una banca en el Congreso. Las autoridades decidieron no firmarla. Si la infracción era verdadera, y además todo el mundo fue testigo, ¿por qué no la firmaron y le ahorraron un problema al trabajador? La declinación de esta casta dirigente no encuentra fondo, y da lástima.
Sólo nos queda celebrar, en esta hora, la honda sabiduría de Joaquín, que puede ser un pobre con hambre pero no está muerto.