No es tan complicado de entender. Como no estamos apilando los muertos como en Guayaquil o Nueva York, nuestra preocupación está derivando hacia el estado económico en que quedaremos después de que todo esto pase. Es en ese punto donde están comenzando a detenerse las críticas al Gobierno Nacional. Era de esperarse, o era una cosa, o era la otra. Si el número de infectados y muertos nos estuviera sobrepasando, como le sucede a Brasil o a otros tantos países, la crítica sería por qué no se tomaron las medidas necesarias para detener la propagación del virus. Como eso no está pasando, nos creemos en condiciones de exigir por lo otro. Pero la respuesta es aun más simple. Las dos cosas juntas parece que no pueden hacerse a la vez. Pero no es que no podamos nosotros porque somos Argentina. No han podido ni siquiera los países más poderosos.
Si importa más la economía, no estamos tan mal
Aquellos que subestimaron el tema sanitario, asumiendo que algunos miles de muertos eran solo un daño aceptable con tal de no paralizar la economía, están sufriendo el indescriptible dolor de abrir trincheras para acumular cadáveres en fosas comunes y no saben como detener el ritmo de mortandad. Todos ellos imploran porque esto termine mientras no saben dónde poner los cadáveres.
En Argentina, mientras tanto, no deja de ser alentador empezar a notar que se está escuchando más sobre los efectos negativos de la cuarentena sobre la economía, que sobre el número de muertos que suma nuestro país diariamente. Hasta dan ganas de rogar que esto siga así. De solo imaginar que nuestra atención podría estar centrada en la placa roja de Crónica anunciando otros 500 muertos en un solo día, nos damos cuenta que es absolutamente preferible seguir escuchando a los que demandan falta de atención sobre la economía como tema principal.
Primero teníamos que hacer como Inglaterra, que tenía una estrategia planificada para el virus, después como México, donde eran conscientes que no era necesaria una cuarentena extrema, o como en Estados Unidos, donde un virus chino no alcanzaría para paralizar aquel poderío.
Ahora hay algunos economistas que parece que también saben de virus y medicina, ellos sostienen que deberíamos ser como Chile, donde parece que siempre hacen las cosas bien. Otra vez Chile como ejemplo. Cualquiera diría que no aprendemos más. Pero así somos. Lo de afuera parece que siempre es mejor.
Esta vez, al menos esta vez, debería ser distinto, deberíamos valorar este preciso momento como único. Al igual que mañana, y el día siguiente, y el siguiente. Hasta que pase el maldito y esperado pico de muertes e infectados, y sepamos que, otra vez, como tantas otras veces, deberemos dedicarnos de lleno a poner en marcha la economía de este país.
Porque hay que recordar que a este país ya lo habían hundido hasta los ejes, sin cuarentena, sin coronavirus y con toda la libertad para ir por el mundo contrayendo deuda.
Nadie quiere que, por dedicarse a cuidar la economía, a este gobierno se le dispare el número de muertos. Nadie. Y si las medidas económicas tomadas en medio de la pandemia resultan insuficientes, surgirán naturalmente los mecanismos que forzarán el sistema para lograr mejoras. Pero esto será posible solo si están dadas las condiciones para hacerlo, porque la pandemia lo permite, porque los muertos no son tantos, y porque ya sabremos que estamos en condiciones seguras de volver a una nueva normalidad.
En tiempos excepcionales se deben adoptar medidas de excepción. Pero también la forma de pensar debe ajustarse a estos tiempos. Porque el grado de exigencia sobre los gobiernos tampoco tiene la misma amplitud que en tiempos normales.
Hacer lo que se puede en materia económica, en medio de una pandemia, no significa que se deba abandonar todo a la buena de Dios. Exigir que la economía del país no quede a la deriva también es un acto de responsabilidad ciudadana. Pero también hay que recordar que se lo estamos exigiendo a un gobierno que lleva solo cuatro meses en el cargo. Y que antes de esos cuatro meses pasaron cosas.