Bernard de Mandeville fue un filósofo, médico, economista, político, e investigador holandés del siglo XVII. Debe su fama a un ensayo de 1714 titulado La fábula de las abejas, en él propone una analogía entre una colmena y la sociedad.
La fábula de las abejas en el siglo XXI
Por Valeria Girard
Si bien fue escrito en clave sarcástica, fue tomado muy en serio por los analistas de la época, a tal punto que suele citarse como influencia directa del trabajo posterior de Adam Smith, el padre del liberalismo clásico.
La obra recurre a la ironía para presentar al egoísmo como útil socialmente. Es decir, los vicios privados contribuyen al bien público, mientras que las acciones altruistas atentan contra la comunidad.
“El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado.”
Cita como ejemplo a las personas que viven con vicios y excesos pero, gracias a ello, dan trabajo a constructores, sastres, perfumistas, cocineros, panaderos, carpinteros, entre otros.
La sed individual de lucro parece ser, ya lo dirá Adam Smith más adelante, el motor de la economía. Los líderes de las mayores potencias mundiales parecen tenerlo claro. Para el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump el cambio climático era, como diríamos los argentinos, un “cuento chino” (literalmente acusaba a China de haber inventado ese mito). Revirtió la participación de su país en el Acuerdo de París (cumbre entre las principales potencias industriales para reducir la emisión de gases); y parecía reírse de las advertencias de las organizaciones ecologistas.
La pandemia del Covid-19, según algunas interpretaciones, no es más que la ambición por la rentabilidad y máxima ganancia llevada a su extremo. Y es que la intervención humana, extendiendo las fronteras de cultivo, destruyendo hábitats naturales, disminuyendo la biodiversidad y alterando los ecosistemas parece haber tenido una influencia fundamental en la zoonosis y la propagación del virus. En suma, el hombre comenzó a interactuar con animales con los que antes no se relacionaba directamente.
Mandeville invitaba a pensar hasta dónde es posible entender a la moral y la prosperidad como no compatibles, y que sólo cabe la segunda opción.
Resulta paradojal ver cómo los indicadores económicos que mejor hablarían de los gobiernos, es decir, mayor producción agropecuaria, expansión de la producción industrial, incremento del PBI, entre otros, implican, en sí mismos, una contribución a la degradación del planeta.
Las potencias y empresas extractivistas (nuestro país lo padece en más de una manera), la minería a cielo abierto con escasas cargas impositivas, el fracking para la extracción de petróleo no convencional, la lucha por un insumo básico de la tecnología como el litio también suponen una elección que privilegia exclusivamente la ganancia.
En el mismo sentido las empresas, en la búsqueda de expandir las rentabilidad de sus inversores, pueden reducir salarios o despedir personal; al igual que los estados cuando buscan equilibrar sus cuentas fiscales.
Esta parece ser la compleja trampa del capitalismo en el siglo XXI, virtud o vicio. La búsqueda del propio interés como condición indispensable de toda prosperidad, en detrimento de la fuerza laboral, la ecología, los ríos, glaciares, montañas y animales. O el cuidado de la casa, los recursos, y una manera de vivir menos suntuosa y más natural.
Bernard de Mandeville y la fábula de las abejas asoman hoy más vigentes que nunca.