La humanidad naufragó por impericias propias ante la amenaza de un virus desconocido. Se minimizó la peligrosidad del Covid-19, una política que tuvo como abanderados a los centros de poder en el mundo. Desde Trump hasta Bolsonaro eligieron la economía por encima del cuidado de la salud y la vida de las personas. Los datos sobre la cantidad de muertes y cantidad de contagios acreditan esta afirmación: según el conteo de la Universidad Johns Hopkins, Estados Unidos es el país con mayor cantidad de fallecimientos acumulados con 283.747, seguido por Brasil con 177.317.
La amnesia del poder
Foto UNO/ Mateo Oviedo
"En la creencia de muchos pareciera que el problema de la pandemia se termina con la vacuna".
Tal como lo habían vaticinado algunos analistas internacionales, la pandemia causó estragos similares a los de un escenario de guerra, pero con la diferencia que en este caso las pérdidas humanas no se dieron en combate. La velocidad de contagios del SARS-Cov-2 paralizó toda la maquinaria global, al punto de debilitar la legitimidad de Donald Trump y quizás esa haya sido la razón de su derrota en las urnas.
Otro de los gobiernos poderosos que se jactó de tener todo bajo control fue el de Boris Johnson. El gobernante, al igual que varios de sus pares, buscó establecer un equilibrio entre el cuidado de la salud y el funcionamiento de la economía. Los resultados están a la vista: Gran Bretaña tiene la mayor cantidad de decesos por coronavirus de toda Europa y el gobierno de Johnson ha recibido una lluvia de críticas por su manejo de la situación.
La clase política se aprovechó de los efectos de la crisis sanitaria, desatendiendo cuestiones esenciales para la población. Si bien todos los esfuerzos estuvieron puestos en garantizar una atención humanitaria, muchos de los líderes del mundo “escondieron” sus falencias en el manejo de la administración pública. El caso de Argentina es particular y a la vez requiere de una evaluación minuciosa.
La gestión de Alberto Fernández decidió priorizar la salud de las personas. Para ello fortaleció un sistema de salud endeble por donde se lo mire: hospitales con escasez de recursos, personal poco calificado y salarios en caída libre. La lógica indicaba que buena parte del presupuesto iba a estar destinado a la emergencia provocada por la pandemia. A nueve meses de la llegada del coronavirus, todavía está en discusión si las medidas sanitarias fueron las adecuadas. La cuarentena estricta impuesta en marzo quizás haya sido uno de los primeros desaciertos; esa temprana restricción derivó en una paralización económica sin antecedentes. A favor del Presidente se puede decir que se estaba frente a una enfermedad desconocida, que incluso en el actualidad se sigue estudiando.
El aprovechamiento político del momento de crisis llegó de la mano de la oposición. Primero aliados del oficialismo por razones de fuerza, luego apelaron al oportunismo para desgastar a un Gobierno que debió lidiar con la pesada herencia del macrismo, y el reto de enfrentar las consecuencias socioeconómicas del nuevo coronavirus.
Muchas veces con aciertos, otras veces con errores, Fernández y su Gabinete recurrieron al consenso social, en primer lugar, para avanzar con medidas como el confinamiento estricto que trajo aparejada una debacle económica solo comparable con otros derrumbes históricos en materia de crecimiento.
Eso quizás sea el Talón de Aquiles para el Frente de Todos, teniendo en cuenta que los niveles de pobreza sigue creciendo, al igual que la desigualdad social. En verdad, las políticas de asistencia social fueron solo un parche que estuvieron dirigidas a paliar las necesidades básicas de millones de argentinos. Pero está claro que con eso no alcanza, ya sin el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y el Programa de Emergencia de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), será el tiempo de pensar en nuevas estrategias para atender esas demandas.
En la creencia de muchos pareciera que el problema de la pandemia se termina con la vacuna. Y no es tan así, sobre todo para la clase política que por la amnesia del poder se olvidó de estar cerca gente. Y ese es su deber como gobernante. Es cuando el remedio es peor que la enfermedad.